Bancos: la lección de Mary Poppins


La calma que se vive por estos días en el universo financiero está muy lejos de auspiciar un ciclo positivo de estabilidad y prosperidad. Apenas si se ha alcanzado una meseta, un rellano adonde detenerse a tomar aire antes de un porvenir que asoma tormentoso.

Lo que hoy se debate en la mesa de los expertos es qué camino seguirá este ahora llamado reperfilamiento de la deuda, el default light. Si se podrá negociar una reprogramación de los vencimientos de estos compromisos con el Fondo Monetario Internacional, y también con los bonistas privados, o si nos caeremos, una vez más, por el despeñadero de la cesación de pagos.

Esta calma chicha de dólar manso, menor caída diaria de las reservas del Banco Central y retorno de los depósitos en dólares contrasta con la sensación de que algo más fuerte se mueve en el subsuelo. Como si bajo nuestros pies bullera un magma espeso que pugna por salir a superficie.

Los datos duros ayudan a comprender la situación. Según cifras difundidas por la Secretaría de Finanzas del Ministerio de Hacienda, los intereses totales pagados como porcentaje de los recursos tributarios alcanzaron el 21,5% en el segundo trimestre de 2019. Y el porcentaje se incrementó tras la fuerte devaluación. Es decir, Argentina utiliza casi un cuarto de sus recursos para pagar deuda externa.
Más temprano que tarde el Gobierno actual, aunque probablemente la carga recaiga sobre el próximo, tendrá que renegociar la deuda con postergación de pagos y quita de capital. Es, al menos, una de las opciones que se manejan en la agenda de lo que podríamos llamar el Albertismo.

Hasta el mismo Rodolfo Santángelo, economista y exsocio de Carlos Melconian, lo reconoce en uno de sus informes: “Tanto la reprogramación de la deuda como el control de cambios llegaron para quedarse y profundizarse”. Y agrega: “Hay cero chance de que la reprogramación light tal cual se anunció no tenga que ser endurecida y profundizada en el futuro”.

Por lo pronto, lo que ha hecho el Gobierno a partir de las medidas tomadas en torno a la deuda es darle prioridad a los depósitos de los ahorristas argentinos. Es decir, privilegió que los ahorristas, tan quemados en crisis anteriores, tuvieran a la mano la posibilidad de retirar su dinero, y postergó el pago de la deuda. Luego, estableció el control cambiario.
Hay quienes afirman que de haber impuesto primero el control en la compra de divisas –restricción que, aseguran, se acentuará a futuro- no habría sido necesario generar este cortocircuito en los compromisos externos. Pero al menos la decisión sirvió para que, tras el cimbronazo inicial, cierta calma anidara entre los ahorristas.

Pese a todo, cuentan los especialistas, el sistema financiero argentino está más sólido de lo que se piensa. De hecho, dado que la relación deuda-PBI del país es relativamente baja, cualquier otra nación con acceso al mercado de capitales hubiera podido refinanciar sus compromisos.

Hace algunas semanas el analista rosarino Salvador Di Stéfano se dedicó a dar una clase de cómo funciona el sistema financiero. En aquella charla explicó que la solidez de la estructura parte de las normativas que fueron paridas por crisis anteriores. Acá nos hacemos a los golpes.

En 1995 el sistema financiero argentino era chico y atomizado. Por entonces, tiempos de la mágica Convertibilidad, se tomaban depósitos en pesos y se prestaban dólares. La crisis del Tequila casi hizo volar todo por los aires. A partir de allí surgió una regla clara: si se toman pesos, se prestan pesos, y si se toman dólares, se prestan dólares. Hoy habría en el sistema alrededor de u$s 31.000 millones en depósitos y u$s 15.000 millones prestados. “El sistema financiero está equilibrado”, insistió Di Stéfano.
Se sabe, la debacle del 2001 y la captura de los depósitos a través del corralito dejó a los ahorristas con la piel sensible. Por eso el Gobierno hizo lo que hizo: sembró algo de tranquilidad en medio de la zozobra. Hubo corrida cambiaria, pero no corrida bancaria.

Para graficar la situación, Di Stéfano resaltó entonces que “la realidad es que nunca en el sistema va a coincidir que todos los depositantes vayan a pedir sus depósitos. Lo que ocurre es que en la Argentina tenemos una visión apocalíptica”.

Y añadió: “Este es un sistema donde el banco compra plata y vende plata. La gente que deposita su dinero pide un retorno que sea inflación más algunos puntos arriba. Entonces cuando ese dinero se presta, se le aplica inflación, algunos puntos arriba y un spread porque tengo que ganar algo en la operación –continuó-. Es decir, compro plata en pesos y vendo en pesos. Si los depositantes vienen a buscar el dinero, lo que hago es no renovar las Leliq del Banco Central y devuelvo los depósitos. Hay solidez en el sistema”.

Los ahorristas argentinos no se han hecho al fuego lento de las buenas prácticas financieras, sino que se arrebataron con las llamaradas de las repetidas crisis. Eso explica que hoy en día existan u$s 70.000 millones guardados fuera del sistema, en cajas de seguridad o debajo del clásico colchón, y que durante la gestión Macri se hayan comprado u$s 53.000 millones. De hecho, en el último mes se fugaron u$s 10.000 millones.

La desconfianza es aquí la madre del borrego. Cuenta Di Stéfano, a manera de broma, que cuando va a Estados Unidos y los economistas de Nueva York le preguntan para qué quieren los argentinos tener tantos dólares atesorados, él responde: “Es una estrategia, porque vamos a comprar Manhattan en efectivo”.

Y si bien la confianza y la credibilidad son una parte esencial del sistema, también hay que tener caja, es decir, reservas en el Banco Central. Luego de la hemorragia de dólares sufrida tras las PASO, poco a poco el flujo mutó en goteo y en la actualidad la entidad pierde menos de u$s 100 millones diarios.

Conservar estas divisas es clave. Para eso está el control cambiario, un torniquete que a futuro tal vez deba recibir otro apretón. Por lo pronto,  esto ha servido para que los ahorristas no salgan corriendo todos juntos a retirar sus chirolas. En el presente, y en los días por venir, que no serán fáciles, conviene andar con pie de plomo. Ya sabemos el daño que puede hacer un rumor en tiempos de sensibilidad extrema. Nos lo enseñó Mary Poppings, allá lejos y hace tiempo. Si no lo recuerdan, pasen y vean.