DETRAS DE LAS NOTICIAS

El año del miedo

 El miedo es una alteración angustiosa del ánimo que experimentamos ante una amenaza real o imaginaria. El coronavirus es una amenaza real, que ha vaciado las calles de todo al país. Después de unos días de incredulidad, la información sobre las posibilidades de contagio nos hizo comprender la necesidad de aislarnos en casa. 

Si bien el miedo normal, actúa como un sistema de alarma biológico que nos avisa del peligro y,  por lo tanto,  nos protege, permitiéndonos reaccionar adecuadamente ante la situación que vivimos, el miedo anormal, que hemos experimentado muchos argentinos,  o sea,  el miedo excesivo, a veces nos  impide actuar, nos paraliza y,  en otras ocasiones, nos hace sobreactuar. Algunos nos hemos quedado sin salir ni a la puerta y otros han tratado de huir, abalanzándose sobre el peligro, provocando serios riesgos de contagio en muchas personas. En resumen, cuando el miedo sobrepasa el límite de lo normal, o es demasiado débil,  incide negativamente en nuestras decisiones.

Decidir, como decía Ortega es preocuparse, ocuparse por anticipado. A cada instante debemos resolver qué vamos a hacer en el siguiente, lo que va a ocupar nuestra vida.. Detrás de cada decisión subyace el miedo, la angustia, en mayor o menor medida.

En la sociedad en que vivimos, a diferencia de las del pasado, la acción es electiva, la tradición no es sagrada, hay  más posibilidad de alejarse,  o no respetar la decisión del grupo, el individuo puede pensar diferente. Al tener libertad para elegir es responsable de sus actos,  debe pensar en las consecuencias de sus acciones porque posiblemente  afecten a otros. No está solo. 

Decido, luego soy

Nuestras decisiones nos indican quienes somos. Diariamente, vemos sacrificarse a personas, yendo a trabajar a los hospitales, inventando máscaras, o produciendo cosas que ayudan a evitar el contagio o a pasarlo mejor, en caso de tener la desgracia de tener que pasar días en un centro de salud. También irresponsables que suben a un avión simulando estar sanos.

Hoy tenemos dos alternativas: subir o bajar por el árbol del miedo. Hacia arriba huimos o nos ocultamos; hacia abajo tomamos conciencia de que lo tenemos, lo aceptamos, nos sinceramos con nosotros mismos y allí comienza la apertura que nos llevará a vivir la vida como una aventura digna de ser vivida.. Esto implica algunos costos que tenemos que afrontar cuando no hay otro remedio.

Las personas deben orientarse por si mismas en multitud de situaciones cruciales para sus vidas, sin la guía del grupo familiar que, por lo general, confiere afecto y seguridad psicológica. La sola idea de estar solos en terapia intensiva es un ejemplo que nos asusta, pero es parte de la vida. Vivir es tratar de solucionar problemas. La esperanza de curarnos y de recibir un trato digno que nos evite sufrimientos disminuye el miedo. Hasta que aparezcan remedios efectivos o vacunas debemos cuidarnos lo mejor posible. Nuestra  vida no es solo nuestra persona sino que de ella forma parte nuestro mundo. Ambos solicitan nuestra atención constante. El miedo, como los prejuicios, coarta nuestra actividad, como también, la irresponsabilidad ante la pandemia.

En situaciones de crisis como es un accidente, una guerra, o como en la actualidad, un peligroso virus, el poder tiende a concentrarse, para que las decisiones sean más rápidas y efectivas. El Estado, tuvo un papel fundamental para alcanzar, sin pérdida de tiempo, un acertado diagnóstico de la realidad que vivimos. El conocimiento es el punto de partida para el comportamiento exitoso. De esta manera, se está más cerca de alcanzar una conducta correcta, aunque no esperemos que sea óptima. Las acciones dispuestas, como sucede en otros países, tendrán algunas consecuencias no deseadas, siempre desagradables y a veces, desgraciadamente, terribles. En los países donde colapsa el sistema de salud se elige, como en la guerra, a quién salvar.

Sin saber a ciencia cierta, si se logrará lo mejor, el Gobierno  lo está intentando. O por lo menos eso esperamos. Deseamos que el humanitarismo sea universalista y apolítico como lo es el de la mayoría de las fundaciones privadas o el de las organizaciones cristianas o la de las personas que están sacrificándose por curar a los enfermos. 

