Tribulaciones de un viudo sin consuelo

"Historias tardías", de Stephen Dixon: cuentos con unidad de sentido. Extraordinario cuentista, el menos conocido de los grandes escritores estadounidenses explora en su obra más reciente el dolor por la muerte de su esposa. La búsqueda de la originalidad en la forma es una de las virtudes del libro.

Hay que celebrar que el sello Eterna Cadencia haya decidido divulgar en este empobrecido arrabal de Occidente al menos conocido (o reconocido) de los literatos estadounidenses de primera línea, a pesar de que en sesenta años escribió más de seiscientos cuentos cortos y veinte novelas. Stephen Dixon (Nueva York, 1936) ha publicado prácticamente un libro por año en las últimas cuatro décadas. Un autor destacado para los happy few, aunque él dice que sus obras son para ser escritas no para ser leídas.

Con Calles y otros relatos y Ventanas y otros relatos, descubrimos que estamos ante un cuentista extraordinario, de esos que gustan de experimentar con el estilo y que, como tiene talento de sobra, el producto suele ser magnífico. Con Interestatal surgió la sospecha de que, acaso, como novelista nunca alcanzó la talla colosal que ha demostrado en el texto breve. Naturalmente, es un juicio provisional.

Llegó ahora una obra de Dixon que vale la pena recomendar. Historias tardías (Eterna Cadencia, 382 páginas) es un libro extraño, un híbrido cubierto de tristeza como si de una pátina de ceniza se tratase. Atesora treinta y un relatos que fueron publicados en distintas revistas estadounidenses pero puede ser leído como una novela, pues hay una unidad de sentido, un hilo conductor de color azabache: el dolor, la confusión de un hombre, ya mayor, que ha perdido a su adorable esposa enferma, después de décadas de feliz convivencia. Es un libro, naturalmente, autobiográfico pero en buena parte se narra en rigurosa tercera persona.

Las biografías recuerdan que Dixon se había retirado en 2007 de la Universidad Johns Hopkins, donde enseñó a los jóvenes a escribir durante veintisiete años. Poco después, perdió a su esposa, Anne Frydman, una erudita en literatura rusa que fue atormentada durante dos décadas por una esclerosis múltiple. En 2013, Dixon narró el impacto de su fallecimiento en la que -según dicen- es una de sus novelas más complejas (Su esposa lo deja).

En Historias tardías Dixon explora las penurias de la viudez, lo que significa para un amante esposo sobrevivir a la pérdida de una compañera como Anne. Añade a las tribulaciones recuerdos imborrables como el debut sexual de la pareja o los viajes a Cape May para avistar aves, con las dificultades que provoca una sociedad poco hospitalaria con las sillas de ruedas. Pero cambia los nombres. El escritor y profesor retirado se llama Philip Seidel y su mujer Abigail o Abby.

LOCO

Hay textos memorables. En "Loco", el viudo Seidel sueña que había perdido a su esposa en el barrio chino de Nueva York o en el lado este, por la calle 40. Cuando se despierta, desesperado, viaja a buscarla. Recorre calles, toca timbres, pregunta en bares y a transeúntes: "¿No ha visto a una mujer en silla de ruedas, hace un segundo estaba al lado mío?". Vocifera en las avenidas: "Abby soy Phil, vuelve al mismo lugar". La gente lo mira como si fuese un demente. Se le acerca un policía a ayudarlo. El profesor huye en taxi. Qué hermoso cuento.

No sólo es un ensayo -por así decirlo- sobre el amor y la pesadumbre cuando el ser querido desaparece. También denuncia la senectud (Dixon cumplirá 83 años en 2019), con toques de humor que alivian el drama de la perdida de facultades físicas ("Sentirse bien") o mentales ("Recuerda"). Qué terrible es salir una y otra vez a la calle con la bragueta abierta, dejar alimentos en el fuego hasta que ardan, apenas si poder caminar hasta la tienda de la esquina.

En "Hablar" hay un llamado de atención: regalarle minutos de charla a los ancianos solitarios es un acto piadoso. Despliega también en el cuento un procedimiento audaz: se intercalan dos puntos de vista; una frase en primera persona del singular, la siguiente en tercera. Qué tipo ocurrente este Dixon.

Viejo zorro de los talleres de escritura creativa, el profesor saca petróleo de asuntos domésticos e, incluso, del juego de posibilidades ("Lo que es" y "Lo que no es") o de meras enumeraciones. En "Una cosa lleva a otra" evoca los diez momentos más felices de su vida. "Lo que van a encontrar" es una lista de lo que sus hijas hallaran en casa después de su muerte. En "Terapia" anticipa los temas conflictivos que hablará con su terapeuta, en caso de que finalmente vaya a la consulta. El truco funciona casi siempre bien. Hay un cuento, incluso, que se sostiene sobre un único principio ("Dos partes"): uno no ha crecido del todo hasta que ha corregido o se ha disculpado por los errores del pasado. 

EROTICA DE LA FORMA

Hay que destacar que la traducción de Ariel Dilon es excelente. La erótica de la forma se ha preservado, lo que resulta crucial porque, como dijimos, para el grafómano Dixon la originalidad es una virtud deseable. Verbigracia: "Esposa en reversa" relata la muerte de su esposa del final hasta el principio de su matrimonio, un procedimiento similar al usado, con mayor riqueza verbal, por Alejo Carpentier en esa joya de la literatura latinoamericana titulada "Viaje a la semilla". Estas tecniquerías son otro valor añadido al volumen, pero exigen una lectura cuidadosa; una segunda lectura es recomendable, incluso. Hay momentos en que no resulta fácil distinguir entre realidad y la imaginación dolida del viudo.

Otra curiosidad: dice el profesor Seidel en la página ciento noventa que tiene una opinión bastante pobre de la ficción de casi todos los escritores vivos que ha leído, excepto por un par de latinoamericanos y alguno de Europa. En un reportaje, Dixon confesó que adora a Bolaño, los textos breves de García Márquez y a Thomas Bernhard. En "El sueño y la fotografía" juega a emular a Sebald, no con mucha fortuna.

Si hay algo que puede reprocharse a estos cuentos muy bien trabajados -urdidos con retazos de memoria y desdichas del presente- es que conforman un universo cerrado, el de las clases cultas de la Costa Este. Mucha música clásica, algo de Alta Literatura, corrección política y una exquisita cortesía. Gente civilizada, bah, habitantes de un suburbio afortunado de Baltimore. Pero las ventanas están tapiadas, no entran la política, la Historia, la filosofía o la religión, el resto de los estamentos sociales, etc. Es decir, fuera del núcleo dramático no hay prácticamente nada. Al fin y al cabo, la pérdida de un ser querido, por devastadora que resulte, es algo muy corriente.