Manipuladores de la humanidad

Hace 75 años se publicaba "La abolición del hombre", de C. S. Lewis. En el breve ensayo basado en una serie de conferencias, el autor británico anticipó las consecuencias que tendría renunciar a la noción del valor objetivo. Lo que aparecía como rebelión de los "innovadores" iba a terminar en un nuevo tipo de tiranía.

Hace tres cuartos de siglo, el notable C. S. Lewis (1898-1963) pronunció una serie de conferencias que luego volcaría en uno de sus ensayos más perspicaces y agudos, La abolición del hombre. La breve extensión del opúsculo, de apenas una treintena de páginas, parece contradictoria con la ambición del autor y la profundidad aterradora de las conclusiones a las que arribó, que hoy tienen una vigencia cotidiana.

Todo comenzó con una invitación. En febrero de 1943 la Universidad de Durham, en el norte de Inglaterra, convocó a Lewis a dictar las Riddell Memorial Lectures. El autor, que desde 1925 era catedrático de literatura en Oxford, partió con su inseparable hermano Warren en un viaje que, según A. N. Wilson (C.S. Lewis, Editorial Andrés Bello, 1993) los maravilló con la belleza de Durham "y su magnífica ubicación en las márgenes del Wear", al tiempo que les permitió explorar York.

Wilson señala con un dejo de ironía que en las charlas que son la base del libro, Lewis se proponía "nada menos que un análisis del dónde y el cómo se ha equivocado el mundo moderno". Con mayor precisión y respeto, el doctor Jorge N. Ferro, uno de los principales estudiosos de Lewis en la Argentina, apuntó que "la tesis central del libro es que el desconocer un orden objetivo, dado en la realidad previamente a nuestra consideración, es el comienzo de la abolición del hombre en cuanto tal, que queda librado a un juego de fuerzas encontradas a las que Lewis denomina "Naturaleza". En 1983 Ferro tradujo y anotó una edición de La abolición del hombre (Fades Ediciones) que es la que se sigue en este artículo.

TRAMPAS DE MANUAL

Para llegar a esa conclusión, Lewis comienza de un modo que hasta podría parecer elemental. El primer capítulo, titulado "Hombres sin corazones", se detiene a analizar un manual de inglés destinado a "muchachos y chicas en niveles superiores de escuela" escrito por dos maestros en ejercicio a quienes, para no escarnecerlos, llama Gayo y Tito. Tampoco da el título real del libro, que pasa a denominar El libro Verde (tres décadas más tarde, en C. S. Lewis: A Biography, Roger Lancelyn Green y Walter Hooper identificaron a los autores y mencionaron el título real del libro).

La principal objeción de Lewis se dirige a la manera en la que Gayo y Tito reinterpretan la historia de Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) y la catarata. En esa "famosa anécdota" el poeta inglés se encontraba frente a una catarata junto a dos turistas que la admiraban: uno de ellos la llamó "sublime" y el otro "bonita", y Coleridge se puso mentalmente del lado del primero y rechazó con disgusto al segundo. Ante esa preferencia, Lewis cita lo que observaron Gayo y Tito: "Cuando el hombre dijo "Esto es sublime", pareció hacer una observación sobre la catarata...Realmente...no hacía una observación sobre la catarata, sino sobre sus propios sentimientos. Lo que estaba diciendo realmente era "Yo tengo sentimientos asociados en mi mente con la palabra "sublime", o, brevemente, "Tengo sentimientos sublimes".

A partir de allí, Lewis desarrolla con lógica penetrante las consecuencias inevitables de seguir la forma de pensar de esos dos olvidados maestros, a quienes toma como ejemplos de una corriente más amplia. Si todos los juicios de valor derivan de sentimientos subjetivos -advierte-, entonces quiere decir que no existen los valores objetivos, eso que más adelante designa con el término chino "Tao". Aunque un decenio antes se había convertido al cristianismo y era un formidable apologista de la fe, aquí Lewis prefiere dejar de lado su visión "teísta". Por eso hablaba del "Tao" para aludir a la concepción superadora de las subjetividades "en todas sus formas, platónica, aristotélica, estoica, cristiana a la par que oriental" y que define mejor en la siguiente frase: "Es la doctrina del valor objetivo, la creencia de que ciertas posiciones son realmente verdaderas y otras realmente falsas, frente a lo que es el universo y lo que somos nosotros".

