Banderas y escarapelas

Perdón por la palabra

 

Hace apenas unos días hemos celebrado el nacimiento formal de la patria, sobrevenido en Tucumán durante el año 1816. Si bien decir celebrado es un modo de decir nomás, pues me ha sorprendido desagradablemente la falta de banderas en ventanas y balcones, como así también la escasez de escarapelas en la solapa de los hombres. Parecería que en nuestro país sólo saliera a relucir la bandera cuando juega la selección nacional de fútbol. Y ocurre que recordar el 9 de julio es mucho más importante que festejar un éxito deportivo. Porque en esa fecha, según dije asomó a la faz de la tierra una nueva y gloriosa nación. 

Se podrá alegar que la Argentina no nació aquel día en Tucumán. Y eso es cierto. La Argentina incluso preexistia el 25 de mayo de 1810. Porque ya estaban impresos los rasgos fundamentales del argentino. Quizá con mayor nitidez que luego del aluvión migratorio, aquel que el general Roca observaba desde la ventana, dirigiendo la vista hacia el Hotel de Inmigrantes. Cabe aquí recordar a Martín del Barco Centenera y a su canto a la Argentina, muy anterior a la Revolución de Mayo.

Después vino el orgullo de la argentinidad, reflejado por el dicho, ingenuo y acaso petulante, qu refleja aquello de Dios es criollo en lo cual se creía a pies juntillas. Y hasta en el aprecio por el gaucho, cuya personalidad de relieve milongas, estilos y cielitos. Hacer una gauchada sigue siendo portarse generosamente. Y tener a alguien por muy gaucho es valorarlo positivamente.

EL ARTE HABLA

Hasta el arte reflejaba tal situación. El sainete giraba en torno a temas bien locales, el circo de los hermanos Podestá triunfaba representando a Juan Moreyra que, aunque fuera un bandido, era un dechado de coraje. Filiberto componía Caminito, referido al campo argentino. Gardel cantaba Caminito Soleado, Insomnio, Hopa Hopa y Guitarra Mía en París, vestido de gaucho. Quiroz pintaba mazorqueros con pincelada maestra.

Todo esto es así. Pero al patriotismo hay que ayudarlo. Al menos poniendo una bandera en el balcón y una escarapela en la solapa. Porque es bueno palpar, tocar el patriotismo. Para que no se transforme en un sentimiento etéreo y, por ende, poco operativo.

Finalmente, cabe preguntarse: ¿es bueno el patriotismo? Claro que sí. Porque fortalece la pertenencia a nuestro lugar bajo el cielo, porque la patria constituye la medida necesaria entre la familia y el ancho mundo. ¿Y no dificultará la relación con otros pueblos de la tierra? Pienso que no pues, en la medida que ellos amen a la suya, se sentirán solidarios con aquellos que se comportan de igual manera.
En cuanto a definir nuestro patriotismo, creo que resulta ilustrativo el soneto que sigue:

SER ARGENTINO

Ser argentino, amigos, es algo que acontece,/
es algo que se aprende y después no se olvida,/
es un temple del ánimo y una emoción que crece,/
es una decisión, vigilante o dormida./

Es advertir de pronto nuestra alma conmovida/
al oír un galope que la tarde estremece/
o aspirar un aroma de tierra humedecida/
o al ver una bandera que en el aire se mece./

Ser argentino, amigos, consiste, me parece,/
en sentirse partícipe de una guerra perdida/
y pese a la derrota mantenerse en sus trece./

Es conservar jirones de gloria compartida/
y es saber que algún día, si el motivo se ofrece,/
deberemos jugarnos sobriamente la vida.