SUPLEMENTO ANIVERSARIO. EL ENCANTO DE LA CLASE MEDIA

El libro y la lectura fueron por décadas atributos de orgullo

Subordinada a las clasificaciones arbitrarias de la sociología y discutida en cuanto a su nacimiento, desarrollo y posible extinción, la clase media argentina no admite discusiones al menos respecto de un punto: desde que su denominación se estableció en la escena pública hace casi un siglo exacto, ha sido el gran motor de la cultura del país.

Sus integrantes, mayoritarios en una nación que hasta hace poco se enorgullecía de constituir una enorme clase media, fijaban la norma y determinaban éxitos o fracasos en las diferentes expresiones del arte y la cultura de masas. Pertenecer a la clase media implicaba, de por sí, contar con un respetable nivel cultural que solía ir de la mano de un mayor acceso a los grados medios y superiores de la educación formal.

Hubo momentos de apogeo en esa concepción. La década de 1960, que en tantos aspectos parece la cúspide del desarrollo del país y el punto de partida de la decadencia posterior, fue también el tiempo ideal en el vínculo entre cultura y clase media. Nunca se leyeron tantos libros como entonces, nunca como en aquella época floreció el arte experimental y de vanguardia, el teatro exigente y el más popular, el cine, el periodismo de calidad, la edición de libros, la música nacional. Y nunca volvió a aglutinarse una sociedad más armónica, más genuinamente de clase media, como en aquellos años que a la distancia pueden verse con nostalgia por una patria que ya no existe y con extrañeza ante la cerrazón -o el interés oculto- de las elites ideologizadas que creían habitar el peor de los mundos posibles y se abocaban a su destrucción por la fuerza y las balas.

Un miembro típico de la clase media de aquel tiempo bien podía ser un lector frecuente de literatura o ensayo en años en que no era raro encontrarse con ediciones corrientes de hasta 25.000 ejemplares, mientras se gestaban éxitos de ventas de escala continental a partir de los dictados de la prensa y las editoriales argentinas. Bien mirado no otra cosa fue el famoso "boom" de la literatura latinoamericana, que nació de la confabulación periodístico-comercial de la revista Primera Plana y la editorial Sudamericana para imponer a Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, como la "gran novela de América". Un procedimiento repetido que sirvió para proyectar al mercado internacional a las plumas antiguas o novedosas de José Lezama Lima, Leopoldo Marechal, Guillermo Cabrera Infante, Manuel Puig o el propio Julio Cortázar.

A ese auge, que había tenido su antecedente más claro en el influjo de la revista Sur sobre dos generaciones de lectores del mundo de habla hispana, le siguió una decadencia persistente. Al compás de los desastres económicos, el extremismo armado, la corrupción rampante y el fracaso de la política partidaria, la clase media argentina ingresó en el declive sostenido del que todavía no ha podido recuperarse y que, según las miradas más radicales, obligaría a repensar su estructura, influencia y composición.

Junto con la previsibilidad económica se fue también cierta idea de identificación a partir de los hábitos o consumos culturales. El libro perdió el lugar privilegiado que ostentaba como difusor de cultura y rasgo diferenciador. Después de una marcada crisis en el sector editorial en los años "70 y "80, el rubro recuperó vigor en los años "90, pero ya con ambiciones menores. A partir de entonces, y siguiendo, es cierto, un proceso que se ha verificado en el resto del mundo, las tiradas promedio se redujeron a sus niveles actuales, que oscilan entre los 2.000 y 3.000 ejemplares en las editoriales comerciales, y alrededor de 1.000 o menos para los sellos menores.

La competencia de otras formas de esparcimiento y la imparable evolución de la tecnología contribuyeron a ese proceso. Esta transformación, que empezó a ser evidente desde mediados del siglo XX con el auge de la televisión, alcanzó cotas en apariencia irreversibles en el siglo actual de la mano de Internet y la omnipresencia de los formatos digitales. Y si bien los cambios afectan a todas las capas de la sociedad, es en los sectores medios donde más se perciben sus efectos.

CONSUMOS CULTURALES

Es elocuente a ese respecto la más reciente Encuesta Nacional de Consumos Culturales encargada por el Sistema de Información Cultural de la Argentina (SInCA), dependiente del ex Ministerio de Cultura. Sus datos se refieren a 2017 y deben contrastarse con la medición equivalente previa efectuada cuatro años antes. Un primer dato es evidente: entre uno y otro sondeo hubo un descenso en la lectura de libros y esa disminución, consignó el relevamiento, "va de la mano del crecimiento de la lectura de nuevos formatos textuales en internet: blogs, portales y redes sociales, etc.". En 2013 el 57% de los consultados había leído al menos un libro, mientras que en 2017 el porcentaje había mermado al 44%. La reducción había sido del 59% al 44,5% entre los integrantes del nivel socioeconómico medio.

Una relativa buena noticia para el mercado editorial es que el papel sigue siendo el medio elegido para leer libros: el 43% de los entrevistados dijo preferir los libros de papel como medio de lectura, frente al escaso 10% que lee en formato digital.

Por otro lado la investigación detectó que en 2017 las prácticas digitales (Internet, televisión por cable y teléfono celular) representaron el principal sector del gasto cultural total mensual de los encuestados, mientras que los consumos que significaron el menor gasto promedio por mes fueron la asistencia al teatro y al cine, y la compra de libros y revistas.

El trabajo no arroja mayores precisiones sobre los gustos de la clase media actual a la hora de comprar libros. Sólo a modo ilustrativo, puede señalarse que algunos de los títulos más vendidos entre 2007 y 2017 según datos del Grupo Ilhsa, propietario de 54 librerías en todo el país, correspondieron en sentido amplio al llamado género de autoayuda con autores como Ari Paluch, Bernardo Stamateas y Gabriel Rolón; a best-sellers infalibles como Isabel Allende, J. K. Rowling y las promocionadas Cincuenta sombras de Grey, y al auge de la neurociencia como fenómeno literario encarnado en Facundo Manes.