Siete días de política

La economía paralizada por la falta de definiciones políticas

Desde la brusca devaluación que siguió a las PASO los índices empeoraron en todos los frentes. Con Macri casi sin chances las expectativas se trasladaron a un Fernández que repite clisés

Al día siguiente de las primarias abiertas que ganó en forma aplastante el peronismo unido, el precio del que dependen todos los demás de la economía local, el del dólar, sufrió un salto inédito por lo brusco: 25%. Eso significó el tiro de gracia para la lenta y precaria recuperación de algunas variables que se había producido hasta entonces como las de la inflación y de la actividad económica. Desde ese momento no sólo aumentó la pobreza, sino que retrocedieron los índices de la construcción, la industria y el consumo. Comenzó una nueva caída que por el momento carece de horizonte y está directamente ligada a la incertidumbre política. Una incertidumbre relativa, en verdad, porque los inversores no se avalanzan sobre los títulos y las acciones argentinas después del triunfo opositor, sino más bien lo contrario.

En este marco se desarrolla una campaña electoral de características excepcionales: el candidato oficialista hace promesas como las que hacía cuatro años antes e incumplió, mientras el opositor intenta dar señales de gobernabilidad algo que se debería dar por descontado puesto que ganó las PASO por el 47% de los votos y puede sacar el 50% en la primera vuelta. Se muestra aliado con los Moyanos, los Yaskis y los De Mendiguren, protagonistas de un pasado reciente que en lugar de generar confianza, alarma a los operadores.

Nadie ignora que los pactos corporativos han tenido un resultado decepcionante. Pretender estabilizar la economía con un acuerdo de precios y salarios no funcionó y parece poco probable que lo haga ahora, porque la estabilidad es un requsito previo a los pactos corporativos, no su consecuencia. La primera señal la debe dar el Estado ordenando sus cuentas; sólo entonces los particulares estarán en condiciones de alcanzar algún acuerdo si lo creen equitativo. Puesto en otros términos: no son viables los acuerdos a palos, porque el apoyo político bajo coacción dura poco.

Los economistas que rodean a Fernández no ignoran esta lógica elemental, pero se excusan alegando que su candidato necesita "ganar tiempo". El instrumento para conseguir ese tiempo que evite una crisis de magnitud sería la exhibición de apoyos sectoriales, que, sin embargo, no siempre logran el objetivo. Los piqueteros y los pilotos son un ejemplo de esa limitación. Podría resumirse el cuadro diciendo que el liderazgo de Fernández está en construcción, pero con dudas. La gran pregunta que deja la actual situación es, si con el 47% de los votos no puede hacer oir su voz de mando, ¿cambiará el panorama con el 50%?

En rigor, a Fernández le sale más fácil reclutar odios que adhesiones. Los empresarios, por ejemplo, están enconados con Mauricio Macri porque los obligó a competir y miró con indiferencia cuando varios de ellos fueron presos. Los Moyano lo detestan ancestralmente. También vieron con inquietud como muchos de sus colegas fueron tras las rejas. Sin duda para estos sectores Macri es el enemigo.
Por otra parte hay variables fundamentales para salir de la parálisis económica que Fernández no controla. El principal son los recursos financieros. A esta altura parece claro que la asistencia del FMI está sujeta al resultado electoral y que con Fernández el organismo no tendrá las mismas contemplaciones que con Macri.

Ante esta dificultad el candidato peronista reacciona de modo contraproducente. En lugar de enviar señales de previsibilidad repite declaraciones que generan confusión como que va a utilizar la "usura" de las Leliqs para pagar medicamentos a jubilados y aumentos salariales a los docentes.

En principio, los intereses que el Estado debe pagar por la deuda que toma son un pasivo, no un activo para repartir. En segundo lugar, ya tiempo atrás hizo declaraciones similares y tuvo que aclarar que no pretendía defaultear las letras emitidas por el Banco Central. Y por último, llega tarde porque eso ya lo hizo Macri en ese mundo del revés en que se convirtió la campaña.

Mientras Fernández se reunía con Moyano, Yasky y Máximo Kirchner; mientras los presos por estafas multimillonarias al fisco o por promover un pacto con el régimen iraní volvían a las calles, Sergio Massa intentaba convencer a los inversores norteamericanos de que "en Argentina no viene el cuco, viene una fuerza política, moderada, responsable y ordenada". Ese contraste entre la realidad y las palabras es el que mantiene la economía paralizada hasta que llegue el nuevo gobierno. La campaña difícilmente cambie esta situación.