Se avecina un largo invierno

Semana económica. El Gobierno tiene como prioridad contener al dólar y resigna entonces todo lo que puede ser un estímulo para el crecimiento de la economía.

Los números rojos de la economía describen un escenario de crisis pertinaz. Una situación de caída de la producción y el consumo, pero también de merma de las exportaciones y las importaciones, factores todos que confluyen para generar este ambiente de asfixia, esta sensación de estar en un pozo del cual será difícil salir.

Lo narrado no queda meramente en el plano de lo sensorial, de las experiencias que uno pueda tener en la vida cotidiana, sino que la misma dinámica de la economía y las medidas que toma el Gobierno para mantenerla estable no hacen más que confirmar que se avecina un largo invierno.
A esta altura del partido queda claro que la gestión Cambiemos se juega todas las fichas a mantener la calma en el sistema financiero. Todo lo que hace o deja de hacer apunta lisa y llanamente a que no se dispare la cotización del dólar. Un salto devaluatorio como el ocurrido el año pasado no haría más que inflamar el proceso inflacionario y anular cualquier sueño de reelección del presidente Mauricio Macri.

En lo político las consecuencias serían claras y contundentes. En lo económico es dable afirmar que el deterioro que produciría la escalada de la divisa sobre el salario real de los argentinos sería difícil de soportar. Sobre todo cuando el calendario de subas de tarifas sigue, sin prisa y sin pausa, como si nada estuviera pasando.

Una muestra de que el Gobierno no le dará rienda suelta al dólar, y que pagará las consecuencias que sean necesarias pagar para mantenerlo quieto, es lo ocurrido esta semana.

En enero la estabilidad del billete verde permitió encarar una senda leve y constante a la baja de la tasa de interés, lo cual se traduciría en una bocanada de aire fresco para los tomadores de crédito.
Sin embargo, ante el menor atisbo de calentamiento del precio del dólar, al Banco Central no le tembló el pulso para subir 300 puntos la tasa de interés de las Leliq, volviendo a fojas cero el intento por achicarlas. La divisa estadounidense, está de más decirlo, se enfrió.

La contracara de este corsé puesto sobre el tipo de cambio es más que conocida: al sector productivo se le hace imposible el financiamiento. De allí el desplome de la producción industrial, que fue de -3,8% en 2018, y que el uso de la capacidad instalada del sector manufacturero sea tan sólo de 56%, casi el mismo nivel que en la tremenda crisis del 2002. Las exportaciones cayeron, pero mucho más lo hicieron las importaciones, sobre todo la compra de insumos y maquinaria para una industria que no tiene trabajo.

El Gobierno tiene prioridades -contener al dólar- y resigna entonces todo lo que puede ser un estímulo para el crecimiento de la economía. No hay que ser necios, la opción no es sencilla y nadie puede afirmar que en la Casa Rosada desdeñen la posibilidad de tener una actividad pujante y creadora de empleo. Pero hoy la realidad es otra: los inversores corren hacia el dólar ante la menor señal de peligro, jaqueando al sistema todo.

Los números rojos de Cambiemos lejos de generar tranquilidad, siembran preocupación. La inflación de 2,9% del mes de enero, y la esperada para febrero, que superaría el 3%, permiten afirmar que la política monetaria árida y restrictiva tiene larga vida por delante. El Central acentúa su objetivo de secar la plaza y a eso queda atado el desplome del consumo.

Quienes acunan el sueño de que un nuevo Gobierno en diciembre podría modificar el rumbo en este punto e inyectar pesos en el sistema para reavivar la demanda y lubricar el mercado interno, como se hizo a partir de 2002 -con precios internacionales record de los commodities-, ignoran que el proceso ha montado su propia dinámica de retroalimentación y que una jugada así podría ser funesta.

Un dato no menor es que el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional ha sido un alivio desde lo financiero, pero al mismo tiempo maniató al Gobierno en su libertad para tomar decisiones. No hay margen alguno para hacer la vista gorda ante los puntos subrayados del pacto con el organismo. El FMI exige déficit cero, apagar la maquinita del Banco Central -emisión cero- y sanear las cuentas públicas. Eso acentuará la recesión, que hará el trabaja sucio de bajar la inflación por menor creación de dinero y derrumbe del consumo.

Los dólares de la cosecha pueden traer algo de alivio en el segundo trimestre, pero demasiado grave es la situación como para conformarse con este paliativo. Como tantas otra veces, los argentinos tendremos que pasar el invierno.