La patria financiera no puede ni debe

POR Ing. Enrique M. Martínez *

El dilema central en toda sociedad es cómo contar con un gobierno que administre las controversias, construyendo senderos y alcanzando resultados, que sean los más pertinentes para la mejora del bienestar general.

Es altamente probable que quienes accedan a las funciones, por supuesto a través del sufragio universal, planteen discursos y propuestas que buscan ser abarcadoras, pero que indefectiblemente provendrán de la mirada de alguna de las fracciones de interés en que se puede clasificar el universo social.

La elección de 2015 no ha sido para nada una excepción. El mensaje fue para todos. Luego, se instalaron personas con densas historias en los negocios financieros, acompañados de gerentes de grandes empresas petroleras; dueños de hipermercados; contratistas de grandes obras públicas; dueños de grandes extensiones de tierra agrícola y otros perfiles similares. La hegemonía de ese grupo acostumbrado a pensar desde posiciones sectoriales dominantes la tuvieron los financistas. Recordemos al Jefe de Gabinete exhibiendo a un miembro del equipo como integrante de las ligas mayores mundiales en materia de operación financiera.

Es allí donde reside un obstáculo descomunal para que un gobierno pueda concretar una gestión siquiera aceptable para las mayorías. Todo vínculo en el capitalismo implica la existencia de ganadores y perdedores en las transacciones. 

Un empresario se apropia de valor agregado aportado por sus trabajadores a cierto bien final o paga retribuciones mayores a ese valor agregado, con alguna pérdida propia. Es difícil que se alcance un equilibrio permanente. Pero uno necesita al otro, para que la unidad productiva exista.

Por lo tanto, es de esperar una sucesión de negociaciones o disputas, siendo de baja probabilidad que la relación se interrumpa, a menos que el empresario desista de su proyecto o algún empleado busque otro destino.

Las finanzas, en cambio, especialmente desde que se consolidó la globalización, tienen un componente central de especulación, donde el financista exitoso es quien extrae riqueza de otro, sin agregar valor alguno, en una sucesión interminable de operaciones de suma cero. Un operador financiero no busca agregar valor, sino arbitrar entre monedas; comprar y vender bonos o acciones; elegir paraísos fiscales; en resumen: construir patrimonio personal a expensas del de los demás o de una comunidad en su conjunto.

¿Cómo puede sensatamente esperarse que esa profesión habilite a un individuo para manejar los asuntos públicos? Por el contrario, desde el mismo día de su acceso al poder puede preverse su contribución a la degradación de la vida en común. Muchos lo señalamos de antemano y con enorme dolor acertamos en el pronóstico.

A TODOS 

Hemos tenido y podríamos volver a tener gobiernos de orientación ruralista, industrialista, o populista, palabra bastardeada si las hay. Estos tendrán visiones de horizonte variable y con mayor o menor tolerancia al conflicto. Por ello, tendremos variada paz social en cada circunstancia. Todos ellos tienen algo en común, sin embargo. Necesitan a todos para su propia existencia, aunque tengan distinta vocación respecto de la distribución de oportunidades, de trabajo o de riqueza.

No sucede lo mismo con el operador financiero global, que se asemeja a quien explota un yacimiento minero, que cuando se agota lo abandona. No debemos ni por un momento pensar que esos perfiles pueden volver a conducir el destino de todos. 

Discutiremos la renta agraria, el péndulo entre campo e industria, la democracia económica para que todo quien quiera trabajar lo pueda hacer, la contención de quienes menos pueden. Todo eso podemos y debemos ponerlo sobre la mesa. Pero la patria financiera, nunca más.

* Instituto para la Producción Popular.