Inflación, la bestia indomable

Semana económica. El impacto del salto del dólar, la feroz devaluación y la incontenible suba de los servicios y los combustibles es lo que hoy estamos pagando en términos de inflación

Aunque reciente, la imagen comienza a tener tonalidades sepia. Aquella foto en la cual Federico Sturzenegger, presidente del Banco Central, y Lucas Llach, vicepresidente, presentaban las metas de inflación proyectando para 2018 un 10% parece algo así como un chiste de mal gusto a la luz de los datos difundidos por el Indec el jueves.

De acuerdo a las estadísticas de la entidad, la inflación nacional fue de 5,4% en octubre, lo que implica que los precios crecieron 39,5% en los primeros diez meses del año y 45,9% en términos interanuales.

¿Qué ocurrió para que el proceso inflacionario, lejos de detenerse, muestre hoy en día casi un 36% anual más de lo que por entonces proyectaba el equipo del Banco Central?

Lo primero que viene a la hora de rebuscar explicaciones es pensar que el equipo de Sturzenegger actuó en su momento con una peligrosa dosis de ingenuidad e injustificado optimismo. Por aquellos días en los que se pregonaba que con buena onda todo era posible, el plan de Metas de Inflación, nunca ensayado en la Argentina, lucía demasiado sencillo como para ser convertido en realidad.

Toda la ingeniería de política monetaria diseñada por el Banco Central preveía una parábola descendente en el nivel de precios, hasta llegar a un dígito en un puñado de años. Creían también en que domesticarían las expectativas inflacionarias, ese animal mañero, receloso y desconfiado que condiciona la conducta de empresarios y comerciantes.

Claro está, poco lo ayudaron desde el Ministerio de Hacienda, socavando la estrategia de política monetaria con una laxa política fiscal que, además, no sólo impulsó el gasto sino que le dio luz verde al aumento de tarifas en los servicios y al incremento en el combustible. Todo eso fue directamente a precios. Para ser claro, buena parte de lo que hacía el Central lo deshacía Hacienda. Incoherencias que suele tener el Gobierno.

Así, a los tumbos, llegamos al mes de abril corriendo las metas de inflación que nunca se cumplían pero que, según los expertos, igual servían como parámetro para avanzar hacia la corrección de variables. Y en agosto se produjo el fogonazo cambiario y se quemaron todos los papeles.

Azorado ante la vertiginosa escalada del dólar, como si no supieran o no hubieran escuchado las advertencias en torno a la clara posibilidad de que los capitales golondrina levantaran vuelo más temprano que tarde, produciendo un sismo en el mercado, el Gobierno se quedó sin respuestas. Por unas semanas la sensación fue que estábamos a la buena de Dios.

El impacto del salto del dólar, la feroz devaluación y la incontenible suba de los servicios y los combustibles es lo que hoy estamos pagando en términos de inflación. El paquete de Lebacs, que el Gobierno armó para secar la plaza de pesos sirvió sólo para que unos cuantos sacaran una buena renta mediante la bicicleta financiera.

En el camino, en medio de tantas llamas, se fue Sturzenegger del Banco Central, ocupó un rato el sillón Nicolás Caputo, y finalmente llegó Guido Sandleris, con menos chapa y más vocación de overol. Fue entonces que el Gobierno aceleró el paso para desarmar la bomba de Lebacs y comenzó a montar el sistema de las Letras de Liquidez (Leliq), que pagan la astronómica tasa del 63%. No hay actividad productiva que pueda resistir tasas de referencia semejantes.

¿Cuál es la diferencia entre los dos instrumentos de política monetaria? La principal es que las Lebac, creadas originalmente como una herramienta intra sistema financiero, fue democratizada al punto de que cualquier hijo de vecino podía ahorrar invirtiendo en ellas. El alto rendimiento generó la masiva adhesión de capitales, una preocupante bola de nieve. Las Leliq, en cambio, sólo son tomadas por los bancos, lo cual vuelve mucho más manejable la situación para el gobierno.

El escenario post devaluación terminó por parir esta estrategia de Leliq con altísimas tasas de rendimiento, lo suficientemente altas como para que los inversores opten por el peso en detrimento del dólar, y un esquema de bandas de flotación cambiaria que le permite al Banco Central reaccionar ante la evolución de la divisa, con la bendición del Fondo Monetario Internacional. Esto y la política de emisión cero son las nuevas apuestas de Cambiemos.

Los números de la inflación de octubre hablan a las claras del fracaso del Gobierno a la hora de combatir este flagelo monetario. No era tan fácil como creían descabezar al monstruo. Los especialistas, claro está, tienen una explicación para todo esto.

Ramiro Castiñeira, economista de la consultora Econométrica, escribió recientemente un hilo de Twitter que no tiene desperdicio y que aquí se reproduce parcialmente:

+ Las tasas altas no se explican por la exigencia de no emitir. Es producto de haber emitido un billón de pesos y esconderlos en el placard del BCRA en forma de Lebac. Las tasas altas contienen la emisión pasada para que finalmente no mute en todavía más inflación.

+ Las tasas altas frenan a corto plazo la inflación gracias a la zanahoria del carry trade, tal como por un tiempo funcionó con las Lebacs. La ilusión culmina cuando tras pagar las Lebacs con más Lebacs, reaparece el déficit cuasifiscal.

+ Argentina vive emitiendo los pesos que luego le corren contra sus reservas. Proceso que culmina con devaluación de la moneda y deja en evidencia el proceso inflacionario gestado, que usualmente se busca evitar/demorar, sea imponiendo un cepo, o pagando crecientes tasas d interés.

+ No hay atajos. Solo equilibrando las cuentas públicas se le gana definitivamente a la inflación. Ya quedó demostrado que emitir y contenerlo con cepos, o emitir y contenerlos con Lebac/Lequi, no funciona para ganarle a la inflación.

Todo esto es, en un acotado resumen, lo que ha pasado en casi tres años de la gestión Macri. El Gobierno no pudo nunca controlar a la bestia. ¿Qué ocurrirá a futuro? Lo que viene es un albur, pero se sabe que el ajuste monetario y la fuerte recesión suelen hacer el trabajo sucio a la hora de planchar la demanda y frenar la inercia de los precios.

Las consultoras estiman que este tal vez haya sido el pico inflacionario y que a partir de noviembre, al menos en lo nominal, comenzará a advertirse el inicio de un ciclo descendente. Según Ecolatina, ""la inflación entre la primera quincena de noviembre y el mismo período de octubre alcanzó 3,7%, mostrando una significativa desaceleración"".

Y agrega: "De continuar esta tendencia, la inflación de noviembre cerrará en 3,2%, mostrando una marcada desaceleración respecto al bimestre septiembre-octubre, y volverá a los niveles previos al salto cambiario".

De allí a que, como proyecta el Presupuesto 2019, la inflación vaya a caer al 23% en un año, es otro cantar. Salvo que el apretón monetario realmente funcione y que la caída de la demanda sea tal que nadie compre más allá de lo justo y necesario. O quizás aún menos que eso. Pero entonces estaríamos hablando de un escenario recesivo con ribetes trágicos.