La política del aguante y el clima de vísperas

 

Con el cepo “para aguantar” (Martín Guzmán dixit) la escasez de dólares como símbolo de la etapa, el gobierno nacional se ha transformado en una estructura a la defensiva. Eduardo Duhalde ve groggy a Alberto Fernández (lo compara con Fernando De la Rúa y con él mismo cuando preparaba su retirada) y el Presidente procura desmentirlo exhibiendo algunos gestos de combatividad que -al revés-, confirman su endeblez.

Exhortar a los argentinos a “ahorrar en pesos” justo en el momento en que cuatro millones de pequeños ahorristas se ven frustrados en su intención de comprar los pocos dólares que el gobierno hasta una semana atrás les admitía, parece una muestra de ingenuidad o de confusión. La falta de confianza en el peso requiere remedios más eficaces que el discurso voluntarista.

La falta de confianza se traslada al gobierno. Probablemente porque éste suele encapsularse en una atmósfera interna tensada por pujas de influencia y , en esa dialéctica, la figura presidencial se desdibuja mientras crece la de su gran electora, la vicepresidente, que ante el espacio desierto y por mero efecto gravitatorio establece sus preocupaciones y afanes como prioridades.

El gobierno alega que es la influencia mediática la que induce esa imagen. “En el diario de ustedes le echan de todas las culpas de lo que sucede en Argentina a Cristina Kirchner” -les reprochó anteanoche el jefe de gabinete, Santiago Cafiero, a dos periodistas del grupo Clarín.

Una cosa no es óbice para la otra y un dirigente político debería comprenderlo. El conflicto con los medios dominantes es sencillamiento otro dato objetivo que converge en el decaimiento general del gobierno, más que su causa. Conviene quizás considerarlo un síntoma. Habitualmente en tiempos de dificultades se observan esos indicios, esos climas.

CLIMAS ACIAGOS

Cuando un columnista tan establecido como Joaquín Morales Solá -presidente de la Academia Nacional de Periodismo, nada menos- escribe un artículo como el que firmó el último domingo en La Nación vale la pena preguntarse qué está pasando (o qué está por pasar).

“El país vacila ante el abismo (...) El paisaje es yermo, se lo mire desde donde se lo mire (...) Cristina Kirchner se dio el lujo político de destituir a tres jueces que la juzgaron o la juzgarán con el voto de 41 senadores de los 72 que hay en total. La rendición de la dirigencia peronista es tan alarmante como la decadencia económica (...) la deserción de la Corte Suprema frente a un grave conflicto institucional, la complicidad de la Cámara de Casación Penal (que aprobó las destituciones) y las insoportables dilaciones de la Cámara en lo Contencioso Administrativo, que no resuelve nada sobre el planteo de los jueces damnificados (...) La Corte Suprema huyó de su responsabilidad institucional, que la obliga a tomar una decisión en el caso de los tres jueces destituidos de hecho por el Senado que gobierna Cristina (...) La Corte calla (..) La oposición está acorralada (...) Cristina avanza, pero el precio político es cada vez más caro para ella y para Alberto Fernández. Podría serlo también para la Corte Suprema”.

El autor describe un cuadro dramático (sobre el que implícitamente reclama soluciones) que abarca no sólo a los poderes institucionales (Ejecutivo, Legislativo, Judicial en diferentes instancias, incluso la suprema), sino -si bien se mira- a su basamento, la soberanía popular, que es la que los entronizó. Es un retrato de catalepsia social e institucional.

La desasosegada perspectiva de Morales Solá no es excepcional. A juzgar por las movilizaciones que se vienen produciendo en ciudades del país, hay un número considerable de personas que no parecen dispuestas a convivir con el gobierno, ni tampoco a admitir fallos judiciales, normas legislativas o conductas políticas que no coincidan con sus juicios (o prejuicios).

LA JUSTICIA Y EL PODER

Pequeño detalle: hay una amplia porción de la ciudadanía que votó aquellos poderes y no comparte ni las prioridades temáticas ni necesariamente las sospechas o las inquinas del sector que se refleja en aquella descripción. Dentro de ese amplio conglomerado hay, por otra parte, una legión mucho menos numerosa pero sí intensa, que expone sus propias ideas con un simétrico énfasis patético. Si para aquellos la señora de Kirchner ordena todos los fallos judiciales, las normas legislativas y las medidas administrativas de las que ellos abominan, para la minoría intensa que se referencia en la señora, las investigaciones judiciales que la incriminan son obra de lo que denominan lawfare. Unos y otros coinciden, irónicamente, con Trasímaco (Platón, La República): “Te digo que la justicia no es otra cosa sino la ventaja del más fuerte".

Sólo que para unos “el más fuerte” es la señora de Kirchner (o el gobierno, o el peronismo) y para los otros es el poder financiero (la oligarquía, los grandes medios, el imperio, etc.).

Esa es la infraestructura de la grieta, que parece volver imposible la conviviencia. Un fenómeno que se incementa con las dificultades y tensiones económicas y con el agravante de una pandemia que no parece tener fin a la vista.

Una sociedad necesita convencerse de que tiene un destino común. Necesita también tener una autoridad firme y legítima, capaz de suscitar confianza incluso en los fragmentos que se resisten a la unidad.

Roelf Meyer, uno de los pilares del proceso de pacificación de Sudáfrica - y hoy un prestigiado mediador en la búsqueda de salida a situaciones de conflictos ancestrales (Irlanda, Colombia) ens eña que “no se puede superar enfrentamientos cuando una de las partes se siente superior a la otra. Si hay supremacismo, no puede haber redistribución del poder. Unos creen merecerlo todo y otros luchan por quitárselo todo”. Para él, el secreto para pacificar reside en “transformar la identidad de cada parte y todos sus principios irrenunciables en cuotas de poder, porque la identidad y los principios no se pueden repartir, pero el poder político, sí”. Y “el síntoma de que vas en la buena dirección es que todos dejan de hablar del pasado y sus grandes gestas y empiezan a hablar del futuro y el presente”.

Argentina ha encontrado momentos de ese tipo. Lamentablemente, siempre sobrevinieron después de alguna crisis grave. ¿Será posible evitar esa condición?

Para salir de su repliegue, y fortalecer la gobernabilidad, el Presidente debería recuperar el espíritu de sus primeros mensajes, los compromisos de trabajo en común con todos los gobernadores y con los sectores económicos y sociales, la actitud colaborativa de los primeros momentos de la pandemia y la formulación de un proyecto de reactivación y crecimiento. Ir más allá del aguante, hablar del presente y el futuro.