Una extensa historia de finales trágicos

El mundo de la pelota se conmovió por la muerte de Emiliano Sala. Su caso es el más reciente de una larga lista de futbolistas argentinos que murieron en actividad. Accidentes, homicidios, problemas cardíacos, enfermedades terminales… Un triste repaso que sirve para evocar a varios jugadores que todavía extrañamos.

La angustia envolvió los corazones futboleros y los fue oprimiendo hasta hacerlos añicos. Este proceso se extendió por dos largas semanas. Se inició el 21 de enero pasado, cuando la avioneta que trasladaba a Emiliano Sala de Nantes a Cardiff desapareció de los radares cuando sobrevolaba el Canal de la Mancha. Desde ese momento, todos comenzamos a hablar de ese delantero argentino prácticamente desconocido para el gran público que llevaba un tiempo haciendo goles, muchos goles, en Francia y que estaba a punto de incorporarse a la Liga Premier inglesa. El 7 de febrero la mínima esperanza de que este santafesino de 29 años permaneciera con vida se extinguió al confirmarse la aparición de su cadáver. Fue un golpe artero del destino. Un gol en contra. 

Habían sido en vano las súplicas y las cadenas de oración pidiendo por la improbable salvación de Sala. Su carrera futbolística se estrellaba brutalmente en el momento en el que estaba despegando. Atrás habían quedado sus días en el club San Martín de la localidad santafesina de Progreso, desde cuya Tercera División saltó al Burdeos, de Francia, que tenía un centro de formación en la ciudad cordobesa de San Francisco. 

Después de un derrotero por clubes de poca monta en Francia, consiguió hacerse un lugar en la Primera del Burdeos, que lo cedió en procura de darle el fogueo necesario. En la temporada 2015-2016, con 25 años, arribó a Nantes, el sitio en el que por fin sacó a relucir su tremendo poder de fuego. Se despachó con 48 goles en 133 partidos, lo que arrojaba un respetable promedio de 0,36 por presentación, es decir una conquista cada 250 minutos aproximadamente.

Esa contundencia provocó el interés del Cardiff FC, un conjunto galés recientemente ascendido a la  Premier. Apenas el 19 de enero se había anunciado la transferencia, a cambio de 17 millones de euros, cifra que hacía de Sala el jugador más caro de la historia de ese equipo que tiene como principal mérito haber conseguido la FA Cup en la temporada 1926/27 y dos subcampeonatos en la máxima categoría del fútbol británico en la campaña 1923/24. 

Pero el accidente en el que la avioneta Piper PA-46 Malibu se precipitó sobre el Canal de la Mancha arruinó todos sus sueños de gloria e instaló una desolación llamativa para un personaje casi ignoto. Claro, desde el momento de la desaparición de la aeronave todo el mundo se enteró de que con sus goles les pisaba los talones en la tabla de artilleros a las figuras del Paris Saint-Germain, el francés Kylian Mbappé, el uruguayo Edinson Cavani y el brasileño Neymar y vio repeticiones de sus proezas una y otra vez en todos los canales de televisión y en los sitios web de los diarios y revistas. 

La repercusión de su deceso unió a toda la comunidad futbolística, al punto de que en todos los estadios del planeta se le rindieron sentidos homenajes. Todos hablaban de Sala. Todos lamentaban su triste final. 

DEMASIADOS EPILOGOS ABRUPTOS

La verdad es que la muerte de un jugador en la plenitud de su carrera es un hecho duro e inesperado, pero más común de lo que podría imaginarse. Tanto es así que con sólo hacer un poco de memoria surgirán muchos ejemplos de futbolistas cuyas vidas se truncaron cuando aún estaban en actividad. 

Quizás el caso más emblemático y, al mismo tiempo, el ejemplo más cabal de amor por la camiseta sea el de Jacobo Urso, de San Lorenzo. El 30 de julio de 1922 chocó con dos jugadores de Estudiantes de Buenos Aires (Comolli y Juan van Kammenade), lo que le provocó la fractura de dos costillas. Como en ese entonces no había cambios, se negó a salir de la cancha pese al intenso dolor que sentía. A esa altura no se sabía que había sufrido la perforación de un riñón. Al terminar el partido, se desmayó y fue trasladado de urgencia al hospital Ramos Mejía, donde fue operado dos veces. Falleció casi una semana después, el 6 de agosto. Tenía sólo 23 años.

