DE QUE SE HABLA HOY

Nuestra política no entusiasma a las nuevas generaciones

Una de las peores cosas que pueden ocurrirle a una sociedad organizada políticamente bajo un sistema democrático, es que las nuevas generaciones no tengan referentes válidos en sus mayores. Crecer sin espejos limpios implica una peligrosa perdida de la visión realista.

Los filósofos fueron siempre los que marcaron el camino de la República, ellos hacían las preguntas sobre las que el pueblo debatía y con su ayuda se intentaba hallar la respuesta adecuada. Hace ya unos años que Occidente perdió este norte enciclopédico, y se quedó sin filósofos que fueran indicadores del camino a seguir hacia un lado o hacia el oro. Tal vez el último que marcó su influencia en las generaciones jóvenes fuera Herbert Marcuse inspirador de los cambios de Mayo del 68´ en Francia.

Si nos remitimos a nuestro país, hace ya muchos años que no tenemos esa o esas figuras que realmente sirvan de guía, ayuden a los que buscan integrarse en el proceso de institucionalización del país, incursionar en su política o en sus ciencias sociales. Como dato que no es poco relevante veamos que los últimos "voceros" presentados como filósofos son José Pablo Feinmann por el kirchnerismo y Alejandro Rozitchner por el PRO.

No son trascendentes y por momentos bajaron tanto al llano que realizaron declaraciones hasta con falta de sentido común, más parecidas a discursos de comité que a intentos filosóficos, cayendo en la verborragia militante sin soporte intelectual alguno. Los argentinos universitarios que hoy tienen entre 30 y 40 años se han quedado sin modelos para imitar y salvo por tradiciones familiares o convencimientos metidos a presión por las organizaciones políticas en los claustros, no encuentran salvo malos ejemplos en el sistema político nacional.

Visto así, vale la pena preguntarse cómo serán los dirigentes que vendrán, qué formación tendrán, con qué convicciones propias buscarán construir un mejor país. Si uno se pone en lugar de los bienintencionados y ve el actual panorama político, lo razonable sería que ni siquiera lo intenten. De hecho, ya hace unos años que escuchamos en las conversaciones cotidianas este breve diálogo: "¿Por qué no hay una nueva generación de políticos transparentes, serios, creíbles?"; "Porque los honestos saben que si se meten en política los va a ensuciar".

No tenemos una política que entusiasme pero sí una que contamina. Aquellos que todavía suponen que están preparados para "dar una mano", ven extrañados como todo está teñido de trampa, corrupción, traiciones, transfuguismo, fraudes, luchas por el poder mismo, pactos rotos, alianzas espurias, compra de voluntades y una lista de actitudes deshonestas que resulta casi interminable.

Con la dictadura militar perdimos dos generaciones de argentinos valiosos entre los asesinados y los obligados al exilio. Con esta mugre política ya llevamos tres generaciones de compatriotas inteligentes que no se animan a participar en la organización política del país para no para no perder una trayectoria brillante y un buen nombre y honor ganados con esfuerzo. Tal vez lo peor sea ver que ninguno de los viejos líderes piensa dar un paso al costado y los más jóvenes ya están tan contaminados y resultaría inútil cualquier intento por revalorizarlos. Sin filósofos, es decir si faro que nos guíe y sin una clase dirigente transparente e intelectualmente honesta, las perspectivas de un futuro mejor, quedan cada día más lejos. Hoy por hoy, esas generaciones bienintencionadas que esperan, ven como, por ejemplo, los escaños del Congreso están ocupados en su gran mayoría por legisladores mononeuronales que solo siguen premisas militantes pero no están capacitados para aportar ni una sola idea de construcción positiva para el país, salvo buscar que salga una ley que designe al 14 de agosto "Día Nacional de la empanada con doble repulgue".

V. CORDERO