Claves de Estados Unidos

Sanders, el demócrata que ama a Fidel Castro

He tenido oportunidad de presenciar todos los debates internos del Partido Demócrata de los Estados Unidos, ocurridos hasta ahora con relación al proceso de definición de quién –en definitiva- será su candidato en las próximas elecciones presidenciales, en las que se enfrentará con Donald Trump, acerca de cuya candidatura con los colores del Partido Republicano, parece haber, al menos por el momento, muy pocas dudas. 

El escuadrón de candidatos demócratas era numeroso pero estaba encabezado por el senador pro-socialismo Bernie Sanders, que por un momento concentró las simpatías de la mayoría de los demócratas. 

El nivel del debate político ha sido llamativamente pobre y ninguno de los candidatos parece ejercer un magnetismo que lo haga imbatible. Sin embargo, en esta instancia pre-electoral, el Partido Demócrata ha revelado algunos preocupantes perfiles populistas. El que más me llama la atención es el que tiene que ver con la propuesta de la senadora Elizabeth Warren de establecer un impuesto al patrimonio en un país que hasta el momento no lo tiene. Soy de los que creen que ese tipo de impuesto es no sólo una expresión de populismo sino un freno a la inversión, un instrumento fenomenal de desaliento y, por ello, un error enorme. 

    En la carrera interna del Partido Demócrata el liderazgo ya no está en manos de Bernie Sanders, un político de aspecto desordenado, con una larga experiencia, inclinado ideológicamente hacia la izquierda. Su aspecto personal no es atractivo. Proyecta la sensación de ser un cascarrabias desaliñado, no demasiado dispuesto a escuchar a los demás. Gesticula con sus brazos largos constante y ampulosamente, sin preocuparse por lo que parece una costumbre de señalar con el dedo a sus adversarios, más allá de lo que aconsejan los buenos modales.

    Bernie Sanders –cabe señalar- prefiere no adentrarse en temas de política exterior. Pero los debates y el periodismo lo obligan a hacerlo, aunque sin demasiada insistencia. La presión de los medios parece haber –curiosamente- provocado en Bernie Sanders la necesidad de referirse, con alguna admiración, a las políticas sociales del sanguinario dictador cubano Fidel Castro. Sanders reafirmó su larga admiración respecto de Castro, aclarando sin embargo que se opuso a la “naturaleza autoritaria” del régimen comunista cubano. Al referirse a Castro, no hizo mención alguna a sus fusilamientos, torturas, violaciones de derechos humanos o a su carácter absolutamente dictatorial. Para Sanders, el régimen cubano fue “atractivo”. Y por eso ahora –a destiempo- pondera sus esfuerzos en materia de alfabetización. En su entusiasmo, Sanders olvida que ya en 1953 Cuba tenía al 78% de su población alfabetizado, en promedio. Y que en las ciudades cubanas ese porcentaje era de casi el 89% y que ya en la década del 50 estaba entre los más altos de América Latina. Esto ciertamente antes de la llegada del comunismo, de la mano de Fidel Castro.

    Lo real es que Cuba hoy, después de décadas de maltrato social, tiene uno de los niveles de vida más bajos de toda la región, que es expresión inequívoca del rotundo fracaso del “modelo” cubano. 

    Las ilusorias reflexiones de Bernie Sanders sobre Cuba muestran una suerte de enamoramiento que poco y nada tiene que ver con lo realmente sucedido en la isla caribeña, que por décadas ha estado sometida a la feroz tiranía del Partido Comunista local. 

    La otra cosa que le ha ocurrido a Bernie Sanders con motivo de la campaña en que está inmerso es que la inevitable revisión de su actuación política pasada genera ahora algún asombro, porque sugiere que Bernie Sanders ha tenido, desde hace muchos años, una suerte de entusiasmo reprimido (y semi-escondido) por los gobiernos marxistas de la región.

    Cuando la Unión Soviética regenteaba a Nicaragua, Bernie Sanders se hizo del tiempo necesario para visitar al país centroamericano. Cuando su propio gobierno calificaba a Daniel Ortega y a sus secuaces como “terroristas”, Bernie Sanders, en cambio, manifestaba entusiasmo por “su inteligencia y sinceridad”. 

