LOS 30 AÑOS DEL BFN

El camino hacia la propia identidad

Silvia Zerbini fue la última directora del Ballet Folklórico Nacional en acceder al cargo por concurso, en 2017. Pero en noviembre pasado decidió dar un paso al costado. Explica las razones.

"El Ballet Folklórico Nacional (BFN) vino a cubrir una necesidad imperiosa de todos los bailarines del país. Lo fundaron Santiago Ayala 'el Chúcaro' y Norma Viola, dos personalidades muy potentes, de quienes la Compañía absorbió su carácter. Y al desaparecer ellos, con el paso del tiempo y su dinámica, no se pudo construir una identidad propia del Ballet. Siguió siendo siempre 'el Ballet del Chúcaro y Norma''. Esto afirma Silvia Zerbini, la última directora del BFN en acceder al cargo por concurso, en octubre de 2017. Lo hizo con un proyecto que desarrolló junto a Mariano Luraschi, ex integrante del cuerpo de baile oficial, que al alejarse ella de la conducción en noviembre pasado tomó la posta.

Zerbini, bonaerense de nacimiento y riojana por adopción, considera que "esa impronta del 'Chúcaro' y Norma, tan rica y revolucionaria, se ha ido diluyendo, y cada uno de los que estuvimos ahí intentamos darle al Ballet una característica propia que todavía no se termina de lograr. No hemos sabido o no hemos podido sostener la locura, la genialidad, esa maravillosa reformulación de los fenómenos folklóricos que llevaron adelante los Maestros. Que además tuvieron entre ellos un engarce perfecto'', señala.

-¿Cómo funcionaba aquella pareja?

-Los dos eran tremendamente creativos. Norma ponía la prolijidad, el cuidado en las terminaciones, y 'el Chúcaro' tenía el desenfado, el afán de romper con todo. Es un poco eso lo que yo quise rescatar en mi gestión al frente del Ballet, lo intenté durante dos años pero al ver que no se podía decidí correrme de ese lugar.

-¿Qué cree que se debe hacer con las grandes obras del 'Chúcaro' y Norma?

-Me parece muy bien que se mantengan, son cuadros maravillosos. 'Juegos pampeanos', por ejemplo, es una obra atemporal. Pero hay que presentarlos en sepia, que se sepa que fueron producto de una época. Pretender traer eso al hoy es un error. Los tiempos han pasado vertiginosamente y ha ido ganando espacio lo liviano, propuestas que no tienen nada que ver con una tierra que está muy alejada, en distancia y en conexión, de Buenos Aires. Por eso dejé la Dirección y pedí correrme a un área de capacitación, para trabajar la tierra, para moverla como cuando uno quiere que crezcan las plantas. Mi afán sigue siendo que el Ballet represente a la totalidad y la actualidad del país, porque el folklore es móvil, dinámico y está muy vigente.

Otra mirada

-Justamente, uno de sus objetivos declarados al asumir el cargo fue transmitirles a los bailarines la especificidad de los movimientos de cada región. ¿Qué otro aporte cree haber hecho?

-Intenté acercarles una mirada diferente. Recuerdo que a fines de julio me ponía frente al Ballet y les decía 'chicos, la semana que viene comienza agosto', a la espera de ver sus reacciones. Y en esta vida citadina de los bailarines, que tienen que mantener una familia, luchar por mejores condiciones de trabajo, etc., a ellos la llegada de agosto les era indiferente, siendo que desde el centro del país hacia el norte agosto es un mes sagrado. Es el momento en que se empieza a honrar a la Pacha y en provincias como Jujuy todo el mes se celebra a la Tierra. Ese he querido que sea mi aporte, ayudarlos a replantearse algunos conceptos, saber que el bailecito tiene hoy otros movimientos y que la zamba puede contener otras expresiones. La flexibilidad no debe estar sólo en el músculo sino también en la cabeza y el corazón. Y no hablo exclusivamente de los bailarines sino de una estructura administrativa que no está aceitada y que debiera revisar sus políticas de construcción.

-Le tocó asumir el cargo después de un año de acefalía y con un cúmulo de problemas por resolver.

-Es cierto. Y así como uno sabe que un niño de una escuelita de Guachín si está desnutrido tiene menor capacidad de aprendizaje, también sabe que un bailarín que es estandarte de un país, si no está contenido tampoco va a dar lo mejor de sí. A lo largo de mis dos años de gestión, después de toda una vida de jugármela eligiendo cómo abordar el folklore, aprendiendo de los más grandes, muchas veces sentí que nadie me escuchaba. Entonces decidí llevar todo eso a un lugar donde pueda generar una fertilidad. No voy a negar el virtuosismo técnico de los bailarines, pero considero que el fuego, para que caliente, debe venir de abajo. Para que la riqueza del país se vea representada en los cuerpos, esos artistas tienen que crecer hacia adentro también.

Legitimidad

-Uno de los reclamos actuales del elenco es atender las necesidades específicas de las madres bailarinas. Habiendo sido usted misma bailarina y mamá, ¿qué visión tiene sobre el asunto?

-Yo acepto los nuevos planteos, pero sabiendo que a veces se van a los extremos. He bailado veinte años en el Festival de Cosquín con mis cuatro hijos a cuestas. Mis chicos se conocen todas la butacas de la Plaza. Es decir, en algunos temas me parece bueno empezar a proponer cosas nuevas, pero siendo habitantes de un continente que está ardiendo me gustaría que dejemos de potenciar nuestras problemáticas personales. El reclamo es legítimo, pero no es fundamental para la realidad que nos toca transitar. Ser madre y artista es una decisión que una toma y debe saber que no es tarea fácil.

-El tema de la jubilación del bailarín sigue estando postergado.

-Es por lo que más luché desde la Dirección. Golpeé puertas durante dos años, sin suerte todavía. Es lo primero que se debería resolver, por dos motivos: para que los artistas reciban un reconocimiento por una vida puesta al servicio del Ballet, pero además para que se pueda dar una movilidad que dé lugar a tanta gente que se está preparando para llegar. Mi sueño era abrir nuevas sedes para que el BFN pudiera funcionar en al menos otras dos provincias, además de Buenos Aires. Pero a gatas se puede sostener una.