Un amor al borde del abismo

De amor y de hambre
Por Julian Maclaren-Ross
La Bestia Equilátera. 320 páginas

De este libro se ha dicho que es el mejor de los pocos que dejó Julian MacLaren-Ross (1912-1964), escritor inglés marginado del canon que el sello La Bestia Equilátera, con cierto afán justiciero, ha venido recuperando en los últimos años.

El título, De amor y de hambre, tomado de una obra de W.H. Auden y Louis MacNeice, Cartas desde Islandia, resume bien la historia que transcurre casi por completo en 1939. Son los meses previos al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. El protagonista y narrador en primera persona es Richard Fanshawe, un buscavidas de 27 años que, tras haber pasado un tiempo haciendo de periodista en la India, consigue trabajo como vendedor de aspiradoras a domicilio. Así conoce a Roper, colega de la venta ambulante y esposo de Sukie.

Ese es el trío en torno del cual girará la novela, que por otra parte no carece de un acertado elenco de personajes secundarios repartidos en dos categorías básicas: los vendedores, que a su vez se dividen en función de su decreciente grado de honradez en el oficio, y los clientes, que por lo general son mujeres y muy desconfiadas. Unos y otros siguen sometidos a las penurias de la Gran Depresión, y a la incertidumbre de tener que ganarse la vida en vísperas de lo que se presenta como otro catastrófico conflicto europeo.

El pronto despido de Roper será el punto de quiebre de la trama. Acuciado por la necesidad, consigue trabajo como camarero en un buque con destino al Lejano Oriente. Va a estar tres meses embarcado y antes de partir le hace una propuesta impensada a Fanshawe: le pide que "cuide" a su esposa durante su ausencia.

De ese modo entrará en la trama el primero de los términos del título. El arisco Fanshawe, a quien atormentan brumosos recuerdos de un amor perdido y de una tirante relación con su padre, cumplirá el encargo, primero a regañadientes, después con creciente entusiasmo. La aparente desprotección de Sukie y su altivez inicial se demostrarán tan irresistibles como engañosas. Y con ellas el tono de comedia que aligeraba la narración virará hacia el de un drama más denso y melancólico.

Maclaren-Ross honra en estas páginas el mandato de la novela anglosajona: mostrar en vez de contar. La historia avanza al ritmo de los diálogos, que son ágiles, cortantes y precisos, y los personajes se definen solos, por su manera de hablar o de actuar. Tal vez por eso la novela se ganó el elogio de Greene, Waugh, Powell o Bowen, todos ejecutantes de la misma partitura, pero más disciplinados que el talentoso bohemio que desperdició sus virtudes en incontables noches de alcohol y anfetaminas y se quedó afuera del Parnaso.