El peligro del burocratismo

Es loable la actividad del presidente Fernández y su diario interés en reducir el peligro del contagio, pero no debiera  írsele la mano. Cuando se oprime a la actividad privada y se pretende planificar a la sociedad como si fuera el ejército,  mediante órdenes, se opaca la iniciativa individual y la creatividad, siempre tan importante, y más, en situaciones de crisis,  como en este caso, una pandemia. El peligro del burocratismo, la impersonalidad y el sectarismo político acechan y pueden invalidar las mejores intenciones. 

No debe olvidar el Gobierno que la sociedad es esencialmente cooperativa y el trabajo es la base de esa cooperación. Debe buscar la manera, ya lo está haciendo la sociedad civil, de asegurar la producción de bienes y servicios;  de que la  gente pueda ir a trabajar, con todos los recaudos necesarios, depende  que las funciones sociales aseguren el bienestar general. Contrariamente,  a lo que por lo general se cree,  el trabajo no es alienante sino que, en vez,  es una forma de integración social y psicológica. Hoy  notamos, los que debemos acatar la cuarentena, que también sirve como terapéutica. Métodos para evitar las enfermedades contagiosas  si no van acompañados de trabajo y aumento de la producción y productividad  no podrán evitar la pobreza y otras enfermedades. 

Recuperarnos económicamente no se dará por milagro sino por  sanas políticas económicas. Si se empobrece desde el Estado, como se está haciendo con los impuestos distorsivos y decretos que le pegan fuerte a quienes invierten, la pasaremos mal. Ahorro es igual a beneficios para todos los que quieren producir. Los salarios pueden ser pagados si hay gente que consume. Le será imposible al empresario continuar con su empresa si no se le abona adecuadamente por lo que produce. El Estado no debería congelar la actividad productiva de los argentinos, sino  congelar  su gasto excesivo y la emisión. 

Recién estamos comenzando a sentir los efectos del coronavirus en la salud y en la economía. Los países adelantados ya han visto la importancia de contemplar los dos temas .El primero está llevándose bien hasta ahora y,  felizmente, el Presidente no solo ha tomado el toro por las astas, sino también, ha llevado tranquilidad a la población. Doble sería el aplauso  si pusiera  a trabajar a su equipo económico en un  verdadero plan antiinflacionario, que reduzca el gasto público, libere la capacidad productiva,  sometiendo a la competencia a todas las áreas de la actividad económica y si realizara acuerdos libres y amistosos con los productores sin necesidad de congelar los precios.

Parar la emisión lleva implícita una profunda reforma del estado que el Gobierno no ha dicho que llevará adelante. En vez, se ha amenazado con una  ley de abastecimiento. No es conveniente: viola las normas constitucionales que permiten la libertad de comercio, también las que garantizan la propiedad, y el derecho individual de que las personas, dispongan de los frutos del propio trabajo de la manera que quieran. La sociedad no permitirá el abuso del poder estatal, por ello tantas voces piden que el Estado controle sus cuentas. 

El gasto se va a aumentar con la necesidad de ayudar a las provincias y por el desequilibrio de las empresas del Estado que necesitaran mayores desembolsos del Tesoro. El déficit del sistema de previsión social es otra amenaza. Ante esta situación de emergencia, lo prioritario es la salud, pero el déficit de presupuesto no puede financiarse  con  nuevos impuestos y contribuciones. Como no se aproveche la situación para realizar reformas necesarias que ayuden, en un futuro cercano, a la recuperación y desarrollo del país, habrá mayor emisión para financiar el antiguo y nuevo déficit. El Gobierno debe controlarse a sí mismo sin castigar a todos los argentinos, como viene haciéndolo hasta ahora. 

El futuro es una conquista, tenemos que luchar contra los políticos que construyen la realidad mediante el autoengaño, construyendo una realidad a su medida, sin pensar en las consecuencias de sus decisiones. Se necesitan transformaciones socio-económicas en el sentido de abandonar una economía de base dirigista, intervenida por el Estado  y agobiada por la inflación. Los argentinos, sobretodo los empresarios, necesitan saber si el escenario que delineará el Gobierno, en un futuro próximo, les permitirá  ejercer su energía y creatividad.

La sociedad acepta que se destinen fondos con fines asistenciales en esta situación de emergencia, incluso política fiscal de emisiones públicas y presupuesto deficitario, pero no que vaya más allá de unos meses. Ya se debe ir pensando en una salida que ayude rápidamente a salir del limbo sin llegar al infierno.

Lo sensato es que haya un clima de libertad, responsabilidad y prudencia, como marco adecuado para el tratamiento razonado de la difícil situación que atravesamos.