La lógica de la confrontación choca con el factor federal

Si se estudia con atención y sin preconceptos los resultados electorales provinciales ofrecen indicios más ricos que muchas encuestas para palpitar la pulseada política nacional de octubre y noviembre.

 

Quizás no se ha reflexionado suficientemente sobre los resultados de los procesos electorales provinciales que ya se han concretado en el país. Si se los estudia con atención y sin preconceptos, esos pronunciamientos democráticos ofrecen indicios más ricos que muchas encuestas para palpitar la pulseada política nacional de octubre y noviembre.

Hasta el momento se ha detectado algo cierto (y obvio): tanto en los casos en que se ha elegido gobernador (Neuquén, Río Negro) como en las primarias que preparan esa definición triunfaron los oficialismos: el sapagismo neuquino y el "rionegrismo" que conduce el gobernador Alberto Weretilneck (a quien un fallo de la Corte Suprema le cerró la puerta de la reelección, pero transfirió su influencia a una candidata de su misma línea) ya aseguraron su continuidad.

Por su parte, el gobernador Sergio Uñac triunfó abrumadoramente en las PASO sanjuaninas y se proyecta a la reelección en la elección del 2 de junio, mientras en las PASO chubutenses se impuso el gobernador Mariano Arcioni, que sucedió al fallecido mandatario peronista (no K) Mario Das Neves y aspira ahora a sucederse a sí mismo.

LA DEBILIDAD DEL DUOPOLIO POLARIZADO
El rasgo más significativo de todos estos procesos no reside sólo en que triunfaron los oficialismos, sino que en todos los casos la victoria correspondió a fuerzas locales, independientes no de la política nacional, sino del duopolio polarizador que encarnan el macrismo y el kirchnerismo. En todos los casos, esas líneas polarizadoras fueron desplazadas a los márgenes del espectro político. Cambiemos salió tercero en Neuquén (con menos del 14 por ciento de los votos) y en Río Negro arañó el 6 %. En ambos casos el gobierno se resignó a celebrar no su propia performance, sino el premio consuelo de que el otro polo (el kirchnerismo) no pudiera acreditarse un triunfo.

En rigor, ni en Neuquén ni en Río Negro compitieron fuerzas estrictamente kirchneristas: ni Ramón Rioseco ni Martín Soria son feligreses de la señora de Kirchner. En el caso de Soria, él mismo tomó distancia de la ex presidente, Si bien se mira, esa diferenciación es otra señal de que el electorado no quiere acompañar a los polarizadores, busca navegar lejos de la llamada grieta.
Aunque los procesos ya ocurridos tuvieron como escenarios distritos de menor influencia relativa, los triunfos localistas están apuntando a un factor que inevitablemente ganará protagonismo en los próximas etapas político-institucionales: el factor federal.

A los procesos ya mencionados hay que sumar la evidente influencia que despliegan los gobernadores, tanto en el peronismo alternativo (peronismo federal), como en la propia coalición oficialista, donde los gobernadores radicales y en no menor medida los del Pro están impulsando modificaciones en el rumbo del gobierno.

Los gobernadores justicialistas conforman el eje del proceso de reorganización partidaria y de superación de la etapa kirchnerista. Los gobernadores oficialistas necesitan pensar más desde la función que desde sus lógicas partidarias, aunque tengan que hacerse cargo de éstas. Los de origen radical quizás sienten, como sus correligionarios sin poderes territoriales, que el PRO es una competencia que invade su público tradicional. Pero no por eso tienen vocación de pelear con el gobierno de Macri, sino más bien de corregirlo y ayudarlo a ganar en octubre. Y allí convergen con sus colegas del PRO.

Por ejemplo, Horacio Rodríguez Larreta, uno de los gobernadores del PRO y miembro nato de la mesa chica de Cambiemos, hace rato que considera que el gobierno debe afinar el rumbo y encarar variantes realistas.

El -como María Eugenia Vidal- ve que la combinación de intransigencia y tropiezos del Ejecutivo nacional erosiona el capital político común y afecta sus posibilidades en el propio distrito. Rodríguez Larreta admite como posible y hasta virtuosa una fórmula presidencial Macri-Martín Lousteau, que contribuiría a tranquilizar a los radicales, le agregaría energía electoral a la coalición (Lousteau es un político que "mide bien") y, en su caso, eliminaría el riesgo de que el ex embajador en Estados Unidos vuelva a desafiarlo a él en la Ciudad Autónoma, donde estuvo a punto de dar el batacazo en el ballotage de 2015.

Más allá de lo que condicionan las necesidades electorales, lo relevante es que el cerrado entorno que ha ido rodeando al Presidente (y muchas veces ha aislado al gobierno) se ve forzado a abrirse por presión de sus gobernadores. Los de la Unión Cívica Radical hicieron punta en el reclamo de medidas económicas más amigables con los votantes. El Ejecutivo predica contra esas concesiones pero ahora se resigna a admitirlas.

No hay a la vista ni personalidades ni estructuras que puedan sostener hoy un dispositivo centralista para recuperar la autoridad legítima y eficaz que el país necesita como condición para ordenarse y desarrollarse. Se sale de la situación crítica con acuerdos de Estado que van más allá de los pactos entre partidos. Y el factor federal es un ingrediente insoslayable en la mesa de los consensos. El gobierno se ve presionado a escuchar a sus propios gobernadores. El próximo gobierno tendrá que escucharlos a todos.

LOS "NI-NI" BUSCAN SU CANAL
La conducta de los electorados de provincia que ya se pronunciaron parece anticipar la tendencia a evitar la polarización de un muy amplio sector de la ciudadanía. Un estudio demoscópico reciente de alcance nacional producido por la consultora Synopsis parece confirmar esa línea de fuerza al revelar que algo más del 50 por ciento de los votantes estaría dispuesto a cambiar su voto para evitar que alguno de los dos extremos de la polarización (Mauricio Macri- Cristina Kirchner) triunfe en los próximos comicios.

Esa opción teórica antipolarizadora ("ni-ni"), que las estadísticas radiografían y las pasadas elecciones provinciales registraron, tiene una dificultad en la práctica: a seis meses de la primera vuelta electoral y a cuatro del último plazo de oficialización de candidaturas, todavía no está encarnada con claridad en alianzas distinguibles y nombres propios.

Por cierto, Roberto Lavagna empieza a recortarse como figura posible, pero la ingeniería de acuerdos y procedimientos jurídicos que requiere un consenso tan amplio como el que pretende construir el ex ministro demanda tiempo y afronta muchas dificultades, algunas emanadas de su propia fuerza original, el peronismo, desde donde hay sectores que le reclamen que participe en una elección interna justicialista. Lavagna ha insistido, desde que aceptó su actual condición de "protocandidato", en que se necesita un acuerdo que incorpore más miradas que la del peronismo y que esos otros sectores no pueden ser conminados a integrarse a una lucha interna justicialista.

Por otra parte, agrega, esa idea en la actualidad fragmenta y divide: ¿porqué insistir en que, en lugar de una estrategia de consenso y acuerdo, prevalezca una de división a la que no se someterán (ni se les exige) los candidatos polarizadores, Macri y la señora de Kirchner? Son argumentos muy razonables, pero no alcanzan los argumentos para remover obstáculos.