Réquiem para una ballena en Recoleta

Acuarelas porteñas-Las protestas de ecologistas son apenas expresiones de deseos, letra muerta.

 

Hace pocos días comenzó la temporada de caza de ballenas por parte de la flota arponera, mayormente de Japón. Los buques, modernos y eficientes como factorías flotantes, distan de parecerse a aquellos navíos que desde antiguo y hasta finales del siglo XIX y comienzos de la pasada centuria recorrían los mares en busca del colosal mamífero prehistórico, abundante por entonces, y proveedor del valioso aceite que permitía iluminar muchas de las grandes y pequeñas ciudades del orbe. Recién comenzaba la era petrolera y los valores eran equivalentes para el comercio internacional.

Además, y ello motivó la continuidad de esta actividad hasta el presente, todo el cuerpo de este ejemplar arcano que despertaba la codicia, resulta aprovechable. Su carne forma parte principal de la gastronomía oriental, sus huesos se utilizan de distinto modo, como polvo para elaborar pegamento y abono, su aceite sigue vigente para la producción de jabones y detergentes. Y también, junto a su esperma y el ambar gris, es elemento indispensable para perfumes y cremas de la industria cosmética de muchos de los países que se declaran contrarios a esa práctica por los peligros de extinción de la especie, pero solapadamente la propician. Incluso su piel y su grasa es útil para distintos rubros industriales.

Quizá por eso, las airadas protestas de las organizaciones ecologistas, y los tratados como el de la Comisión Ballenera Internacional, y otros, rubricados por la ONU, son apenas expresiones de deseos, letra muerta.

Eso sí, tenemos el privilegio de apreciarlas en todo su esplendor cuando en época invernal se acercan a nuestras costas del mar del sur para aparearse, y su avistaje es un cotizado espectáculo turístico. Ni esa cercanía logra un ápice de piedad para las herederas de aquella mitológica "Moby Dick", inspiradora de la extraordinaria novela de Herman Melville, donde culmina, al menos, con la razón del capitán Ahab, en una de las cumbres de la literatura universal.

Pero el destino se prolonga en la no menos mítica Ballena de la Recoleta, el icónico edificio creado por el gran arquitecto italoargentino Clorindo Testa a mediados de los "80, sobre terrenos del ex Asilo de Ancianos General Viamote, como culminación del paseo del Pilar, que comenzaba detrás del antiguo cementerio y continuaba con la iglesia homónima. Precedido por el Centro Cultural Recoleta, pronto se constityó en un espacio cultural y gastronómico de fuerte incidencia acompañando al Buenos Aires Design, único centro comercial de la ciudad dedicado al diseño y la decoración.

AUGE DEL RUBRO
A mediados de los noventa, con el auge del rubro, fue concesionado por la ciudad a Irsa, la empresa constructora de los principales paseos de compras bajo techo del país, a cargo de Eduardo Elsztain, suegro del actual presidente de la AMIA, contando además con un importante auditorio. La llegada de la cadena internacional "Hard Rock Café" marcó el esplendor del emprendimiento. Pero los vaivenes provocados por las sucesivas crisis fueron quitando brillo al escenario, y con ello también los tiempos de renovación de concesiones fueron desgranados en busca de extensiones imprecisas hasta su final, cuando mañana comience a cerrar sus puertas. Quedan un millar de personas sin trabajo, por el irresposable manejo de empresarios y funcionarios. No se trata de un problema entre privados, como alega el gobierno porteño.

Fue la administración de la Ciudad que propuso una licitación para concesionarlo a 70 años, para reducirlo luego a 15 con una prórroga de cinco con cánones para "cazadores de ballenas". Ahora se proyecta un conjunto edilicio de oficinas y locales comerciales, aunque quizá hayan olvidado que los terrenos del ex Asilo, son patrimonio histórico y cultural.

La propiedad y los usos de este espacio, son tan inciertos como otros en la ciudad, Costa Salguero por ejemplo, sede de parte del G20, al que nos referiremos en otra ocasión. Ahora es el turno de esta Ballena porteña, amenazada no por un arpón, sino por el martillo neumático, tan obsesivo como el arma de Ahab y su tripulación.