El plan que tenía Gámez, pero mejorado

 

Alguna vez, hace muchos años, durante una extensa entrevista que hicimos, Raúl Gámez, por entonces comandando una de las tantas presidencias de Vélez que tuvo a su cargo, me dijo: "tengo la solución para acabar con la violencia en el fútbol". Abrí los ojos bien grandes. "Que no haya público de los visitantes en las canchas. Que vayan solo los locales. Listo", resumió su plan antibarras. Seguimos hablando de fútbol y otras yerbas pero me fui de Liniers esa noche pensando en que el hombre tenía la solución a un problema que siempre me pareció irresoluble.

Sin embargo, como en el fútbol argentino casi nunca dos más dos son cuatro, lo que sucedió varios años después de aquel planteo de Gámez desmintió su inocente sueño de paz.  El afamado dirigente quien, vaya paradoja, supo pelearse con hooligans cuerpo a cuerpo en el Mundial de México 86 cuando era un joven barrabrava del Fortín, no se imaginaba que las disputas, años más tarde, iban a ser por espacios de poder dentro de las propias barras de los clubes. Business, man. Ya no les interesa pelearse con clásicos rivales.

Hoy la hinchada de Almirante Brown (equipo de la Primera B, la tercera categoría de nuestro fútbol) tiene, dentro de su misma tribuna, cuatro barras diferentes. Cuatro. Grupos disidentes, les dicen.  Es un caso emblemático, pero que se replica en otras instituciones en las que no logran ponerse de acuerdo en quién o quiénes debe repartir las turbias ganancias de los negocios espurios de los violentos, siempre posibles gracias al accionar de dirigentes y políticos, claro.

La cuarentena por la pandemia arruinó varias recaudaciones, en todos los ámbitos. El país (y el mundo) se desangra y trata de ir recomponiéndose con aperturas paulatinas. Intenta ir armando una nueva normalidad. Pero mientras acá se piensa en el retorno del fútbol de Primera recién para mediados de octubre (sin público, obviamente), en casi todo el planeta se juega por lo puntos (de hecho en la semana volvió a rodar la Copa Libertadores) y, en algunos torneos extranjeros, con hinchas en las gradas también.

En Brasil las autoridades ya anunciaron que, a partir del 4 de octubre, volverán las torcidas en el mítico Maracaná de Río de Janeiro, aunque con un cupo limitado. Y eso que se trata del país de Sudamérica  más contaminado por el odioso Covid-19. Muchos entiendes que hay  que adaptarse. Eso de convivir con el virus. Es decir, hacerse malos amigos de él hasta que la vacuna mágica nos devuelva esa felicidad que no sabíamos que teníamos.

Y en esa adaptación que llevan a cabo la mayoría de las ligas del mundo, acá venimos relegados, como pateando la pelota para más adelante, como lo haría un zaguero mediocre arrojándole siempre el pelotazo al 9 que está en off side, solo para quitarse un problema de encima y que el árbitro detenga las acciones. Que quede todo como está.

Así, mientras muchos piensan en ir agregando público de a poco en la canchas, acá todo eso parece una utopía. Con una a favor de la pandemia. Por los menos, los barras seguirán sin poder ir por un tiempo a la cancha. Simplemente, porque nadie podrá ir. Ni a Gámez se le hubiera ocurrido.