    Además de visitar Nicaragua, Bernie Sanders viajó a Rusia y a Cuba, donde evidentemente quedó impactado por los programas locales de alfabetización, lo que demuestra que tenía bastante poca idea de cuán avanzada socialmente estaba ya la sociedad cubana en materia de capacidad de leer y escribir.

    Bernie Sanders se proclama constantemente como un socialista, lo que –ex ante- pareciera ser la adopción de una postura que –en los EEUU- difícilmente pueda conducirlo a la Casa Blanca. Pero si recordamos el camino recorrido por el presidente Donald Trump, en cuya victoria muy pocos inicialmente creían, podemos concluir que casi todo es posible en las confrontaciones electorales norteamericanas contemporáneas.

    Cuando se lo presiona a tratar de definir más concretamente cuál es el tipo de “socialismo” en el que cree, Bernie Sanders se refugia en Escandinavia, sugiriendo que se trata de aquél que prevalece en algunas sociedades europeas, como es el caso concreto de Dinamarca. 

    El reflejo del pasado que revela la extendida trayectoria política de Bernie Sanders no es brillante, sino preocupante y algunos videos filmados en su campaña en el 2016 lo hacen hoy vulnerable, desde que revelan la presencia de una fuerte atracción hacia el socialismo como “modelo” político y un desconcertante entusiasmo por los déspotas de izquierda. En la década del 80, por ejemplo, Bernie Sanders silenció los abusos sistemáticos soviéticos en materia de derechos humanos, así como los ataques y persecuciones a las minorías religiosas o étnicas. Por esto hoy algunos califican duramente sus actitudes en la década referida como las propias de un verdadero “idiota útil”. 

Lo que sucede hoy con Bernie Sanders, cuyas opiniones y actitudes pasadas están siendo cuidadosamente revisadas, nunca fue algo imprevisible. En 1992, a Bill Clinton lo interrogaron en profundidad respecto de un viaje que realizara en 1969 a la Unión Soviética. Cuando John F. Kerry fuera el candidato demócrata del 2004, sufrió ataques vinculados con una visita por él realizada a Nicaragua, en 1985. Curiosamente, en ese mismo año también Bernie Sanders visitó al país centroamericano. Pero nadie se encandiló entonces con su viaje.

Bernie Sanders más de una vez manifestó tener “mucho entusiasmo” por la revolución encabezada en 1959 por Fidel Castro en Cuba. Cuando estudiaba en la Universidad de Chicago, militó en la Liga de Jóvenes Socialistas. 

Para algunos, las actitudes de Bernie Sanders en materia de política exterior son “simplistas”; esto es, expresión de una visión más bien ignorante y hasta “provinciana” acerca de la realidad del mundo, más allá de su propio país. Nada inusual en los EEUU.

Pese a todo, la presencia de Bernie Sanders nunca impresionó demasiado a los líderes comunistas. Tan es así, que cuando visitó a Cuba, al llegar pidió una entrevista con Fidel Castro, pero tuvo que conformarse con una reunión que –a modo de magro consuelo- le concediera el alcalde de La Habana. No obstante lo cual quedó encandilado por el régimen comunista cubano y por el “fervor” que creía existía en el apoyo popular que Castro había logrado, al que Sanders describió solemnemente como “un afecto de naturaleza casi religiosa”. 

Lo expresado más arriba sugiere que si, de pronto, el altanero Bernie Sanders logra ser un inquilino más en la Casa Blanca, la política exterior toda de los Estados Unidos podría sufrir un terremoto de proporciones, modificando rumbos claros que el país del norte ha mantenido a lo largo de muchos años. 

Parece importante estar alerta respecto de la posibilidad de que esto suceda. Los Estados Unidos podrían de pronto pasar del “aislacionismo” propio de Donald Trump a un todavía muy difuso “revisionismo” prohijado por Bernie Sanders. Lo de Bernie Sanders nos trae al recuerdo la frase de José Ortega y Gasset, cuando nos advirtió que “sorprenderse es empezar a entender”. Cuando más temprano ello suceda, mejor.