Narcisismo 2.0

Claves de la postmodernidad. La gente acude a las redes sociales principalmente para hablar de sí misma. Si opina sobre una cosa o la otra, sea el discurso del ministro o el desempeño de un bailarín en la televisión o el perrito del vecino, es más bien para marcar territorio. Para decir: este soy yo.

Cuando leemos por ahí cosas como "habló el ministro y estallaron las redes sociales" estamos creándonos una imagen equivocada de la realidad, tanto como cuando nos dicen que "todo el mundo" se fue de vacaciones en Semana Santa. Seguramente muchos enviaron su comentario por Twitter cuando el ministro profirió la sandez del día, y otros muchos lo colgaron en su muro de Facebook. Hubo tanto tránsito en las redes sociales como en las autopistas que salen de la capital, pero eso apenas representa una fracción muy pequeña de la sociedad. La gran mayoría de la gente no se preocupa por las noticias ni está enterada de lo que dijo el ministro, ni tampoco se puede dar el lujo de salir de vacaciones así como así.

Si pensamos en el uso de la red como fuente de información y de las redes sociales como foros donde la gente analiza, comenta y discute esa información, es evidente que no debe representar siquiera el cinco por ciento del tráfico total. Basta con mirar los temas que marcan tendencia en Twitter o las notas más leídas en los sitios periodísticos o las más gustadas en Facebook, para sospechar que el público está mayoritariamente ocupado en soberanas tonterías. Aunque no es del todo así. Para decirlo mal y pronto, la gente acude a las redes sociales principalmente para hablar de sí misma. Si opina sobre una cosa o la otra, sea el discurso del ministro o el desempeño de un bailarín en la televisión o el perrito del vecino, es más bien para marcar territorio. Para decir: este soy yo.

Incluso de ese generoso cinco por ciento que se ocupa en las redes de asuntos políticos, por describirlos de alguna manera, la mayor parte lo hace también para hablar de sí misma, para que el mundo sepa cuán a favor de tal político o tal causa o tal ideología está y cuán en contra del político, la causa o la ideología opuesta. A nadie parece importarle la opinión del otro, a menos que encuentre en ella un eco de la suya, y nadie está dispuesto a resignar posiciones ante un argumento razonable. La actitud más común es desafiante y patotera, el club de la pelea. Rara vez se encuentra en las redes un intercambio de opiniones inteligente y ponderado, y en cambio sobreabundan los insultos y las agresiones. La plaza virtual no es un lugar de encuentro sino de choque, de exhibicionismo y beligerancia.

MANERA ANTISOCIAL

Círculos, seguidores, grupos de afinidad son las palabras amables que describen la manera antisocial como la gente tiende a relacionarse y agruparse en el contexto de las impropiamente llamadas redes sociales: nunca hubo tanta discrepancia entre el nombre y la cosa que describe. La tendencia universal es a relacionarse con personas de mentalidad parecida y a rechazar, casi siempre violentamente (violencia verbal, porque la red es un medio escrito), a las personas de mentalidad diferente; tendencia a la autosegregación y la intolerancia cuya máxima expresión es el bloqueo. No quiero escucharte, ni quiero que me veas. No me junto más con vos.

¿Discriminación? Nada de eso: aunque sea para repudiarlo el discriminador tiene en cuenta al otro, incluso lo estudia para justificar su discriminación. En la cultura de las redes sociales, unirse a los similares y rechazar a los distintos no significa salir de sí, es apenas una manera segura de escucharse solo a sí mismo, incluso en las palabras del otro que dicen lo que yo habría dicho, y de gratificarse con la idea de que los demás también están pendientes de la propia voz. Tengo tantos seguidores, tantos amigos, tantas personas en mi círculo, tantos contactos. El éxito de las redes sociales reside en principio en su capacidad para sostener ese fenómeno característico de la época, la obsesión exclusiva y excluyente por la propia persona. Narcisismo 2.0.

LA ERA DE LA SELFIE

¿Hay algún género, algún producto cultural, que exprese de manera más perfecta este estado de cosas que la autofoto (vulgo selfie), esa instantánea de sí mismo, destinada a ser publicada en las redes sociales, y que ni siquiera necesita -y lo pone claramente de manifiesto- de la mirada de otro que enfoque y apriete el disparador? Este hecho simple, esta aparente tontería, resume el espíritu de la época: en términos generales describe la etapa presente en la historia de la cultura; en términos particulares, ejemplifica la manera como las personas se comunican entre sí y revela el andamiaje que sostiene la construcción de sus vidas.

