Una política cambiaria suicida

Mis recuerdos de Londres se remiten a la ya lejana juventud, allá por los años 60', cuando trabajaba como periodista especializado en economìa y finanzas en un prestigioso diario porteño que no era La Prensa. Teníamos un gran jefe en esa sección, el señor Bossio Lavalle, de quien creíamos se había escapado del Tercer Reich para hacernos sentir, a los bisoños e incautos redactores todo el rigor de un imperio pensado para mil años. Entre otras obligaciones, la más importante consistía en ``golpear las puertas de los funcionarios'' para poder obtener noticias de primera mano donde se tomaban las decisiones.
 
Muchas veces, para procurar una mejor acogida, íbamos en parejas, como los apóstoles, para darnos mutuo ánimo y conseguir miradas más amables. Uno de los lugares más difíciles, por cierto, era el laberinto del Banco Central de la República Argentina, constituìdo por siete u ocho edificios de una misma manzana unidos entre sí por medio de un agotador sistema de túneles, pasillos y pasadizos destinados a unir edificios de la más variada especie y jaez, levantados entre 1870 y 1950 sobre las cuatro calles que limitan su predio: San Martín, Reconquista, Cangallo (así se llamaba por aquél tiempo) y Sarmiento.
 
Estábamos en la segunda mitad de 1964 cuando llegamos con un querido compañero de trabajo hasta el antedespacho del entonces Gerente de Exterior y Cambios del BCRA. Un grupo de seis o siete funcionarios ocupaban todos los sillones. Estaban en un momento de distensión. ¿El señor Centenario Lacanna? inquirimos respetuosamente. Se miraron entre ellos antes de contestarnos cortesmente:  ``El señor Lacanna no está, ya se retiró.''
 
Caramba, con lo que nos había costado encontrar su despacho y esta especie de prócer del Banco Central no estaba. Era archifamoso, entre otras cosas, porque la reservas de oro y divisas estaban confiadas a sus hábiles manos, ya que de él dependía la cotización del dólar y de las principales monedas que entonces se utilizaban.
 
Seguramente mi colega y yo éramos la imagen de la desolación. Permanecíamos inmóviles, en medio de un silencio sepulcral. Y de repente, se produjo el milagro, el hombre de mayor edad y autoridad de los presentes, se puso de pie como un resorte e, indicándonos la puerta de su despacho con una mano, nos dijo: ``Adelante, señores, Centenario Lacanna soy yo''.
 
Ese gran hombre fue quien nos guió con bondadosa mano por todos los vericuetos del comercio exterior y del mercado de cambios. Las maniobras de sobrefacturación de los importadores y de subfacturación de los exportadores, incluidos los principales frigoríficos y las más importantes cerealeras del país.

DON RODOLFO LAMBERTI
 
Cuando se retiró este grande y probo funcionario lo sucedió el hasta entonces subgerente, don Rodolfo Lamberti, otro excelente y culto funcionario de Exterior y Cambios. Yo ya estaba terminando mi carrera de Licenciado en Sociología cuando, en enero de 1968, decidí conocer el primer banco central del mundo: Nada menos que el Bank of England, fundado en Londres a fines del siglo XVIII. 
 
Entonces, sin que se lo pidiera, don Rodolfo se tomó el trabajo de avisar a The Bank (como se lo conoce en la City londinense) sobre mi viaje a Inglaterra. Tenía tanto prestigio Lamberti (realmente, se movía como un príncipe) que, cuando me recibió el vicegobernador del Banco de Inglaterra, Mr. McGillivry, me pidió disculpas porque su superior, el gobernador (siguen usando ese encantador título del siglo XVIII) en ese momento estaba ausente. 
 
No tengo palabras para contar como fui agasajado por los principales funcionarios de esa maravilla, cómo me mostraron su Gran Tesoro, la ceremonia en la cual servidores gurkas, ataviados con turbantes naranja, abrían con un solo golpe de hacha los cajoncitos de madera forrados con aserrín, para dejar al descubierto los lingotes de oro de tan distintas tonalidades, desde al amarillo muy claro, hasta el verdoso o el rojizo, según su procedencia.
 
Pero Lamberti también se jubiló y fue reemplazado por quien seguía en orden de precedencia, el inefable Evaristo Evangelista, uno de los hombres a quien más he querido y admirado en mi paso, primero  como periodista y luego como funcionario, en los distinguidos y difíciles ámbitos del Banco Central.
 
Nunca olvidaré mi primera entrevista. ``Mire, Gallo -me dijo muy seriamente, como haciendo un puchero- lo primero que debo aclararle es que yo no soy como los dos funcionarios que me precedieron. Porque ellos jugaban en Primera, mientras que yo pertenezco a la Primera B.''
 
Evaristo Evangelista era un hombre de barrio y no pretendía ser otra cosa. Sentí que su sencillez había cautivado mi corazón. En un momento, (yo ya escribía para el inigualable diario La Prensa) surgió el recurrente tema de la pérdida de reservas. Y él me dio un gran ejemplo práctico: ``Mire Gallo, Ud. tiene un mercado único de cambios, y pierde reservas de oro y divisas todos los días. Lo desdobla, y sigue perdiendo divisas. Lo divide en cuatro, y sigue perdiendo divisas.''
 
