El pan de la locura se come en colectivos

Acuarela porteña

Mientras llega el colectivo matutino, la noche aún cubre la ciudad. El primer signo al subir al ruidoso transporte es encontrar espacios más abundantes de lo esperado. ¿Mala o buena novedad?. El impulso egoísta indica lo segundo. Podemos viajar sentados. Pero ya acomodados, advertimos que es así porque hay muchos que dejaron de utilizan el servicio. Algunos por no pagar una tarifa alta por algunas cuadras. Otros, ya no tienen donde ir.

El empleo se esfumó. Delante nuestro, una señora muy arreglada, nos mira de soslayo. Tiene aspecto de secretaria o ex, superada por las nuevas camadas. En general esas luchas generacionales se dan tanto en el ámbito público de las oficinas estatales, como en el privado de modernos "lofts".

Algunos le llaman "apunamiento de moquette" Las veteranas, que alguna vez fueron favoritas, guardan siempre alguna argucia para quedarse el mayor tiempo posible. Archivos de acceso exclusivo, papeles o notas a la que alguna vez hay que recurrir.

Emperifolladas como para desempeñar un rol central, de pronto saca de la cartera un pedazo de pan, y le dan un mordisco para, guardarlo nuevamente. El gesto pasa casi desapercibido. Esa mujer está desayunando. Quizá salió temprano de su domicilio suburbano, sin llegar a ingerir nada. Como otros en el pasaje, que toman mate, apuran el café a veces con esas tapas que poco sirven para contenerlo en el vaivén del vehículo, o apuran galletitas, golosinas.

Las chicas mas jóvenes están pegadas al celular, casi siempre con auriculares. Ausentes o indiferentes. Música, informaciones farandulera (eso abarca política, espectáculos, deportes), charlas largas con alguna amiga sobre el sexo de los ángeles, etcétera. Todo es bueno para acortar el viaje.

También, en muchos casos, sacan del bolso pan o galletas, para compensar el apuro que precedió la salida de cada hogar. La escena recuerda un pasaje de "Farenheit 451", la novela distópica de Ray Bradbury...donde en un trayecto de viaje en tren, todos se encuentran atentos a sus aparatos, muy similares los actuales "smartphones" (teléfonos inteligentes en la jerga millenials, centennials, y demás categorías tecnológicas), sin dialogar, en silencio absoluto.

Los libros, eran quemados como objetos prohibidos, quizá por que guardan esa memoria emotiva que no se mide en bytes o algoritmos, y a veces derivan en búsquedas estrambóticas. Por eso, esa mujer que come su pan durante el trayecto a su trabajo es todo un símbolo. Sus secretos, su historia, sus valores, se irán con ella el día que cruce por última vez la entrada a su oficina.

¿Cuántas cosas se habrá llevado hace unos días Analía Gadé, la actriz de la época más gloriosa del cine nacional?. Radicada en Madrid, y hermana de Carlos Gorostiza, quien fue secretario de Cultura nacional, y autor de "El pan de la locura", donde la trama anticipaba a través del trabajo en una panadería, los estragos de una sociedad amedrentada, quizá recorrió su espléndida vejez con la gracia y desparpajo de Mara Ordaz (Graciela Borges) en el reciente filme de Campanella.

La señora que viajaba delante mío, comió otro pedazo de pan antes de guardarlo en la cartera negra de charol. Y luego se bajó a defender su "trinchera", como aquellos panaderos de Viena, que comenzaron a cocinar las primeras mediaslunas de la historia, para dar aviso de la construcción de túneles del enemigo durante la noche, a las tropas austríacas y polacas que resistían el sitio del gran sultán Mustafá, uno de los líderes del Imperio Otomano que busca dominar el centro de Europa.

Ello les permitió la victoria en la batalla de Khalenberg, en octubre de 1638, frenando la ofensiva otomana. Datos y recuerdos para un "desayuno de campeones" donde se unen el placer y la belleza. Que no se olvide cuando estemos sentados frente la taza de café, antes de enfrentar la jornada, mientras damos en el aroma humeante, el primer mordisco a aquellas divas que el tiempo nos dejó, o a los amores olvidados que reaparecen en los grises días del Otoño.