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Aborto a traición

El presidente "provida" Mauricio Macri decidió retirarse del poder con una resolución de su secretario de Salud, Adolfo Rubinstein que, en los hechos, imponía el aborto en todo el país, burlándose del agotador debate legislativo del año pasado que rechazó esa misma pretensión. A última hora de ayer resolvió anular la medida y redactar otra que, al parecer, va a dejar las cosas como estaban.

¿Qué decir de este intento chapucero que pretendía traicionar el sentir de la mayoría del país expresado en sus legisladores? Surgen varias ideas. La primera es que aporta una nueva prueba del poder de presión planetaria en favor de una práctica que hasta hace dos años no figuraba en ninguna encuesta ni era reclamada salvo por sectores minoritarios de la Argentina. Esa presión es de tal magnitud que supera las presuntas diferencias ideológicas que tanto se proclaman (la "grieta") y que no tiene ni tendrá ningún empacho en desconocer la voluntad popular, una mera ficción para acomodarse a medida. 

Una segunda conclusión es que cuesta no interpretar que el amague de Macri respondía a algún tipo de acuerdo con el presidente que lo sucederá. Alberto Fernández es un partidario declarado del aborto. Pero al hablar del tema en las últimas semanas también había ensayado distintos circunloquios ("despenalizar" en vez de "legalizar") con los que parecía aceptar la debilidad de su posición de cara a los votantes del interior del país (y sus gobernadores) y a su relación con la Iglesia. Ayer Macri quiso darle más margen de acción.

La tercera consideración es que, en un país católico, sus líderes están cada vez más decididos a gobernar en contra de la fe que lo fundó, que es la que sigue profesando la mayoría de sus habitantes. Porque el decreto fallido apuntaba directamente a impedir las objeciones de conciencia de parte de católicos, sean médicos o instituciones de la salud. Sus réprobos, sus parias, sus próximos perseguidos serían los católicos, porque iban a ser ellos los que, fieles a sus convicciones, se resistirían a colaborar con el crimen del aborto.

Es cierto que nada de lo anterior debería sorprendernos. Estos son malos tiempos para los creyentes. La obsesión abortista no ha hecho más que desnudar la potente gama de intereses foráneos y locales que se coaligó para imponer una aberración que rechaza una mayoría real pero en gran parte silenciosa. Desde el principio su intención era vencer de cualquier forma y a cualquier precio. Lo de ayer volvió a confirmarlo.

Pero no sería aconsejable dejarse ganar por la desesperanza. Que Macri apelara a un decreto de último momento, y después se retractara, fue una admisión de debilidad. Lo mismo que el reconocimiento por parte de Fernández de que el tema del aborto "genera división" en el país. Con esas actitudes parecen aceptar que la Argentina mantiene todavía una inusitada reserva de religiosidad que fue la que el año pasado movilizó el rechazo de la ley. Es una fuerza que se creía erradicada luego de un siglo y medio de laicismo, pero que sigue viva, para sorpresa de sus eternos adversarios. La componen hombres y mujeres que creen en Dios y en la Iglesia, que nunca van a aceptar que el filicidio sea un derecho y que resistirán el intento del Estado de pervertir a sus hijos bajo la máscara de la educación sexual integral. Existen aunque no tengan prensa.