Seguir el camino de la tradición o inclinarse por la rebelión que preconizaban los autores del Libro Verde podría ser decisivo para abordar el "problema educativo". Si los maestros eligen la segunda vía, "la diferencia entre la antigua y la nueva educación será por cierto importante -destaca Lewis-. Donde la antigua "iniciaba" la nueva simplemente "condiciona". La antigua trataba a sus alumnos como los pájaros adultos a los pichones cuando se les enseña a volar; la nueva los encara como el dueño de un criadero de pollos -haciendo esto o lo otro con propósitos de los que los pichones nada saben. En una palabra, la antigua era una suerte de prolongación -hombres transmitiendo la condición de tales a hombres; la nueva es mera propaganda".

En el segundo capítulo, Lewis cuestiona el fundamento a partir del cual el "Innovador" erigirá un nuevo sistema de valores en reemplazo del sistema tradicional que se propone erradicar. Observa que el esfuerzo puede ser imposible o autodestructivo. "El intento de refutarlo y erigir un nuevo sistema de valores en su lugar es contradictorio. Nunca ha habido y nunca habrá un juicio de valor radicalmente nuevo en la historia del mundo -alega-...La rebelión de las nuevas ideologías contra el Tao es una rebelión de las ramas contra el árbol. Si los rebeldes triunfan encontrarán que se habrán destruido a sí mismos."
Hacia el final de ese capítulo, y en anticipo del tercero y último, Lewis admite que esa rebelión que él juzgaba autodestructiva, ya estaba en marcha y no haría más que profundizarse. La impulsaba una idea de poder (esa palabra es clave), el fatigado anhelo de conseguir el dominio último sobre la Naturaleza.

Imaginaba las respuestas que esgrimirían los "innovadores" modernos a su objeción tradicionalista: "¿Por qué debe nuestra conquista de la naturaleza detenerse, con estúpida reverencia, frente a esta última y más tenaz porción de "naturaleza" llamada hasta ahora la conciencia del hombre?...Decidamos por nosotros mismos lo que el hombre debe ser y convirtámoslo en eso: no en razón de algún valor imaginado, sino porque queremos que sea tal. Habiendo dominado nuestro ambiente, gobernémosnos ahora a nosotros mismos y elijamos nuestro propio destino".

En la parte más estremecedora del ensayo, Lewis advertía acerca del significado real que tendría esa aparente emancipación humana. "...lo que llamamos Poder del hombre sobre la Naturaleza resulta ser un poder ejercido por algunos hombres sobre otros con la Naturaleza como instrumento". Lo verificaba en el auge del avión, la radio y los anticonceptivos. Recordaba que cualquiera de esas tres cosas "pueden ser negadas a algunos hombres por otros" y en el caso de la anticoncepción alertaba que ese nuevo poder tenía un "sentido paradojal, negativo" ya que "todas las posibles generaciones futuras serán súbditos de un poder esgrimido por quienes ya viven".

Con gran acierto para 1943 vaticinaba que la continuación de ese proceso, lejos de aumentar el poder del hombre, lo debilitaría. "En verdad -alertaba pensando en un futuro que se parece mucho al mundo actual-, si alguna edad alcanza realmente, mediante la eugenesia y la educación científica, el poder de hacer lo que quisiere de sus descendientes, todo hombre que viva después estará sujeto a ese poder".

Con una población en descenso y un poder hiperconcentrado en menos manos en virtud de esa misma restricción, los últimos hombres "lejos de ser los herederos del poder, serán de entre todos los más sujetos a la muerta mano de los grandes planificadores y condicionadores y ejercerán ellos mismo el mínimo poder sobre el futuro".

La "abolición del hombre" se consumará, por lo tanto, cuando impere ese poder surgido de la eliminación de las normas tradicionales, afianzado a través de la ciencia y la educación (Lewis no mencionó a los medios de comunicación, pero pudo haberlo hecho) y sin ningún fundamento sólido en que apoyarse, salvo el del propio placer. "Cuando todo lo que dice "es bueno" ha sido eliminado, permanece lo que significa "yo quiero"", resumía. O también: "La conquista de la Naturaleza por el Hombre resulta, en el momento de su consumación, la conquista del Hombre por la Naturaleza".

Hace 75 años Lewis pudo predecir un estado de cosas que en aquel entonces era embrionario, y hoy es una cruda realidad. El aborto y la eutanasia presentados como derechos, la obsesión feminista por "empoderarse", el género visto como "construcción", la muerte de la autoridad en sociedades anómicas, la dictadura del relativismo moral, el deseo y el placer reinando en lugar del Bien, la Verdad y la Belleza. Lewis fue de los primeros en ver ese futuro aciago (que es nuestro presente) y La abolición del hombre sigue siendo la más lúcida de sus oportunas advertencias.