Ya veterano para la época, a los 33 años Eliseo Mouriño, eximio centromedio (número 5) de Banfield, Boca y la Selección argentina, se había ido a jugar al Green Cross, de Chile, una vez finalizado su vínculo con el conjunto de la Ribera.  El avión que transportaba a su equipo se estrelló contra el cerro Las Animas, a más 3.200 metros de altura y sesgó la vida de este patrón de la mitad de la cancha –como se estilaba que fueran los jugadores de su posición en esos tiempos- junto con la mayoría de los integrantes del conjunto trasandino. En total hubo 24 muertos y jamás se recuperaron los cuerpos de otras seis personas que iban en la nave. Recién en 2015 se encontraron los restos calcinados del avión.

Uno de los decesos más absurdos tuvo como protagonista a Oscar Jorge Suárez. Era un centrodelantero surgido en Estudiantes de La Plata, donde no había tenido demasiadas oportunidades para mostrarse y llegó a Temperley en 1975, año en el que el equipo celeste debutó en Primera División. Después de una más que interesante campaña en el Nacional de ese año, el club emprendió una exótica gira por Africa. El 19 de febrero de 1976, Suárez, de 23 años, falleció víctima de paludismo, enfermedad que contrajo en Zaire. También Talleres de Córdoba había viajado a ese lugar con un plantel en el que figuraban Daniel Willington, el Hacha Luis Ludueña y dos futuros campeones del mundo como Luis  Galván y Miguel Angel Oviedo. Todos se vacunaron contra la fiebre amarilla, el tifus y la viruela, pero no contra el paludismo, que terminó con los días de Suárez, el atacante que empezaba a hacerse notar con sus goles en Temperley.

Tan insólita como la anterior fue la desgracia que sufrió Hugo Pena, un firme zaguero de San Lorenzo. Le decían Tomate y era el padre de Tomatito, Sebastián, quien fue campeón del mundo Sub 20 en 1995 a las órdenes de José Pekerman. A los 29 años, Tomate estaba mirando televisión con su hija de 3 años en el living de su casa. Con el pie derecho sumergido en agua y sal para atenuar el dolor remanente después de que le quitaran un yeso que le habían colocado por una rotura de ligamentos en el tobillo, intentó cambiar de canal el televisor y sufrió una descarga eléctrica de la que no logró sobrevivir.

Igualmente sorprendentes fueron las muertes de Mirko Saric y Sergio Schulmeister. El primero se quitó la vida el 4 de abril de 2000, cuando apenas tenía 21 años. Había debutado cuatro años antes en la Primera de San Lorenzo y desde el principio mostró buenas cualidades como volante por la izquierda. Fino, elegante, con buen tranco. Parecía tener destino de crack, pero una grave lesión de ligamentos padecida en 1999 lo afectó más de la cuenta. El largo proceso de recuperación lo sumió en una profunda depresión de la que no pudo salir y acabó ahorcándose con una sábana en su casa de Flores.

Casi tres años más tarde, el 4 de febrero de 2003, Schulmeister tomó la misma trágica decisión. En su caso recurrió a un cinturón para suicidarse. El arquero había tenido una serie de malas actuaciones en la valla de Huracán que lo llevaron a perder el puesto. Esa situación, sumada a una personalidad un tanto inestable y a una presunta ruptura amorosa de la que nunca logró reponerse, lo empujó a esa fatal determinación.

Oscar Víctor Trossero no había logrado asentarse en Boca y en Racing, pero a las órdenes de Juan Carlos Lorenzo había demostrado sus virtudes como goleador en Unión. Eso le valió una transferencia al fútbol francés, donde actuó en Nantes, Mónaco y Montpellier, siempre haciendo gala de su poder de fuego. River lo repatrió en 1983 y con siete tantos en sus primeros 22 partidos comenzó a responder a esa confianza. A los 29 años, el 12 de octubre de ese año, murió súbitamente en el vestuario por el estallido de un aneurisma cerebral luego de jugar un partido contra Rosario Central.

El fútbol argentino ya se había estremecido con el accidente de Pena cuando sucedió lo de Trossero y poco tiempo después volvió a sacudirse con una muerte ridícula. Jorge Coudannes fue asesinado cuando se resistió a un asalto el 17 de abril de 1985. El Chino, en este entonces mediocampista de San Lorenzo,  fue baleado y sufrió la perforación de un riñón, un pulmón, el hígado y el corte de la arteria aorta. Ingresó en el hospital Pirovano en estado crítico y mientras lo operaban tuvo dos paros cardíacos. Tenía 34 años.

