Periódicos coloniales, claves en la economía

 
Repetida en los manuales escolares, la fecha se nos ha atornillado en la memoria. El 7 de junio de 1810 el doctor Mariano Moreno fundó la Gazeta de Buenos Aires, el primer periódico post revolución de Mayo, destinado a reflejar las ideas del nuevo gobierno.

Siempre fue una efeméride de segunda clase en el orden de hechos que le dieron forma a la Nación, pero ha sido escogida como mojón para celebrar el Día del Periodista en la Argentina, y para quienes ejercemos esta profesión con mucho de oficio es el momento para saludar a colegas, levantar alguna copa y/o repasar la escala de valores.

Menos relevante que el resultado de una batalla, la constitución de una junta de gobierno o la declaración de la independencia, la creación de un periódico en aquella época tenía igualmente una trascendencia clave. Urge poner las cosas en contexto, ponerle carne al dato duro del calendario.

En aquellos días en que no existían los medios electrónicos, es decir que no había radio, televisión y mucho menos computadoras, teléfonos celulares e internet, el diario era un vehículo de cultura, ideales políticos y noticias varias. Pero tenía también una clara misión en el terreno económico: anunciaba los precios de los mercados, difundía nuevas técnicas de agricultura, aleccionaba sobre el manejo de la ganadería.

Era éste por entonces un territorio con dos grandes ciudades, Córdoba y Buenos Aires, y un campo yermo que necesitaba ser cultivado, un extenso territorio, todo horizonte, donde pastaba el ganado cimarrón que décadas más tarde desfilaría por los mataderos, industrializado como carne salada. Estaba todo por hacerse y el periódico cumplía allí un objetivo singular.

La Gazeta de Buenos Aires es reconocida por haber llevado adelante las ideas revolucionarias que propagaba el Cabildo, pero no es el primer órgano de prensa que tuvo este lado del Río de la Plata. Hubo otros, mucho antes, que encararon la ardua tarea de impulsar la economía en estos remotos parajes sudamericanos.

Si bien había habido algunas publicaciones discontinuas en forma de hojas sueltas, a veces manuscritas, que circulaban de mano en mano o aparecían pegadas en las paredes, el primer antecedente de proyecto con visos de continuidad tuvo lugar en 1764, impulsado por Jean Baptiste de Lasalle, luego castellanizado como Juan Bautista de Lasala, quien creó un periódico llamado también Gazeta de Buenos Aires.
Miguel Angel de Marco, en su libro Historia del periodismo argentino (Universidad Católica Argentina, 2006), afirma que “se conocen apenas cuatro números del periódico escrito con letra enrevesada (19 de junio, 24 de julio, 28 de agosto y 25 de septiembre), que se hallan en el Archivo General de la Nación pero nadie podría afirmar que no hubo más, ni que se realizó una única copia y no varias”.

El periódico informaba acerca de la entrada y salida de navíos del puerto, brindaba noticias comerciales y administrativas. El autor describe que en sus páginas podía conocerse “lo que piensan los porteños sobre algunas cuestiones de vital interés como, por ejemplo, el problema de la calidad de los cueros que se extraen para España”.

El segundo intento editorial tuvo lugar en 1791 y estuvo a cargo del conde Enrique Luis Santiago de Liniers, hermano mayor de quien se consagraría en la defensa de Buenos Aires, que llegó a las costas rioplatenses huyendo de la revolución francesa. Aquí el coronel de infantería, tal era su grado militar, le planteó al virrey Arredondo la idea de crear un periódico que se llamaría, una vez más, Gazeta de Buenos Aires.

“Esta capital es la única de los virreinatos de América que no tiene gaceta particular, y es, sin embargo, una de las que por su posición y comercio, tiene más necesidad de este medio de comunicación entre sus ciudadanos”, fue el argumento que dio y que de Marco refleja en su libro. En su proyecto prometía abarcar temas de gobierno, comercio, teatro, literatura y artes, gacetas políticas y cartas particulares de América y Europa y hasta noticias necrológicas, incluidos los “avisos relativos a las herencias de los particulares”. Costaría doce pesos por año, con abonos de un mínimo de tres meses, de los cuales dos meses por lo menos se pagarían adelantados.

