¿Quién pierde más en la finalísima de la Libertadores?

La antesala de los duelos coperos entre Boca y River permite hacer mil y un análisis. Se sabe que el premio mayor es ganar la Copa y lograrlo nada más y nada menos que dejando con las manos vacías al rival de siempre. Entonces, la mira se pone en los efectos de la derrota. Todo vale en el partido de las palabras hasta que la pelota comience a recorrer el verde césped...

Como si el hecho de proclamarse dueño de la Copa Libertadores por los próximos doce meses y que al hacerlo se haya dado cuenta del rival de todos los tiempos no fueran suficientes motivos para que las finalísimas tengan peso propio, en esos 180 minutos (o 210 en caso de alargue o un rato más si se llega a los penales) está mucho más en juego. Boca y River tienen tanto para perder como para ganar en este apasionante duelo.

El lugar en la historia, la hazaña, el honor…. Esas cuestiones que hoy parecen poca cosa por la inmediatez desenfrenada que no permite adjudicarles el valor real a ciertos hechos conspira contra la mirada global de estos duelos. La tantas veces repetida expresión “que el árbol no tape el bosque” se encarga, muchas veces, de hacer justamente lo contrario de lo que propone. El árbol pasa a ser un asunto sustancial, no un mero miembro más de esa arboleda que le da forma al bosque.

Y en este Supercláisico copero en dos actos sucede exactamente eso. Por aspectos vinculados con el folclore del fútbol –el bueno, no el que se esconde en la insensatez de la violencia- y por las urgencias de un deporte en el que se piensa y se analiza todo a corto plazo el resultado pasa a ser un disparador de consecuencias, tanto positivas como negativas.

Resulta muy difícil medir cuánto perderían unos y otros en el caso de una derrota. Es curioso, pero el análisis comienza por los efectos de un traspié. Pero así somos. Es inevitable. Entonces, enfoquémonos en qué sucedería si Boca se quedara con las manos vacías.

Se sabe que el trabajo de Guillermo Barros Schelotto es mirado con recelo. Incluso habiendo cosechado dos títulos consecutivos de Primera División al frente del equipo xeneize, el Mellizo no termina de adquirir la condición de técnico indiscutido. Siempre queda la percepción de que sus triunfos tienen más relación con la calidad individual de sus jugadores que con el funcionamiento de Boca.

Nunca, hasta ahora, Barros Schelotto ha desarrollado un plan táctico-estratégico que llame la atención. Es más: muchas veces hasta pareció que se mareaba con la cantidad y variedad de aportes de los integrantes de su plantel e hizo entrar y salir a muchos futbolistas como si de repente se acordara de que podía disponer de ellos.

Quizás la enorme riqueza de las piezas que Guillermo puede volcar sobre el terreno lo lleve a privilegiar su poder casi ilimitado de elección en detrimento de la estatura de Boca como equipo. Si es cierto que, como alguna vez se postuló, los buenos equipos se hacen con buenos jugadores, la labor del DT sería incuestionable. Pero, como también se sabe, no siempre contar con los mejores futbolistas garantiza que un equipo funcione. Hay mucho más en juego que poner y sacar hombres como meros objetos. Debería existir un concepto, que por ahora es el gran déficit de Barros Schelotto como conductor auriazul.

Claro que no sólo el entrenador está en la mira. Varios de los jugadores acumulan deudas. Tal vez a algunos no los favorezca el hecho de que falte un equipo que los contenga. Lo cierto es que, salvo contadas excepciones en momentos determinados, la mayoría de los miembros del plantel boquense no deslumbran con sus actuaciones. De hecho, la figura en las semifinales fue Darío Benedetto, quien irrumpió en todo su esplender cuando más se lo necesitaba luego de un prolongado período en el que le costó parecerse al que era antes de la lesión.

Por si fuera poco, muchos de estos jugadores arrastran una pesada carga tras la final de la Supercopa Argentina que hace unos meses quedó en poder de River. Los xeneizes han sido superados por los millonarios en un punto que sus hinchas jamás le perdonarían: la actitud. Y en los últimos choques quedó flotando la imagen de que mientras en Núñez aprendieron a afrontar este tipo de choques, en la Ribera pasó todo lo contrario…

También la dirigencia de Boca tiene un precio muy alto que pagar en caso de una derrota. Daniel Angelici prometió que los hinchas volverían a viajar a Japón –añorada sede de los grandes éxitos internacionales de otros tiempos, pero que puede ser reemplazada por cualquier otra- para reeditar la gloria del pasado reciente. Su anuncio de campaña no sólo no se vio cumplido, sino que los xeneizes jamás estuvieron tan cerca como ahora de hacer realidad los planes del presidente. Esta es casi la última oportunidad antes del cierre de su mandato en diciembre de 2019 que se le presenta al dirigente para que sus palabras no sean arrastradas por el viento.

Cumplió en dotar a Boca de una firmeza económica envidiable para un contexto de clubes acorralados por los problemas financieros. Logró que en la Ribera desembarquen los jugadores más cotizados.  También cosechó títulos locales. Le falta el paso final. Angelici sabe que él se juega tanto como el técnico y sus dirigidos.

¿MENOS OBLIGACIONES?

La situación en River parece algo más aliviada. La abundante colección de logros más allá de las fronteras argentinas de la mano de Marcelo Gallardo hace que en Núñez se viva esa particular sensación de saberse coperos. Esta condición parecía más propia de Boca, pero el panorama se ha modificado.

El valor agregado de haber dejado en el camino a su tradicional adversario en dos competiciones –Copa Sudamericana 2014 y Libertadores 2015- instala a los millonarios en un lugar de cierta placidez y confianza. El triunfo en la Supercopa Argentina incrementa ese estado.  

Gallardo y River se antojan más a salvo de cualquier cuestionamiento también desde el punto de vista estrictamente futbolístico. Ya sea por planteos del entrenador o por los desempeños del equipo, los millonarios han aprobado más materias dentro de la cancha que Boca, al menos en lo que a funcionamiento se refiere.

Aun sin desempeños brillantes que inviten al aplauso, las huestes del Muñeco brindan más certezas que Boca. Cuando se compara el andar de ambos se notan diferencias. Uno –River- posee dimensión de equipo y suma la importancia de las individualidades; el otro –Boca- en muchas ocasiones ha disimulado su endeblez conceptual con la clase de sus jugadores.  

Se podrá argüir que la mano de Gallardo tiene que ver, pero también Barros Schelotto posee una mano pesada: maneja un plantel lleno de estrellas y debe controlar los egos y bajar a estrellas a la dimensión de jugadores de carne y hueso. La diferencia es cómo se ven los efectos en la cancha y la impresión que deja River parece mejor que la de Boca.

Todo eso no exime a Gallardo y a sus dirigidos de pecado en caso de derrota. Los millonarios han exhibido una fortaleza de espíritu notable para los combates cuerpo a cuerpo. Pero como en el fútbol no se vive de recuerdos, al menos no para siempre, la obligación de ganar es la misma. Poco se recordará de lo bueno vivido en la gestión del Muñeco si River sucumbe a manos de Boca nada más y nada menos que en la Copa Libertadores. La urgencia corroe cualquier estructura en este deporte…

Hasta aquí se puso la lupa sobre cuánto pierde uno y otro en caso de sufrir una derrota. Habría que detenerse también en los efectos del triunfo. Aquí todo se resume a dos aspectos muy sencillos: se gana la Libertadores y contra el rival de siempre. ¿Qué más se puede pedir?