Un final muy similar tuvo Félix Lorenzo Orte. Este potente delantero que pasó por Banfield, Rosario Central, Loma Negra y Racing fue asesinado el 19 de noviembre de 1989 en la puerta de su casa en un confuso episodio, que tenía todas las características de un crimen por encargo. El Pampa, que había sido tenido en cuenta por César Menotti en la previa del Mundial ´78, hacía seis meses había cumplido los 33.

CON EL CORAZON PARTIO

En las retinas de los hinchas de River quedarán para siempre los goles decisivos de Juan Gilberto Funes en la Copa Libertadores de 1986, la primera que llegó a las vitrinas de los millonarios. El Búfalo era un prodigio de fortaleza física. Parecía incontenible cuando se lanzaba a pura potencia hacia el arco rival. Esas mismas características le valieron un romance inmediato con el público de Vélez, adonde llegó para formar parte de un muy buen equipo dirigido por Alfio Basile que no pudo pelear por el título, algo muy común en el Fortín en la era anterior al arribo de Carlos Bianchi a la dirección técnica.

El puntano se había llevado todo los aplausos en un partidazo épico en el que los de Liniers igualaron 3-3 con Boca luego de estar 0-3 abajo. Incluso, en uno de los tantos se llevó a la rastra a un José Luis Cuciuffo impotente para detenerlo. Sus 12 goles en 25 partidos expresan a la perfección su excelente actuación en Vélez, donde formó una buena dupla de ataque con Ricardo Gareca. Se le venció el contrato y apareció Boca, decidido a tenerlo en sus filas. Hasta se probó la camiseta azul y oro, como para que no quedaran dudas de sus ganas de instalarse en la Ribera. En los exámenes médicos le apareció una endocarditis protésica, una afección cardíaca inesperada para un hombre que jugaba con el corazón. El Búfalo intentó por todos los medios que se hiciera el pase. Los dirigentes xeneizes, también. Funes fue internado porque su salud empeoraba día a día, hasta que el 11 de enero de 1992 su partida enlutó al fútbol argentino, que desde ese día extraña a ese fortachón de 28 años que todavía tenía mucho para dar.

Al igual que el Búfalo Funes sufrieron mortales problemas cardíacos Micael Favre,  24 años, de San Jorge  de Entre Ríos, Gabriel Palomar, de 19, de Empleados de Comercio de Mendoza y Claudio Flores, de 16, de Deportivo Muñiz (los tres en 2016);

Un caso impactante fue el que provocó la muerte de Héctor Sanabria, un delantero de 28 años de Deportivo Laferrere, quien falleció de un paro cardíaco en pleno partido contra Lamadrid. Fue 27 de agosto de 2013. Lo mismo podría decirse de la suerte –mala suerte- que corrió Vicente Vásquez, de 23 años, quien el 24 de noviembre de 1992 tuvo un infarto causado por un pelotazo que recibió al intentar detener un penal con el pecho. Jugaba en el modesto Garuhapé, un equipo misionero.

Tan llamativo como los dos anteriores fue lo que le pasó a Gustavo Speroni, de 24 años, quien el 10 de febrero de 1984 fue alcanzado por un rayo mientras hacía la pretemporada con su equipo, Círculo Deportivo Nicanor Otamendi.

OTROS CASOS IMPACTANTES

Otro deceso que conmovió –y mucho- a la sociedad futbolera se dio no hace mucho, el 27 de abril de 2002, cuando el Ruso Edgardo Prátola, de Estudiantes, terminó perdiendo su apasionada lucha contra un cáncer de colon que se lo llevó a los 32 años. Este recio zaguero se había ganado el corazón de todas las hinchadas con su inquebrantable voluntad de vivir y hasta el público de Gimnasia le tributó un sentido homenaje.

Y cuando la herida aún no había cerrado por la desaparición de un tipo tan querido, murió José Luis Sánchez. Garrafa, un loco lindo que paseaba su desparpajo con la misma naturalidad por las canchas del Ascenso y de Primera, estaba jugando en su Laferrere después de haberse ganado el afecto de todos con su gran labor en Banfield cuando no tuvo mejor idea que ponerse a hacer piruetas con su moto. El 8 de enero de 2006, a los 31 años, este talentoso sin límites vio truncada su existencia del mismo modo que una década antes Carlos Bilardo le había bajado el pulgar en Boca justamente por su devoción por las dos ruedas. El Narigón no estaba dispuesto a contar en su equipo con un jugador que se arriesgara tanto como Garrafa solía hacerlo.

