Un retorno al policial clásico

Los crímenes de Alicia 
Por Guillermo Martínez 
Destino. 336 páginas 

El policial clásico o de enigma tiende a desaparecer, eclipsado en los últimos años por el auge de la novela negra y sus pinturas de la realidad social. Entre los pocos cultores que, por suerte, aún le quedan se encuentra Guillermo Martínez (Bahía Blanca, 1962), quien vuelve a esta variante del género con una secuela de su exitosa Crímenes imperceptibles (2003), llevada al cine por Alex de la Iglesia. En Los crímenes de Alicia, Martínez retoma los mismos personajes y el escenario de aquella obra, con una intriga que gira en torno a la figura de Lewis Carroll, el creador de Alicia en el país de las maravillas.

La historia transcurre en Oxford, en 1994, un año después que la anterior. Y el profesor de lógica Arthur Seldom y su joven asistente deben investigar ahora una serie de asesinatos desatados a partir de la decisión de la Hermandad Lewis Carroll de publicar los diarios privados del famoso autor.

En uno de los manuscritos hay una página arrancada que corresponde con la ruptura de Carroll con los padres de Alice Liddell, la niña real que inspiró la novela infantil. Y una anotación marginal, descubierta por casualidad, podría cambiar todo cuanto se sabe sobre Carroll.

Establecer el patrón de esos crímenes, inspirados en escenas del clásico infantil y "firmados" con fotos de jovencitas tomadas por Carroll, desvela al profesor.

Dos misterios se entrelazan desde el principio en la novela. Por un lado, la vida del propio Carroll y la naturaleza de su relación con las niñas, y por otro, subordinado a aquél, el móvil de los crímenes. Esas dos líneas argumentales sostienen alternativamente la trama, mientras se descartan sospechosos y se ahonda el misterio.

Con capítulos cortos y personajes secundarios que resultan creíbles, seguimos al joven asistente de Seldom, que es el narrador, mientras se desplaza a pie o en su bicicleta, lo que permite asomarse también a esa magnífica ciudad universitaria británica y sus colleges, los ritmos y costumbres de sus habitantes, y sus infaltables reuniones en los pubs.

La pesquisa avanza con cierta morosidad, relegada tras la reconstrucción de la vida de Carroll, sobre la que se expresan múltiples y discordantes voces. Pero ambas facetas son atractivas y Martínez consigue establecer igual ese juego deductivo con el lector que es propio de este género, sembrado de pistas falsas, y lo conduce a una resolución que resulta lógica, aunque inesperada.

La novela es una reflexión sobre la dificultad de trazar una biografía completa y sobre la idea de la copia y la reinterpretación de los hechos, algo que Martínez, gran admirador de Borges, llama "el plano Pierre Menard" de la obra.