Acuarelas porteñas

El ocaso de un pueblo


Danko y Vlado eran hermanos, rubios y algo toscos a la hora de jugar al fútbol. Habían llegado corridos de una de las tantas purgas y miserias que asolaban su Yugoeslavia natal, junto a un padre obeso, la madre bella y un apellido impronunciable cargado de consonantes. Pero eran infaltables en los duelos de potrero del barrio de Florida, donde se afincaron en busca de un destino mejor. Por entonces, la comunidad yugoeslava de esa zona lindera con el norte de la ciudad, había crecido notablemente.

Frente a mi casa vivía un laborioso constructor, cuyas bellas hijas Teresita y Nelly, fueron acompañando el despertar sexual de mi primera niñez. Por la misma calle, había al menos dos familias de similar origen. En aquél entonces, comienzos de los 60, el mariscal Josip Broz Tito había logrado la unificación de los Balcanes, y era considerado junto al exiliado Perón y el presidente indio Sri Pandit Nehru, uno de los líderes más poderosos de los países agrupados en la Tercera Posición, en plena "guerra fría".

Aunque el socialismo independentista practicado por el camarada Tito, había provocado heridas profundas en aquel conglomerado de croatas, serbios, macedonios, bosnios y montenegrinos entre otros. La vecindad me permitió conocer la realidad de aquellos chicos de infancia destrozada, esperando vanamente ante un horizonte cada vez más incierto, el éxodo inevitable. Aquí crecieron, en una sociedad que los integró con sus diferencias de toda índole (culturales, religiosas, raciales) con un contexto también convulso, pero ofreciendo trabajo, hogar y un nivel educativo (público o no) de excelencia. Mis vecinas de enfrente eran croatas, pero Vlado y Danko, serbios.

En nuestro equipo de fin de semana, sus presencias eran imprescindibles. Les faltaba gambeta y virtuosismo, pero eran luchadores, esforzados y dentro de la cancha hacían siempre lo correcto, Compañeros ideales para lucirse en los desafíos barriales que en nuestra imaginación adolescente eran como un Boca-River o San Lorenzo-Huracán de cada fin de fin de semana. Con partido, revancha y desempate, a veces en el mismo día.

Cuando todos desfallecíamos, los dos rubios parecían tener cuatro pulmones. Corrían todas las jugadas, iban a buscar los pases largos que uno hacía para sacarse la pelota de encima, a veces. Después del secundario empezaron a trabajar en dos fábricas de Munro, una de ellas del padre de Milo, otro de los jugadores de origen balcánico, aunque con mayor estatus económico. A todos les perdí el rastro en los 80. Había muerto Tito, y comenzaron las disputas separatistas que culminaron en la guerra de la década siguiente. Supe que Vlado y Danko volvieron a su país, arrasado, integraron las milicias, igual que Milo. Nunca conocí en que bandos estaban. Pero el recuerdo de todos ellos se vuelve más tangible con los años, al ver la corrosiva extensión de nuestra interminable grieta autóctona. ¿Es nuestro destino terminar como Yugoeslavia?. ¿O como Líbano? También había emigrados en el barrio de ese país asiático, considerado hasta los 50 el más pujante del Medio Oriente. Mi mejor amigo, Miguel, era hijo de un próspero matrimonio, cuyo comercio se derrumbó en pocos años, y debieron huir de Beirut. ¿Que llevó al ocaso de estos pueblos? . Algo que, quizá, y a la vista de los últimos sucesos de la realidad nacional, debería ponernos en alerta. Aquello que escuchábamos con asombro en nuestras charlas de niños.

El odio al otro, los robos, las tomas de casas o terrenos, las golpizas, las persecuciones, la intolerancia cotidiana. Los Balcanes, con el tímido y tardío apoyo europeo, lograron mejoras institucionales y económicas que han permitido una módica recuperación. Los genocidas, como Milosevic y Karadzic, fueron condenados por el Tribunal Penal Internacional de La Haya. Aunque las heridas de Kosovo y Sarajevo, no parecen cerrar, y son testimonio de una barbarie todavía cercana. En Líbano, todos los intentos de alcanzar acuerdos entre los sectores en pugna han fracasado, y la violencia recurrente no permite mostrar signos alentadores. Vlado y Danko nunca volvieron.

Las maravillosas muchachas que embellecieron mi infancia, afrontaron toda clase de sacrificios para surcar el sinuoso horizonte nacional. Miguel se fue a Brasil, hace muchos años. Construyó su vida allí. Sólo volvió para llevar a su madre a vivir con él. "Esa puerta se cerró para siempre", me respondió una vez que le pregunté sobre un posible retorno. ¿Hay margen aún para la concordia y la coexistencia política?. El último intento que recuerdo fue la asamblea Multipartidaria, convocada por todos los partidos democráticos a mediados de 1981, en respuesta a pretensión procesista por perpetuarse a través de "diálogo" y reparto de cargos.

La integraban hombres que la historia engrandece al comparar el degradado panorama político nacional: Ricardo Balbín, Deolindo Bittel, Ángel Robledo, Herminio Iglesias, (tantas veces apostrofado por los mismos peronistas), Italo Luder, Oscar Alende, Guillermo Frugoni Rey, Emilio Hardoy (por entonces columnista de La Prensa), y socialistas de todo pelaje, desde Estévez Boero y Simón Lazara hasta Juan Carlos Coral. Por cierto, solo el comunismo procesista se autoexcluyo. La labor de la Multipartidaria fue clave para el retorno de la democracia y pocas veces reivindicada. Para Balbín era concretar un sueño compartido con Perón: "La hora del pueblo".

Ambos no llegaron a verlo. Los viejos adversarios, que se convirtieron en amigos, fallecieron antes, uno en su tercer mandato presidencial, y el líder radical en el final del invierno de 1981. Nuestro colorido oficialismo proclive a la autocracia, y su oposición egoísta de proyectos, ¿podría alcanzar ahora una alianza similar, que más allá de la siempre bamboleante economía, restituya valores fundamentales para la convivencia y fije objetivos nacionales compartidos?. Aunque muchos esbocen una sonrisa escéptica, me reservo la esperanza. Fuimos tierra de acogida, y desde hace tiempo ya, expulsamos a jóvenes y mayores. No debería ser un dato menor para quienes pretenden ser protagonistas políticos de este tiempo.