Esta mala praxis es de una realidad tan inmanente como la del iceberg frente al Titanic. Pero no se la quiere ver. Es más, creo que buena parte de la intelligentzia argentina ha perdido toda pizca de sentido común. Así de simple. La principal misión del Banco Central, desde su creación, en 1935, consiste en ``mantener estable el valor de la moneda''. Y su segunda misión, no escrita, consiste en mantener un adecuado nivel de reservas de oro y divisas, suficientes como para asegurar un correcto comportamiento del mercado de cambios, con equilibrio entre las importaciones y las exportaciones de nuestro país.
 
En los países donde hay un mercado de cambios libre, las cotizaciones de las divisas fluctúan según las leyes de oferta y demanda. Pero donde no es libre, dependen de una cotización oficial fijada por el Central. Si va pareja con la paridad cambiaria de equilibrio es todo mucho más sencillo. Pero no siempre es así porque, frecuentemente, el Estado mete la mano en los ingresos del sector productivo a través de las retenciones. Un caso emblemático es la soja.
 
¿Cómo llegamos a este despropósito? Con la idea fatal de que los precios no los establece el mercado de un producto, sino la voluntad de las autoridades transitorias. ``Los precios- dijo pomposamente hace poco un diputado nacional- no los fija el mercado, sino nosotros''.
 
En este sentido, el mercado de cambios argentino constituye un caso notable de mala praxis repetida. Un fracaso notable de los técnicos del Banco Central. La culpa no es exclusivamente de ellos, pero tampoco son inocentes, encandilados todos por la utopía de usar la cotización del dólar como ancla contra el desmadre de la inflación. Ha sido tan torpe ese manejo, incluso bajo la tutela de funcionarios de dos signos políticos supuestamente antagónicos, que él país no solamente no crece, sino que está sumergido en una vorágine capaz de arrastrarnos a una miseria colectiva jamás vista, al estilo Cuba o Venezuela.

LA DOBLE NELSON

La Doble Nelsón es una de las tomas más famosas del deporte de la lucha libre y sirve como paradigma para entender el papel del Banco Central en toda esta oscura trama. El primer paso consiste en la emisión incontrolada de pesos, cuyo primer paso fatal ocurrió a partir de la renuncia de Martín Redrado como presidente del Banco Central, en enero de 2010, por negarse a tocar las reservas, a pedido de la presidenta Cristina, quien pensaba utilizarlas como garantía para un Fondo del Bicentenario, violando las normas fundamentales de nuestra máxima institución financiera.
 
Redrado advirtió: ``Estoy convencido de que las reservas tienen que quedar dentro del Banco Central porque son de todos los argentinos y no de nadie en particular. El Congreso debe decidir sobre sus destinos.''
 
Y allí se abrió la compuerta. El BCRA, convertido en un flan, simplemente siguió los vaivenes fatales de los gobiernos de turnos de turno, atado a unos principios andaluces muy castizos y fatales: ``Hay que tener todo lo que se debe, aunque se deba todo lo que se tenga.''
 
Segundo acto, el valor del peso moneda nacional (es una forma de decir) se deprecia notablemente como consecuencia de una emisión salvaje. Como corolario, se atrasa la cotización del dólar en el mercado oficial de cambios, lo que produce una suba espectacular de `Su Majestad el Blue'.
 
Por supuesto, con una brecha cambiaria superior al 130%, los exportadores aportan al Mercado Oficial de Cambios lo menos que pueden, mientras que los importadores compran todo lo que esté a su alcance. Resultado: el mercado de cambios argentino pierde divisas constantemente, desde hace muchos años, por tratar de tener una cotización oficial baja del dólar como ancla contra la inflación.
 
Después de todas las reservas de oro y divisas perdidas durante la última década, agregar este capítulo aciago para con las muy pocas divisas que nos quedan, es absolutamente incomprensible. ¿Y todo para qué? Para mantener bajo el valor ficticio del dólar oficial, con el fin de que sea un ancla, un contrapeso contra la inflación. Un disparate. Se cae en un sesgo antiexportador en un país que necesita desesperadamente dólares.

Frente a una crisis de estas características, los técnicos del Banco Central siempre tuvieron dos recursos: el cepo cambiario, o la libre flotación de nuestra moneda según las leyes del mercado. El primero es de muy compleja instrumentación y de muy inciertos resultados. Lo demuestra esta última etapa del supercepo instrumentada desde el 15 de septiembre.
 
El martes 27, el ministro Martín Guzmán abrió la puerta a una especulación con bonos en pesos atados al valor del dólar oficial y, momentáneamente, cesó la suba de blue. Pero el esquema es fatal. Una política cambiaría absolutamente suicida conducida por neófitos. Como diría a los espectadores un actor de comedia: ``Permanezcan en sus asientos, porque lo peor está por venir''. Nada menos que el iceberg.