“Pero al parecer el proyecto ni siquiera contó con una resolución de las autoridades. El virrey corrió traslado de la petición al fiscal, y éste no llegó a expedirse. Lo cierto es que tan valiosa iniciativa quedó sumergida entre los papeles del archivo”, cuenta de Marco en su libro titulado Historia del periodismo.

Tras estas pruebas fallidas es que nace el que es considerado el primer periódico porteño: el Telégrafo Mercantil, rural, político-económico e historiógrafo del Río de la Plata, que data del 1 de abril de 1801. Fue fundado por el español Francisco Antonio de Cabello y Mesa, e impreso en la imprenta de  los Niños Expósitos, con aquella vieja máquina que habían traído los jesuitas y que dejaron en estas costas tras ser expulsados del virreinato.

Según cuenta de Marco, “en el primer número se expresaba el deseo de ‘poner a Buenos Aires, a la par de las poblaciones más cultas, mercantiles, ricas e industriosas de la iluminada Europa’, servir ‘a Dios, al rey y a las provincias argentinas’, e ‘impulsar en Buenos Aires superiores medios’ y ‘si no a instruir y cultivar al pueblo, le de al menos un entretenimiento mental, e inspire inclinación a las ciencias y artes”.

Y agrega: “En el Análisis que había precedido a su aparición se expresaba que la hoja iba a contener artículos que fomentaran los distintos ramos del comercio, la actividad rural, mostrando los medios de tornarla fructífera, la vida política económica, mediante artículos que ilustraran sobre las leyes y su aplicación, las obras públicas o las riquezas del Virreinato”.

El periódico se prolongó a lo largo de 110 números, dos suplementos y trece ejemplares extraordinarios. “El Telégrafo cumplió con creces dichos objetivos, se hizo eco de opiniones ajenas aunque fuesen contrarias a las del editor, y dio a luz meritorios estudios acerca de varias ciudades y pueblos del virreinato”.

El vigor de las ideas americanas hicieron que se produjera un fenómeno al que los historiadores denominan circulación inversa entre América y Europa, tanto que 17 artículos sobre precios corrientes en diferentes plazas, comercio marítimo, productos americanos que podían interesar en España, publicadas originalmente en el Telégrafo, aparecieron luego en el Correo Mercantil de España e Indias.

Cierta rebeldía política, algunas notas que  no gustaron, lo llevaron a su fin. Pero unos días antes del cierre, el 1 de septiembre de 1802, aparecía un nuevo periódico en Buenos Aires: el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, redactado por Juan Hipólito Vieytes.

De Marco relata que el flamante periódico “salió de las prensas de los expósitos una vez por semana, los miércoles,  y logró publicar, hasta el 11 de febrero de 1807, 218 números, dos suplementos y cuatro ejemplares extraordinarios. Uno, el 66, fue censurado a raíz de las críticas que Vieytes hizo al Cabildo de Buenos Aires por haber pedido que se prohibiera la exportación de trigo y al virrey por decretarla. Pero además, se produjo una forzada pausa en junio de 1806, con motivo de la primera invasión inglesa”.

Vieytes, junto con Nicolás Rodríguez Peña, eran la cabeza de un proyecto industrial de cierta importancia: la fábrica de jabones. Su visión empresarial y económica lo llevó a que el Semanario fuera una hoja “pletórica de artículos relacionados con la agricultura, la industria y el comercio, pues se agregó información sobre entrada y salida de buques y acerca del contenido de sus cargamentos”.

Historia del periodismo agrega: “Resulta interesante, a la vez que significativo desde el punto de vista sanitario y social, el comentario que se refiere a la aplicación de la vacuna antivariólica, seguido de otros en que se destaca la inoculación de la esposa del gobernador de Montevideo y de una hija del virrey Rafael de Sobre Monte. Ambas referencias tenían por objeto convencer sobre la necesidad de extender tan indispensable práctica a todos los habitantes”.

