La culpa no es del foso

El foso existe, está ahí, siempre lo estuvo. El artista lo mide, lo estudia, reconoce sus límites en la pasada de escenario que antecede a cada presentación, en la prueba de sonido. Tal vez este caso señale un antes y un después en cuanto al uso y protección de los fosos teatrales, como lo hizo Cromañón con las medidas contra incendios.

Panelistas y movileros se han hecho un festín en estos días hablando de las medidas de seguridad del Teatro Mercedes Sosa, de Tucumán. Toda gente que, probablemente, nunca transitó un escenario, que no se movió entre patas, que ignora lo que en la jerga se llama trampa. Y, lo que es peor, personas que parecen no frecuentar esos ámbitos ni siquiera como meros espectadores.

La sala de la fatalidad de Sergio Denis tenía el foso destinado a la orquesta sin protección, descubierto. Cargan contra el administrador, cuestionan el diseño arquitectónico (la sala fue inaugurada en 1946), disparan contra la tradición misma del teatro de reservar un espacio semioculto para que se ubiquen los músicos. Escarban en la potencial responsabilidad del iluminador, que podría haber cegado la visión del cantante. Lo extraño, lo llamativo en todo caso, hubiera sido que el foso del Mercedes Sosa hubiese estado cubierto, protegido por una red (como lo estaba en el malogrado Presidente Alvear) o por una madera (como ocurre en el Provincial de Salta capital, o en el magnificente Colón).

Contar con medidas de seguridad específicas para prevenir una eventual caída al foso no es la norma, no. Probablemente, porque nunca lo exigió ninguna inspección de las muchas que reciben a menudo las salas teatrales. El Maipo no las tiene (si bien la abertura de su hueco es más estrecha que la de su par tucumano), el Astral no las tiene, tampoco el Liceo. ¡Si hasta el Festival de Cosquín tiene un foso sin resguardo! "No existe otra norma que el sentido común", admitió el empresario Carlos Rottemberg, voz autorizada en la materia. "El 80% de los teatros tienen fosa", mensuró, por su lado, el actor Dady Brieva.

Es así: el foso existe, está ahí, siempre lo estuvo. El artista lo mide, lo estudia, reconoce sus límites en la pasada de escenario que antecede a cada presentación, en la prueba de sonido. Tal vez este caso señale un antes y un después en cuanto al uso y protección de los fosos teatrales, como lo hizo Cromañón con las medidas contra incendios. La de Sergio Denis fue una desgracia lisa y llana, sin más vueltas.