La segunda mitad del siglo XX enseñó que ser es ser-en-los-medios. Los medios instalaron el mundo de las celebridades y los famosos, y con él la noción de que quien no está en los medios no existe. Pues bien, las personas se cansaron de no existir, y cada sitio de Facebook es una página de Caras u Hola! dedicada a sí mismo. Estoy en Facebook, luego existo. 

La tecnología puso en manos de la gente común una manera sencilla y económica de ser-en-los-medios, y la gente se abalanzó sobre ella. En recesión, los artículos que más resisten la caída de las ventas son celulares y tabletas, los dispositivos que enlazan con las redes sociales. Nadie se resigna a bajarse del escenario.

Los medios borraron además la frontera entre lo privado y lo público: los paparazzi sorprenden la intimidad de los famosos, y los muestran en la cama, en el baño. El usuario de las redes sociales es su propio paparazzo: quiere darse a conocer, mostrarse a los demás, y hacerlo bajo una luz positiva y promocional. Pero principalmente satisfacerse con su propia imagen, apreciarse, estimarse. La página de Facebook es el destino último de la vida y su fuente de sentido, y él es el principal lector de esa página, el que necesita cerciorarse sobre el significado de su vida. 

"Si quieres ganarte el aprecio de la gente, ayúdala a sostener su máscara", dice el personaje de un filme. Las redes sociales ayudan a sostener las máscaras, lo que también explica su éxito.

EL PODER DE LOS MEDIOS

Veamos a la mamá, que en realidad no juega en el jardín con sus hijos y el perro: organiza escenas similares a las que vio en los medios, y las fotografía; le muestra al mundo, y se ratifica a sí misma que ella y su familia existen, y lo hace según la estética de los medios y la publicidad. Si hay un poder mediático es ése: el poder de los medios no consiste en imponer determinados candidatos o concepciones políticas, ni el de la publicidad imponer determinadas marcas o productos. Los medios y la publicidad son escuelas de vida: No sólo bombardean continuamente a la audiencia con tres consejos para mantener la piel fresca, cinco tips para ascender en el trabajo, o cuatro cosas que debés saber antes de salir a la ruta: le muestran a la gente qué aspecto, qué imagen debería proyectar su vida para ser socialmente aceptada y reconocida.

Veamos a la pareja que viaja a determinado lugar no para conocerlo o disfrutar, sino para tomar una autofoto en ese sitio, en lo posible fotografiar el disfrute, convencerse de que efectivamente están disfrutando, porque exhiben todos los signos exteriores del disfrute que aprendieron en los medios: la boca bien abierta, mueca de la sonrisa, alegría impostada. Cuando la imagen de la vida es más importante que la vida, la vida en las redes se vuelve más importante que la vida real. Nada más horrorosamente contemporáneo que dos personas sentadas a la mesa de un café cada una atenta a su celular, que un turista ocupado en fotografíar un paisaje en lugar de dejarse arrebatar por ese paisaje, que unos adolescentes filmando con el celular la paliza que recibe un compañero, sin intervenir para detenerla sino pensando en subir la filmación a la red.

EL YO Y EL YA

Es la época del yo y del ya, del ensimismamiento y de la inmediatez. La publicidad, siempre sensible a los humores sociales, lo dice mejor que nadie: bajá tu música, elegí tu combo, armá tu paquete, prepará tu trago, modelá tu cuerpo, combiná tu ensalada, elegí tu sexo, vos sos vos, los demás sólo existen para que vos seas vos, no tenés que rendirle cuentas a nadie, date el gusto, tenelo, ahora, ya, no hay mañana, hay un hoy continuo. Implícitamente aconseja: actualizá tu página, enviá tweets y mensajes de texto sin parar, hablá, hablá más, fotografiate a toda hora, mantené el ritmo, no decaigas, mostrá tu nuevas zapatillas, tu nuevo auto, tu nuevo celular, tu nuevo tatuaje, tu nueva pareja, demostrá, desmostrate que estás vivo.

Ser-en-los-medios es hoy una posibilidad al alcance de todos, sean militantes de alguna convicción política o social o militantes del propio yo. Pero en algún momento la realidad vuelve por sus fueros, y entonces sobreviene la sorpresa. La sorpresa de quienes imaginaron que todos pensaban como su grupo de afinidad, y no pueden creer los resultados electorales.

La sorpresa de los activistas de las redes, los sigilosos programadores de la espontaneidad, como los bautizó un periodista despistado, cuando advirtieron un buen día su impotencia para movilizar a nadie. La sorpresa de quien se consagró a vivir en el gran escenario de la red, y que cuando se cortó la luz descubrió aterrado que el detrás de la escena es la soledad, el aislamiento, la insignificancia. No ser nada para nadie.