El afán pedagógico de Vieytes era notable. Un ejemplo son las notas publicadas sobre cuestiones prácticas como son “las lecciones del arte de nadar que ocuparon varios números, y también el ‘modo de beneficiar la cera’, las aplicaciones de la sal alcalina, el uso de la argamasa, el empleo de mantequilla y leche, la destilación de aguardiente”, y demás sugerencias técnicas.

De Marco sostiene que “para el Semanario el proceso de recuperación económica del Virreinato se basaba en dos premisas íntimamente relacionadas entre sí: por un lado, el aumento equilibrado de la producción agrícola-ganadera y del consumo interno, de manera que se pudiese destinar al comercio un excedente de precio moderado; por otro, el desarrollo de la industria que tornara provechosas y apetecibles para el mercado externo, algunas materias primas hasta entonces miradas con indiferencia”.

Y añade: “Para ello era necesario mejorar la condición de los labradores y convencerlos de las ventajas que importaba la instalación en sus hogares de telares de “géneros groseros (lana, algodón o lino), a fin  de que las manos hasta entonces ociosas de ancianos, mujeres y niños surtiesen de la materia prima necesaria para el vestuario de la familia. El ahorro de lo que se aplicaba para la compra de telas permitiría contar con un excedente comerciable, y en consecuencia con la consiguiente ganancia”. Entre sus principales colaboradores en esto de pensar una sociedad aún en estado embrionario se encontraba nada menos que Manuel Belgrano.

El Semanario dejó de ser publicado durante las invasiones inglesas, y reemplazado por La estrella del Sur, un periódico que respondía a las directivas políticas británicas. Expulsado el invasor, las hojas quedaron fuera de circulación.

El último periódico colonial que tuvo el Río de la Plata fue el Correo de Comercio, dirigido por Manuel Belgrano, con la colaboración de Vieytes.  De hecho, el propio virrey Cisneros le propuso en enero de 1810 a Belgrano la creación de una publicación que llenara el vacío dejado por el Semanario.

En un Prospecto redactado el 24 de ese mes, Belgrano alude al esfuerzo por concretar la empresa y a la colaboración de “algunos patricios” que escribirían en el periódico, “avergonzados de que la gran capital de la América meridional, digna hoy de todas las atenciones del mundo civilizado, no tuviese un periódico en que auténticamente se diese cuenta de los hechos que la harán eternamente memorable, e igualmente sirviese de ilustración en unos países donde la escasez de libros no proporciona el adelantamiento de las ideas a beneficio del particular y general de sus habitadores”.

Era imperioso contar con un periódico en una ciudad que hacía mucho tiempo ya había dejado de ser una aldea. Según estima Vicente Fidel López en Historia de la República Argentina, al momento de las invasiones inglesas Buenos Aires tenía alrededor de 70.000 habitantes.

Afirma Miguel Angel De Marco en su libro: “Su objeto era también  promover los conocimientos útiles, e insistir de un modo especial en la educación, ‘persuadido de que la enseñanza es una de las primeras obligaciones para prevenir la miseria moral y la ociosidad”.

Y agrega: “En lo que Mitre denominó ‘revista económica literaria’, se trataron cuestiones tan variadas y diversas como la navegación, las características del puerto de Barragán, el modo de lograr buenos plantíos, la floricultura, la fruticultura, la asistencia a los pobres, el tratamiento de la hidrofobia, recetas de botica, cría de vacas, forma de exterminar las hormigas, sin dejar de ocuparse del crédito público y del papel de los bancos”.

“Luego de que Belgrano, designado jefe de la expedición destinada a transmitir el mensaje revolucionario a los paraguayos, dejó Buenos Aires, Hipólito Vieytes se hizo cargo del periódico que cesó de aparecer en forma abrupta el 5 de abril de 1811, tras haber editado 52 números, aparte del prospecto y otras hojas sin foliar”, culmina el autor.

Ha pasado ya mucho tiempo desde que vieron la luz aquellos pioneros periódicos rioplatenses. Los medios se multiplicaron, ganaron en proyección e inmediatez, pero la misión de la prensa sigue siendo la misma: debe iluminar, ayudar desde lo intelectual a pensar el país que queremos tener, la Nación que deseamos ser.