Malvinas como cristal de la Patria

Malvinas es acaso -hermosa palabra la palabra acaso- el mejor cristal para evaluar la realidad argentina. 

La derrota militar, graficada en aquella triste foto de los cascos dejados sobre la turba, no significó el renunciamiento a la aspiración de integrar soberanamente el territorio nacional. 

Recuperar territorio usurpado por una potencia militar es uno de los mayores desafíos que puede enfrentar cualquier Nación, porque obliga a pensarse en términos de fortalezas y vulnerabilidades. Aquí no caben las bravatas emocionales ni el sentimentalismo milagrero del realismo mágico, la única verdad es la realidad y la política es el arte de lo posible por lo que en función de ella se decide cualquier estrategia.

Fue Mariano Grondona, a quien tuve por profesor de Derecho Político en la UBA, quien en su libro La Argentina como vocación planteó crudamente el significado de la Guerra de Malvinas como una deuda con aquellos que dejaron su vida en el combate. "Si empujamos decisivamente hacia adelante a la Argentina, la vida y la muerte de todos aquellos adquirirán sentido. Si no lo hacemos su vida y su muerte serán vanas. ¿Se quiere una deuda más pesada que ésta?", sentencia Grondona.

Y aunque yo crea que la exigencia de ese llamamiento de la Patria no consiste en que esas muertes adquieran sentido sino en evitar que lo pierdan, el razonamiento de Grondona es preciso en conducir atemporalmente a la pregunta clave que nunca debemos dejar de formularnos: ¿Estamos hoy más cerca o más lejos de Malvinas que en 1982?

MUY LEJOS

Pues estamos muy lejos, cada vez más lejos de honrar esa deuda con nuestros caídos. Y eso es así por una sencilla razón: no somos un país serio ni estamos intentando serlo. 

Así como son serias las personas que honran su palabra armonizando lo dicho y lo hecho, los países son serios cuando honran sus propias leyes. Y cuando esas leyes son sabias, como la Constitución de 1853, eso los hace predecibles y confiables. Racionales, para decirlo en una sola palabra.

Alcanzar objetivos nacionales requiere políticos racionales y Argentina no los tiene. La dirigencia política ha ido mutando a casta desde 1983. Desde el retorno al imperio de la Constitución Nacional se ha ido diluyendo el idealismo y la esperanza en una democracia de muy baja intensidad, que sólo sirve como mero cronograma electoral destinado a dar un barniz de legitimidad a los privilegios de la casta gobernante. 

Y esta casta política, enteramente incapaz de velar por otra cosa que no sea su mezquina conveniencia de corto plazo, encerrada en fantasías épicas de frasco de mayonesa, depravada al extremo de generar pobreza para lucrar con ella, no quiere ni puede ofrecer racionalidad a la Patria.

Así las cosas, Malvinas como causa nacional es hoy un sentimiento al garete. Escribo esto y sé que muchos se enfadarán conmigo. Pero es verdad. Puede haber distintos caminos, más solamente una sola dirección para encontrar solución a los problemas del país: la racionalidad de vivir bajo la irrestricta supremacía de la Constitución Nacional. 

Si como ciudadanos no somos capaces de organizarnos para generar alternativas al predominio de la parasitaria casta política, no habrá futuro de algo que honestamente pueda llamarse República Argentina. 

Así está hoy la Patria, muy lejos de Malvinas. Y alejándose hasta de sí misma.