Tocará el Tercer Concierto de Beethoven con la Sinfónica de Ciegos

Bruno Gelber se atreve a una experiencia novedosa

Serán dos presentaciones, en Lanús y el CCK, esta semana. Tomó la idea de un concierto que vio por televisión y lo impactó por la singularidad del sonido. "Mis padres no querían que fuese músico", confiesa.

Bruno Leonardo Gelber nos recibe en su departamento, un espléndido piso alto por completo alejado de los rumores del Once, y después de comentarnos que vivió muchos años en París y veintisiete en Montecarlo (siempre yendo y viniendo), entrando de lleno en la gran novedad de estos días, le preguntamos cómo surgió la idea de tocar el Tercer Concierto para piano y orquesta, de Beethoven, acompañado por la Banda Sinfónica Nacional de Ciegos Pascual Grisolía.

"Le diré -cuenta con su proverbial distinción y sencillez-. Estaba un día haciendo zapping, paso por el canal Allegro y escucho una Obertura de Mozart que sonaba muy bien, pero distinto. Cuando concluyó caí en la cuenta que había sido ejecutada por una banda sinfónica de ciegos conducida por un maestro muy fogoso. Quedé fuertemente impactado, me tocó en el alma y entonces pensé: ¿por qué no podemos hacer lo mismo en nuestro país? Hablamos con Martín Merayo, titular del organismo similar que tenemos en la Argentina, y nos pusimos de acuerdo enseguida".

-¿Y la combinación funciona?
-Eso lo juzgará el público, el próximo martes en Lanús (en el Centro Industrial, a las 18) y el jueves en el CCK (a las 20). Le aclaro, porque es notable, que todos los músicos, por razones obvias, tocan sus partes absolutamente de memoria, después de haberlas aprendido en transcripciones en sistema Braille, mientras que el director trasmite sus indicaciones a través de su aliento y respiración o de pequeños golpecitos que da en el atril. Yo, como discapacitado, sentí el impulso irrefrenable de ayudarlos. Distanciado del estilo mozartiano-haydniano de los dos primeros Conciertos, el Tercero, de todos modos es el que menos compromisos exhibe en los tutti, que los bronces de la Banda abordan con cuidadoso esmero.

CERCANO BEETHOVEN
Hijo de una reconocida profesora de piano y de un violista que integró la Orquesta de LRA y la del Teatro Colón ("mi padre me llevaba siempre a los ensayos"), nuestro gentil entrevistado, que se levanta tarde y estudia todos los días hasta las cuatro de la mañana, evoca la larga vinculación que tuvo, casi digamos desde sus tiempos de "niño prodigio" con la creación beethoveniana que abordará en ambas veladas.


"Mi severísimo profesor Vicente Scaramuzza (los otros fueron mi madre Ana y Marguerite Long) me hizo estudiarla nada menos que durante un año y medio, cuando yo tenía siete (sólo para la maravillosa cadencia del allegro con brio empleamos siete meses). Así que al principio, como se podrá imaginar, aproximarme a esta obra me producía cierto rechazo. Pero como resultado de tanto trabajo la toqué por primera vez en público con gran tranquilidad, a los nueve años, muy desenvuelto, y a partir de allí la he seguido ejecutando con alegría hasta hoy y la adoro".

Artista de notable proyección internacional (se presentó en cincuenta y siete países a lo largo y a lo ancho del mundo), invitado por las salas y las orquestas más significativas del planeta, hijo de "un austríaco muy simpático", Bruno Gelber ("mis padres no querían que fuese músico") explica también que con el largo del Concierto Nº 3 (su preferido es el Cuarto) nunca tuvo problemas expresivos porque la comunicatividad constituyó siempre un factor de espontánea fluidez en sus traducciones ("la música es para mí un idioma que entiendo, me llega y me emociona").

El piano, aclara, no es para nada un instrumento mecánico, se trabaja con todo y lo que entrega depende por cierto de la personalidad del intérprete. "El piano no es solamente una cuestión de técnica, por más admirable que sea".

ALMA ROMANTICA
-¿Se considera un especialista en el repertorio romántico?
-Sí, digamos que en el clásico-romántico. En el marco de un espectro enorme toco muchísimo Brahms, Mozart (observando un consejo que me dio Josef Krips) y tantos otros autores adscriptos a esa estética. Por supuesto que también encaré composiciones de Rachmaninov, Ravel (que me obligaba a tocar Marguerite Long en Francia) y otros autores si se quiere modernos, del siglo XX, pero le confieso: los sonidos disonantes o golpeados no me gustan, aun cuando pretendan reflejar la realidad inarmónica de la vida cotidiana. En síntesis: hay lugar para todo el mundo, pero habiendo tantas bellas creaciones románticas que ni siquiera nuestra existencia entera nos alcanzaría para descubrir y estudiar, ¿para qué meterse con las que suenan de manera ingrata?
"Yo soy feliz porque he vivido con lo que amo desde el fondo de mi corazón -añade-, que es la música. "Gelber, señaló Le Figaro, pertenece a ese reducido grupo de artistas que todavía pueden enseñarnos algo de aquellas obras que mejor creemos conocer".