Los accidentes de tránsito también se cobraron varias vidas de jugadores en actividad.  René Bravo era un santiagueño de 20 años que llegó a Argentinos a mediados de 1990. Llegó de su Añatuya natal a la cancha de Boca en un abrir y cerrar de ojos. Un año después todavía no conseguía hacer pie en el fútbol grande y encima un desgarro lo obligó a un descanso forzado. Extrañaba a su familia y pidió permiso para viajar a su tierra. Un accidente en la ruta impidió el reencuentro. El 28 de marzo de 1993 también manejando falleció Hernán René Solari, un promisorio mediocampista ofensivo de Unión de 24 años. Carlos Batista, un pibe que asomó en la Primera de River se estrelló con su auto el 27 de octubre de 1990, con jóvenes 21 años y apenas cuatro partidos en el conjunto millonario que dirgía Daniel Passarella.

Idéntico final tuvieron Pablo Gómez, de 23 años, del Pachuca mexicano (2001), Ramiro Vergini, de 20, quien actuaba en Almagro (2007), Gustavo Andrada, de 19, de Independiente Rivadavia (2011), Martín Recalt, de sólo 16, de Quilmes y Maximiliano Giusti, un atacante de 25 años surgido en Vélez que actuaba en La Emilia, un equipo del Torneo Federal B (2016).  Hubo otros casos que impactaron, como el de Diego Barisone, de Lanús, quien a los 26 se estaba afianzando en el Granate después de un buen arranque en Unión y el 28 de julio de 2015 chocó con un camión cuando manejaba a 195 kilómetros por hora. A modo de tributo, todos jugadores de Lanús lucieron durante todo el torneo de Primera el número 15 –el que usaba el defensor- en el pecho. Casi una década antes, el 26 de noviembre de 2005, el arquero Emiliano Molina, de Independiente, protagonizó un grave accidente que lo tuvo 13 días en estado crítico hasta su deceso con sólo 17 años.

El Rojo había perdido a otro joven guardavalla, Lucas Molina, de 20 años, víctima de un paro cardíaco mientras dormía el 28 de noviembre de 2004, dos días después de un partido. Tanto Lucas como Emiliano habían sido descubiertos por Miguel Angel Pepé Santoro y habían defendido el arco de los seleccionados juveniles argentinos.

Las enfermedades terminales afectaron al fútbol. Antes que Prátola, fueron sus víctimas Pedro Ponce, de Vélez, en 1923; Eduardo Folgado, promisorio jugador fortinero a mediados de los ´40; Angel Beltrán, defensor de Huracán, de 27 años, en 1986; Gonzalo Peralta, de 36, de Riestra, en 2016 y el ex arquero de Boca Gustavo Eberto, quien tras un destacado paso por las selecciones juveniles murió a los 24 años el 3 de septiembre de 2007.

El 25 de enero de 1999 se produjo el terremoto del Eje Cafetero, en Colombia. Con una intensidad de 6,1 grados en la escala Richter sembró desolación y muerte, demasiada muerte. Mil personas sucumbieron por ese desastre natural, entre ellos tres jugadores argentinos que se desempeñaban en Deportes Quindío: Rubén Bihurriet (ex Newell´s), Diego Montenegro (ex Chacarita) y Darío Campagna (ex Talleres y Central).

Tres décadas antes, el 26 de septiembre de 1969, en Bolivia hubo un pavoroso accidente aéreo la localidad de Viloco, del Departamento de La Paz. Allí perecieron 74 personas, entre ellas los argentinos Angel Porta, Hernán Andretta, Héctor Marchetti, Eduardo Arrigó y Raúl Farfán.

La violencia se cobró las vidas de Franco Nieto, de 33 años, de Tiro Federal (asesinado de un ladrillazo en la cabeza en una batalla campal un certamen regional en 2014), Rodrigo Espínola, de 26, de Chicago (intentó resistirse a un asalto en 2016) y Facundo Espindola, de 25, de Atlético Uruguay de Entre Ríos (apuñalado por otro jugador, Nahuel Oviedo, a la salida de un bar).

El recuento, tal vez extenso y seguramente incompleto, se cierra con una muerte ridícula que expone con una crudeza abrumadora la precariedad de nuestro fútbol. Emanuel Ortega, de 21 años, jugaba en San Martín de Burzaco. Su vida se extinguió mientras disputaba un partido contra Juventud Unida, en Primera D. Chocó contra una pared de cemento que estaba al borde del campo de juego.