A poco de cumplirse sesenta años desde su debut, se reestrenó remasterizada

El renacer de "La dolce vita"

 

Una rotunda reposición remasterizada en 4K, lustrada hasta en su banda sonora como una tacita de plata, advierte a los espectadores cinematográficos que "La dolce vita" (1960) revive y evoca el cambio de época y la sorprendente similitud con oficios que pueden volverse conflictivos.
"La dolce vita" le fue inspirada a Fellini por la moda de aquellos años. Los trajes sueltos de las mujeres le llamaban la atención porque ya no parecían "tan mujeres".

Era 1958, cuando la producción italiana aumentaba y Fellini se incorporaba a los nombres de Rosellini o De Sica. También él era seguido por el público con "Los inútiles", "La Strada", "Las noches de Cabiria". Acompañado por los futuros guionistas de "La dolce vita", Pinelli y Flaiano, comenzaron a dar vida a la película del escándalo.

Hollis Alpert, el crítico del New Yorker, evoca la Via Veneto, entonces tan concurrida, y el Café París, recién inaugurado. Allí Fellini vio al ex rey de Egipto, Faruk, acompañado por una bella mujer tomando un agua mineral y, como animales de presa, un grupo de fotógrafos que se aproximaban, fogonazo tras fogonazo. El obeso ex monarca se paró violentamente y se cayó la mesa. Los fotógrafos se abalanzaron tirando flash tras flash. Y se armó el caos.

A Fellini le fascinó el hecho y la historia del filme que comentaría el mundo obtuvo un nuevo nombre, el del fotógrafo Secchiaroli, que se convertiría en amigo del director contándole sobre las intimidades de los fotógrafos que cubrían las notas con un notero al lado. Entonces Fellini, que escribía sobre el futuro protagonista de la película, el periodista Moraldo, luego bautizado Marcello, decidió acompañarlo por un fotógrafo. Y al fotógrafo, recordando una vieja nota, lo llamo Paparazzo. El término se popularizó en el mundo entero y todos los fotógrados pasaron a llamarse "paparazzi".

OTROS NOMBRES
Casi nadie creía en la película que recaudaría millones. Dino de Laurentis, posible productor, se borró al tiempo y apareció Angelo Rizzoli, un potentado en el campo de las finanzas y las editoriales. Lo acompañó Giuseppe Amato. Hubo posibilidades de que el papel de Marcelo Mastroianni (el preferido de Fellini) fuera para Henry Fonda; el padre, Maurice Chevalier, y Maddalena, la millonaria, Silvana Mangano. Pero De Laurentis no fue productor y sus gustos se borraron.

Anita Ekberg, la bomba sueca de la impactante escena de la Fontana de Trevi (que se filmó de madrugada y con grados bajo cero), fue una elección de Fellini; como la pequeña rubiecita que lo llama, inocente y virginal, en el final. Un concurso para elegirla reunió a 5.000 aspirantes. Y la ingenua fue al final Valeria Ciangottini, hija de un amigo personal de Fellini.

El filme que con sus tomas cambió la manera de filmar fue votado por personalidades como George Simenon y Henry Miller en el Festival de Cannes (1960) y su director buscó inspiración para su célebre orgía en Pasolini, escritor e intelectual conocido, que lo defraudo diciendo que no le gustaban y no había participado en ninguna.

ANTES Y DESPUES
Los escándalos de la década del "60, incluso con amenazas de excomunión a los que vieran el filme, centuplicaron las recaudaciones de la película en el mundo. A la luz del siglo XXI son ingenuidades hoy sólo aptas para mayores de 13 años. La orgia famosa, pudorosamente filmada y escandalosamente criticada, hoy es casi una fiesta de niños. Los remedos de la vestimenta de Ekberg que recuerda la de un cardenal dan lugar no al escándalo que despertó en la época sino a una sonrisa.
Persiste sí, el fenómeno del periodista y su relación con los poderes. En las primeras escenas, Marcelo (Mastroianni) es advertido por un príncipe de que en su nota para el diario omita la presencia de una señora joven que lo acompaña porque la perjudicaría, y en las escenas finales una joven durante la fiesta a la que asisten en masa ricos y famosos lo censura porque en sus artículos da una visión poco recomendable de la aristocracia. 

Y también se mantiene esa caótica comunión entre la realidad y la representación de la realidad por los medios, como en el caso de los niños milagrosos, chicos comunes convertidos por la credulidad y la ignorancia de sus vecinos, en objeto de veneración y transformados también en videntes por el tipo de prensa que busca el sensacionalismo y el rating. 

Como final, "La dolce vita" sigue siendo atractiva. Continúa mostrando un gran actor como Mastroianni y las eternas dudas de intelectuales y no tanto ante la mejor manera de vivir. Esa eterna duda del ser humano entre el orden y la atracción del caos.
Pero la imagen final del monstruo como símbolo de lo desconocido y lo temible, y la llamada de la buena vida hacia un conflictuado Marcelo continúa impresionando al espectador.