LA BELLEZA DE LOS LIBROS

La manzana pareja que no persiste en mi barrio

Entre 1901 y 1914, es decir, entre sus dos y sus quince años de edad, Borges vivió en una casa del barrio de Palermo, en Buenos Aires, ubicada a sólo tres cuadras de la plaza Italia, del Jardín Botánico y del ex Jardín Zoológico.

La vivienda llevaba el número 2135 de la calle Serrano. Actualmente, tal número no existe: al 2129 sigue el 2137.

El 24 de agosto de 1996 –fecha en la que el poeta habría cumplido noventa y siete años– el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires decidió rendir homenaje a Borges rebautizando con su nombre el tramo de la calle Serrano que corre entre Santa Fe y Honduras, y que, desde luego, incluye la cuadra donde estuvo su casa.

Con ironía que aplaudo, Alejandro Rubio comenta que el entonces jefe del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires

dijo algo así como que esperaba que cada viandante que fatigara las veredas de la ex Serrano sintiera los efluvios espirituales provenientes de la nueva denominación como un impulso arrebatador hacia el mayor conocimiento de las letras, las artes y las ciencias, esbozando de ese modo una estremecedora concepción de la política educativo-cultural del municipio como otra rama de la literatura fantástica.

Ignoro si realmente el funcionario expresó tales ideas y en tal estilo, pero, como el pasaje de Rubio está favorecido por la gracia literaria, acabo de reproducirlo con placer no exento de sadismo.

Orgullo burocrático

Sin la menor duda, no puedo menos que oponerme –por razones afectivas y poéticas– a que la calle Serrano se llame ahora Jorge Luis Borges.

En primer lugar, y por principio racional, modificar el nombre de cualquier lugar público constituye un obstáculo para la gente y un fomento de la inoperancia y de la pérdida de tiempo (dos valores muy caros a los burócratas de la especie que fueren). También entiendo que puede latir, en el ánimo del bautista en cuestión, cierto orgullo creador…

En segundo lugar, en el caso que nos ocupa, el cambio de nombre burla la propia voluntad de la persona a la que se pretende honrar:

Yo preferiría que una vez muerto nadie se acordara de mí, sería horrible pensar que algún día habrá una calle que se llame Jorge Luis Borges, yo no quiero una calle, yo quiero dejar de haber sido Borges, quiero que Borges sea olvidado… 

Como vemos, tal opinión de Borges estuvo lejos de ser compartida por las autoridades comunales porteñas.

Estropicio literario

Pero, además, el poemario Luna de enfrente (1925) incluyó “A la calle Serrano”. Y, si bien Borges eliminó esta poesía en ediciones ulteriores, no puede negarse que ella está dedicada a la calle Serrano y no a la calle Jorge Luis Borges.

El estropicio es todavía más nefasto si recordamos los dos hermosos alejandrinos de la “Fundación mítica de Buenos Aires” (Cuaderno San Martín, 1929):

La manzana pareja que persiste en mi barrio:

Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga.

Vemos que, por una decisión administrativa del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, el aserto del poeta se ha vuelto erróneo: la manzana ya no persiste, puesto que uno de sus lados ahora no se llama Serrano sino Jorge Luis Borges.

O sea que Borges inmortalizó en 1929 una manzana querida de su barrio (exactamente la manzana donde se hallaba la casa en la que él vivió hasta los quince años de edad, la casa en que se desarrollaron su niñez y su pubertad), para que, en 1996, personas no avezadas a las sutilezas de la poesía convirtieran el verso en una evocación inexistente.

Una calumnia

Creo que es posiblemente falsa la noticia de que los asesores culturales del gobierno sugirieron modificar el verso de Borges para adecuar la poesía a “la nueva realidad que vive el país”.

Según ese rumor, el pasaje en cuestión –ahora restaurado– debería quedar así:

 

La manzana pareja que persiste en mi barrio:

Guatemala, Jorge Luis Borges, Paraguay, Gurruchaga.

 

Si damos fe a la leyenda, uno de esos doctos varones dejó oír su opinión: 

–No sé por qué, pero ahora me suena mal el espiche del chabón, me suena. 

Esta agudeza habría abortado el proceso de convertir en amorfosílabo municipal el otrora alejandrino borgeano.