Joan Miró, o el color de sus sueños

Una retrospectiva del artista catalán domina la temporada de exposiciones en París. La exposición en el Grand Palais cuenta con 150 obras pertenecientes a una treintena de museos en ocho países y a numerosas colecciones privadas. El recorrido exhibe los cambios de un pintor que no quiso atarse a ninguna escuela.

POR LUIS MIGUEL PASCUAL

Curioso empedernido, ávido de permanente experimentación, perfeccionista e independiente, Joan Miró creó un universo propio que abrió nuevos horizontes al arte del siglo XX. Así lo recuerda la excelsa retrospectiva organizada en el Grand Palais de París.

Son 150 trabajos, algo más del cinco por ciento de su minuciosa obra, procedentes de grandes museos y colecciones privadas, algunos de ellos poco habituados al escrutinio del público.
Se expondrán hasta el 4 de febrero próximo, en lo que está llamado a convertirse en uno de los fenómenos de la temporada artística en la capital francesa.

"Miró se fijó en todas las escuelas, pero no quiso quedar atrapado por ninguna. De esa forma, abre las puertas de una esperanza nueva para la pintura", explicó a la prensa el curador de la muestra, Jean-Louis Prat, que combina los recuerdos del pintor, de quien fue amigo, con los comentarios artísticos del especialista que durante 35 años dirigió la Fundación Maeght.

Prat quiso retratar en la muestra a un Miró pendiente de todo lo que pasaba a su alrededor, pero sobre todo deseoso de confrontarse con lo nuevo, de sorprenderse a sí mismo en un juego permanente con las formas, los colores y las materias.

Por eso, 44 años después de otra gran retrospectiva en el Grand Palais, ha reunido algunas de sus obras más representativas, procedentes de una treintena de museos de ocho países y de una quincena de colecciones particulares.

OBSESION INTERIOR

Así perfila a un artista obsesionado con ilustrar en sus cuadros su propio interior, que fue enriqueciéndose con los años y con el contacto con otros creadores, y que tuvo en París un punto de encuentro central en la trayectoria y la obra del artista que vivió entre 1893 y 1983.

"Este es el color de mis sueños", escribió junto a una nube azul pintada sobre un blanco reluciente, que recibe al visitante y sirve de hilo conductor de una muestra en permanente dialéctica entre el cielo y la tierra.

Ambos elementos predominan en sus primeras creaciones, fauvistas y cubistas, marcadas por la proliferación de detalles y por los temas que observaba en su Cataluña natal, que conforman cuadros realistas en los que ya asoma su peculiar universo interior.

De esa época es el autorretrato que durante años perteneció a su amigo Pablo Picasso o La granja, que Ernest Hemingway ganó en una partida de dados.

En 1917, en plena Primera Guerra Mundial, se organizó en Barcelona una exposición de arte francés que le abrió los ojos al pintor, quien en 1920 viajó a un París donde triunfaba el surrealismo de André Breton.

Aunque tuvo buena relación con el poeta y es indudable su influjo en su obra, Miró guardó las distancias.

"Ya había roto con el academicismo en Barcelona, y no quiso ser prisionero de ninguna otra escuela", asegura Prat frente a obras como La mancha roja, que muestran su particular interpretación de este movimiento.

Una relación similar a la que mantuvo con otras escuelas, de las que bebió, pero adaptándolas a su propia fuente.

En París vivió el ascenso del populismo y del fascismo en los años "30 y, como Picasso, sintió una enorme inquietud que se tradujo en la introducción en su obra de figuras monstruosas que anticipaban los tiempos que se avecinaban.

Miró contribuyó al pabellón de la República española en la Exposición Universal de París de 1937 con una monumental obra que estuvo expuesta junto al Guernica, pero que desapareció después de ese encuentro.

En paralelo, el artista ahondó en la experimentación con nuevos materiales, pintó en madera, jugó hasta la obsesión con los colores y, ansioso por tocar la materia con sus manos, se dejó cautivar por la cerámica, donde trasladó su imaginario figurativo.

"El fin de las contiendas abre en su mente un nuevo período de esperanza para el hombre, que le permite proseguir con su permanente búsqueda", señala Prat.

Sus cuadros son más monumentales, sus figuras más maduras, pero sus obsesiones similares, como demuestran los Tres azules de los años 60", de 270 por 355 centímetros, en los que invirtió meses para encontrar el tono que consideraba adecuado.

En la década siguiente Miró comenzó a romper sus obras como nueva forma de experimentación y esos trabajos recuerdan los grabados rupestres que conoció en su juventud.

Hacia el final de su vida, su fuerza evocadora alcanza el cenit, al tiempo que irrumpe el negro que concita la muerte, como en el tríptico La esperanza del condenado a muerte, que dedicó a Salvador Puig Antic.

"Lo trágico siempre va acompañado de esperanza", resume el curador, convencido de que Miró nunca dejó de buscar.

(c) EFE