Foucault sin Foucault

LA CULTURA DE LA MILITANCIA IZQUIERDISTA LUCHA CON TODAS SUS FUERZAS PARA HACERLA HEGEMONICA

POR Olavo de Carvalho *

 "La alta cultura es la autoconciencia de una sociedad. Ella contiene las obras de arte, literatura, erudición y filosofía que establecen el marco de referencia compartido entre las personas cultas".

La definición es del filósofo Roger Scruton. Basta leerla para percibir que la cosa allí definida cesó de existir en Brasil desde hace mucho tiempo.

El único "marco de referencia compartido" que aún queda es el de los medios populares, con sus vozarrones, sus errores gramaticales, sus cazos de pensamiento repetidos semanalmente por articulistas semianalfabetos. 

Fuera de eso, hay sólo subculturas grupales que se ignoran mutuamente y cuya unidad interna proviene menos de creencias y valores compartidos que de intereses profesionales, financieros o políticos inmediatos.

Hay una cultura de empresarios y economistas, una de evangélicos, una de gays, una de abogados, etc. Sobre todo hay una de militantes izquierdistas que luchan con todas las armas del chantaje, de la intimidación y de las propinas para hacerla hegemónica y así hacen de ella un Ersatz grotesco de alta cultura, la más eficiente garantía de que no habrá alta cultura ninguna. 

PRECARIA 

Explica el propio Scruton: "La alta cultura es una conquista precaria, y dura sólo apoyada por un sentido de la tradición y por el amplio apoyo de las normas sociales circundantes. Cuando estas cosas se evaporan, la alta cultura es sustituida por una cultura de falsificaciones. La falsificación depende en cierta medida de la complicidad entre el perpetrador y la víctima, que juntos conspiran para creer lo que no creen y para sentir lo que no pueden sentir."

Este párrafo describe el ambiente de fingimiento histérico que se extiende por la sociedad cuando los psicópatas suben al poder.

Todo el mundo sabe que uno de los autores más influyentes en la universidad brasileña es Michel Foucault. Foucault creó una modalidad especial de marxismo que es prácticamente la creencia general y oficial en nuestro medio universitario, el cual, sin embargo, no se limitó a absorberla, pero le dio una inflexión muy peculiar, muy nacional.

Karl Marx inventó la teoría de la ideología, según la cual las ideas circulantes corresponden a intereses objetivos de las clases sociales. Sin duda, algunas corresponden, pero Marx dice que todas son así, que nada escapa a la división del territorio mental entre la ideología proletaria y la ideología burguesa. 

Una dificultad temible, sin embargo, erosiona esta teoría desde dentro: o las ideas y creencias de un ciudadano son determinadas por su posición de clase, o, perteneciendo a una determinada clase, puede adherirse a la ideología de otra, como lo hizo el propio Karl Marx.

Para que esta última hipótesis se realice y no sea una mutación instantánea sin base racional, una especie de iluminación mística, tiene que haber un territorio neutro desde el cual el individuo en transición examine las ideologías de las clases en disputa y elija libremente de qué lado va quedarse. Pero si un individuo puede cambiar libremente de ideología, como Karl Marx indiscutiblemente cambió, es claro que su ideología personal no está determinada por la de su clase, y en este caso la expresión ideología de clase se convierte en una figura de lenguaje.

Esto es motivo más que suficiente para abandonar de toda esta teoría o al menos para mencionarla cum grano salis.

RADICALIZACION

Pero Michel Foucault decidió, en su lugar, radicalizarla. Su teoría se deriva de lo siguiente: ante cualquier idea o afirmación, no interesa saber si es verdadera o falsa, si corresponde o no a los hechos. Sólo interesa saber que esquema de poder defiende, y sólo hay dos esquemas de poder: el de los opresores y el de los oprimidos. Más o menos los mismos que Karl Marx llamaba burgueses y proletarios. 

La pretensión de juzgar las ideas por su veracidad o falsedad es ella misma un "esquema de poder" al servicio de los opresores. La verdad y la falsedad ni siquiera existen: el filósofo debe olvidar esas nociones y elegir siempre aquello que aumente el poder de los oprimidos.

Es obvio que, como toda negación de la verdad, ésta tiene la pretensión de ser ella misma una verdad, cayendo así en un raciocinio circular que, en el fondo, acaba no diciendo nada. 

Pero una cosa es innegable. Aunque la verdad no existiera, Foucault creía que su teoría era verdadera. Los largos estudios que él consagró al sistema penitenciario, a la institución de los hospicios y a la historia de la sexualidad, muestran un serio esfuerzo de probar con hechos y documentos -muchos de ellos ficticios, desafortunadamente- la correspondencia entre las ideas y los grupos de interés que ellas, en su opinión, representaban.

Y es ahí donde entra el fenómeno característicamente brasileño a que aludí más arriba. En los claustros, o en sus pronunciamientos políticos, o en artículos de medios, el intelectual típico de la izquierda brasileña actual aplica la teoría de Foucault de una manera sui generis, que al propio Foucault sorprendería:

En el caso de que se trate de un grupo social comprometido en la defensa de ciertos intereses, el referido personaje se dispensa de preguntar: (a) si ese grupo existe ; (b) si el acusado pertenece a él o comparte sus intereses.

La reducción de las ideas a expresiones de un esquema de poder pasa a valer por sí mismo como prueba cabal de su malignidad, independientemente de cualquier base sociológica real.

Si lo que usted dice diverge de lo que el intelectual izquierdista desea oír, simplemente lo cataloga en un grupo social inexistente, o ajeno al punto en discusión, y está hecho el servicio. 

La veracidad o falsedad de lo que usted ha dicho, se pone fuera de la cuestión, no mediante la filiación de su idea al grupo social al que usted pertenece, sino mediante la asociación de ella a algún grupo al que usted no pertenece o que ni siquiera existe.

Fue precisamente así que, haciendo eco a una infinidad de intelectuales izquierdistass, el autor del Cuaderno de Tesis del V Congreso del PT, al ver en la calle una multitud innumerable de brasileños antipetitistas de todas las las clases, edades y razas, sin un liderazgo definido y sin ningún apoyo de los medios, de los partidos o de cualquier organización empresarial, concluyó que todo era una maniobra de la clase dominante encabezada, cómo no, por la Red Globo, la cual, precisamente , hacía todo para minimizar la importancia de las protestas de 2015.

Amputada de sus pretenciones sociológicas por más mínimas y evanescentes que fuesen, la teoría de Foucault se convirtió en una técnica de burlarse de cualquiera por cualquier cosa y luego ir a dormir con la conciencia tranquila de haber desenmascarado un temible esquema de poder. 

Del fingimiento histérico, la izquierda nacional evoluciona hacia la fabricación psicótica.

* Filósofo y consejero del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro.