Páginas de la historia

Frialdad

"Las turbas no tienen opiniones. Tienen impulsos."

Leíamos hace poco tiempo en diarios argentinos, una noticia que provenía de la ciudad de Oakland, estado de California, Estados Unidos. Ocupaba varias columnas y tenía un título aterrador. Decía: "Una joven de diecinueve años ayudada por varias personas, acuchilló a otra de veinte años".
La acotación, "ayudada por varias personas", me sobrecogió.

Detenida la homicida por la policía, declaró: "Diana Walls -así se llamaba la víctima- se sentaba todas las tardes en la pequeña escalera de acceso de mi casa, que es de planta baja, a fumar crack durante horas". Aclaremos que el crack es un derivado de la cocaína, pero mucho más poderoso, aumentando el poder de daño de esta droga y llevando inexorablemente a la muerte.
Como supuesto atenuante, Stacey -ese era el nombre de la asesina- agregaba: "Hace dos o tres semanas le avisé que la mataría si no buscaba otro lugar para fumar su droga. Pero ella no me hizo caso".

Hasta aquí, esto es solamente un hecho policial sangriento. Con matices especiales. Como también lo es la circunstancia de que fuera protagonizado por jovencitas y munida la criminal -repetimos, una mujer- de un cuchillo.

Un suceso policial al fin. Pero hay otros datos que sobrecogen, y que los diarios mencionaban.
Cuando la asesina salió de su casa portando el arma, la joven drogadicta comenzó a correr aterrorizada, tratando de escapar. Y aquí llega lo doblemente inexplicable. Dos muchachos, adolescentes, venían caminando hacia las jóvenes. Al cruzarse con la que huía, le hicieron una zancadilla. Al caer, fue alcanzada rápidamente por la perseguidora, recibiendo de inmediato una profunda herida en la espalda.
Se formó enseguida -se leía en los diarios- un círculo de diez o quince personas alrededor de la escena. Algunos incluso sonreían. Es que las turbas no tienen opiniones. Tienen impulsos.

La asesina, fuera de sí, seguía hiriendo a la indefensa víctima, ya moribunda. Nadie intervino en defensa de ésta. ¡Habría que sentir pena por los que no pueden sentir pena!
Y algo más terrible aún. Alguien, que quizá conocería a la infeliz víctima gritó: "¡Matála!, se lo merece". Otros se adhirieron incluso con aplausos.

Y la frialdad ante el sufrimiento ajeno es también una crueldad. Disimulada, claro está.
Por fin llegó un patrullero con dos policías; también una ambulancia, que retiró a la joven ya sin vida. El oficial de policía declaró en ese momento a un periodista: "En mis veinte años de profesión jamás presencié un caso de tamaña insensibilidad masiva. Pero quiero seguir confiando en el hombre. Pese a estos seres humanos...".

La acción de la asesina, de quitar la vida de otro ser por una molestia recibida o por una falta de respeto, no es defendible, obviamente. Porque matar por odio es tan indigno como matar por precio. Pero nos parece muchísimo más grave la reacción o la "no reacción" de la gente.

Es evidente que algunos necesitan de la violencia para sentirse en paz. Pero consideramos que el mal, y la historia lo demuestra fehacientemente, sólo puede vencer provisoriamente. Y es derrotado siempre por el bien. Que posee armas invencibles: la justicia, la razón y hasta el clamor. Porque hubo clamores que destruyeron muros...

No dudamos que finalmente se ha de imponer en la humanidad, la comprensión, la tolerancia, el respeto al semejante. Y consideramos un imperativo moral luchar con todas nuestras fuerzas por una sociedad mejor.

Abriguemos la certeza de que la humanidad terminará logrando sus metas espirituales. Porque los principios sanos resisten todas las enfermedades.
Breguemos entonces por un mundo sin rencores, sin odios, sin violencias. Aunque nos tilden de utópicos o quiméricos. Pero sigamos soñando. Recordemos que todo soñador tiene asegurada una porción de felicidad. 

Por otra parte: "Quien apunta al cielo siempre da en el blanco".