La danza del dólar

Cambiemos agota todas las instancias, acumula instrumentos para contener lo que sabe ocurrirá en un año electoral: la inevitable suba del dólar.

Todo el esfuerzo del Gobierno está puesto en mantener el dólar a raya. Hay una premisa en la que coinciden tirios y troyanos: sin estabilidad cambiaria no hay posibilidad alguna de diseñar un plan económico que funcione. Sin previsibilidad no se puede hablar de inversiones y crecimiento, y mucho menos de un posterior desarrollo.

Por eso es que Cambiemos agota todas las instancias, acumula instrumentos para contener lo que sabe ocurrirá en un año electoral: la inevitable suba del dólar. Como dicen los especialistas, en tiempos de elecciones presidenciales lo primero que ocurre, mucho antes aún de que comiencen a circular las encuestas, es la dolarización de portafolios.

Como los ahorristas y los inversores, que se la ven venir, el Gobierno intenta curarse en salud. De allí que el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, haya negociado esta semana con el Fondo Monetario Internacional la posibilidad de utilizar parte del crédito puente para salir al cruce de cualquier atisbo de corrida cambiaria.

Si bien las autoridades se cuidaron de decir que el aval del FMI no tiene como objetivo intervenir en la plaza cambiaria, el objetivo central pasa por llevar calma al mercado, más temprano que tarde. Por eso es que desde abril Hacienda subastará u$s 9.600 millones en licitaciones diarias de u$s 60 millones. La idea es dar una señal clara: hay billetes verdes para satisfacer toda demanda.

Pero la certeza puede transformarse pronto en duda. ¿Hay billetes verdes para satisfacer toda demanda? ¿No huelen a poco los u$s 60 millones diarios? Si tomamos en cuenta que el año pasado el Banco Central intentó parar la corrida con ventas diarias de u$s 150 millones, y se lo llevaron puesto en cada una de las licitaciones, la suma ahora definida parece exigua.

Aquella munición de fogueo no sirvió de nada y, ya bajo la gestión de Luis Caputo, tuvo que salir el Central a ofrecer u$s 5.000 millones para calmar las aguas. Luego vino la reestructuración de la política monetaria, su endurecimiento y la suba de tasas, y con ellas todo lo que ahora estamos viviendo en términos de recesión económica.

Pero esta semana tuvo también, atada a esta noticia, la decisión del Banco Central de enviar al Congreso el pedido de reforma de su Carta Orgánica para que se establezca por ley la prohibición de que la entidad financie al Tesoro. La emisión cero es no sólo una rareza para esta Argentina acostumbrada a darle a la maquinita, sino y sobre todo el mascarón de proa de un Gobierno convencido de que a la inflación se la combate exclusivamente con política monetaria.

Y aquí es donde entra a tallar el 3,8% de inflación del mes de febrero, anunciado el jueves por el Indec. Está claro que, si bien el proceso no está descontrolado, el Gobierno también está lejos de poder dominarlo con sus políticas de manual. Hasta ahora todos y cada uno de los intentos han fracasado.

La inflación tiene varios componentes y, claro está, uno de ellos es monetario. Por eso el Gobierno ha decidido apagar la máquina de imprimir pesos. Pero hay otros factores en esta enfermedad multicausal que no pueden ser tratados sólo desde el Banco Central.

Hay lo que técnicamente se denomina inercia inflacionaria, y que en la vida práctica se traduce en la reacción de empresarios y comerciantes que aumentan los precios sólo porque otros los aumentaron antes. Buscan desesperadamente no perder realizando un movimiento de cobertura, pero le suman así un eslabón más a una cadena sin fin.

También es cierto, y lo dejó en claro el propio presidente del Banco Central, Guido Sandleri, que el sector comercial ha visto en estos primeros meses del año la posibilidad de remarcar para recuperar algo de lo que perdió en 2018, devaluación y pico inflacionario mediante. Y esta ventana se abre porque en el Evangelio del Gobierno no hay nada parecido a la regulación o el control de precios.

En términos de inflación este semestre ya está jugado. Si al dogma liberal de que los precios son sagrados y los regula el mercado, le agregamos una persistente actualización de tarifas hasta junio, no hay chances de que el proceso aminore su marcha.

A la inercia inflacionaria se le suma una visión del mundo por parte de Cambiemos que no ayuda a controlar la situación. Por ejemplo, la apertura y desregulación del mercado de las carnes llevó a que este rubro ahora represente el 16% de las exportaciones. Lo bueno, genera dólares genuinos. Lo malo, traslada al interior de la Argentina cierta dinámica de precios internacionales y escasez de oferta. Por eso hoy en día los mostradores de las carnicerías están que arden.

Consultado un economista de prestigio, fogueado en duras batallas, si no debía el Gobierno intentar montar una mesa de diálogo con sindicalistas y empresarios para moderar las subas salariales y, al mismo tiempo, pisar el aumento de precios, la respuesta fue contundente: "Ese tiempo ya pasó".

Si el dólar le sigue el tranco a la inflación, el aumento de la divisa será inevitable, como su impacto en el nivel de precios. Y ante este panorama el Gobierno saca de su flaca cajita de herramientas el instrumento de la tasa de interés, y la usa a diestra y siniestra. Por encima hoy del 60%, los operadores del mercado saben que esto dista de ser un techo para los tipos de interés. Subirán más si es necesario. ¿Qué pasará con el sector productivo? ¿Cuán sustentable es esta política en el tiempo? Son preguntas que no tienen una respuesta definida.

Por las dudas ante lo que se viene, en el Palacio de Hacienda suman pertrechos. Los dólares del Fondo Monetario, la tasa de interés, las divisas que liquidará el sector agropecuario, todo suma por estos días. Saben en la Casa Rosada que la volatilidad se hará extrema en tiempos de elecciones presidenciales y que el billete verde puede llegar a volar si las encuestas marcan un triunfo de la oposición.