LA ARGENTINA QUE PRODUCE

La defensa de la pequeña producción agraria por parte del Estado, muy loable en sus intensiones, deja, sin embargo, a su objeto de protección en una situación de mucha vulnerabilidad. El cubrir con subsidios cruzados de diverso origen y distinta índole las ineficiencias producto de la reducida dotación de capital o del inadecuado manejo de la unidad, no es una solución, sino un parche que solamente extiende en el tiempo el afloramiento de los problemas estructurales y funcionales con los cuales deben lidiar las pequeñas producciones agrarias.

En el caso de la provincia de Misiones, donde la estructura agraria está ampliamente fragmentada, esta situación es aún más dramática, como en el caso del tabaco. En íntima relación con los efectos de esa asistencia estatal a la producción de tabaco, encontramos el desenvolvimiento de la producción tealera.

LOS NUMEROS

Misiones produce el 96% del té en la Argentina, originándose el resto en la provincia de Corrientes. La producción misionera se genera en unas 6.200 unidades que se extienden por cerca de 40.000 has. El 90% de esos establecimientos tienen menos de 10 has. en producción y engloban cerca del 58% de la superficie tealera. En contrapartida, los establecimientos mayores a 10 has tealeras son el 10% del total y manejan el 42% de la tierra en producción.

El tamaño promedio de las unidades tealeras misioneras ronda las 6,5 has, sin embargo, en las de menos de 10 has. ese tamaño es de apenas 4,5 has., y en las mayores a 10 has. es de 27 has.
Esta estructura de impronta minifundista contribuye a explicar la baja eficiencia productiva en el grueso de las explotaciones, donde la densidad de plantas por hectárea ronda entre 3.000 y 5.000, cuando la media mundial es de 10.000. Dichas plantas, pese a los esfuerzos de extensión que efectúa el INTA local (EEA Cerro Azul), son híbridos de podrían expresar un mayor potencial productivo, pero que dados los planteos productivos en esas unidades, solo alcanzan rinde mediocres.

La recolección del brote verde (producto primario de las explotaciones realeras) se encuentra mecanizada desde hace décadas, si bien las maquinarias utilizadas son, en su gran mayoría y de acuerdo a los muy desactualizados datos censales disponibles, muy antiguas. El té es un cultivo perenne que entra en producción a los 3 ó 4 años de implantado y que alcanza su clímax productivo hacia el año 6 u 7. Sin embargo, la edad promedio de las plantaciones misioneras ronda los 35 años, y pese a las renovaciones llevadas adelante en los últimos años, concentradas en las explotaciones de mayor tamaño, no ha variado el promedio provincial.

LA HISTORIA

La producción de té se inicia en Misiones en la década de 1920, pero recién hacia la de 1950 alcanza un nivel elevado de dinamismo, orientada en ese momento a un mercado interno creciente, al ser sustitutiva de las importaciones de ese producto, y luego se orienta a la exportación. Hacia mediado de los años de 1970 alcanza su pico expansivo, llegando a cubrir más de 45.000 ha., para luego estancarse o declinar levemente hasta los actuales niveles. Sin embargo, pese a la menor superficie destinada a estas plantaciones, la producción se mantuvo creciente. En lo que va del presente siglo, la superficie tealera argentina se redujo un 2,3% (mientras la del mundo creció un 73%), pero la productividad por hectárea se incrementó el 23% (cuando la del resto del mundo lo hizo solo en un 6,3%).

Esta perfomance no es uniforme, sino que se concentra en las unidades de mayor tamaño y mayor disponibilidad de capital, las cuales son, a la vez, las que están más estrechamente conectadas con las restantes etapas del proceso productivo. Así, debe tenerse en cuenta que de acuerdo a estimaciones del INTA, casi una cuarta parte de la tierra tealera misionera está en manos de las principales plantas elaboradoras.

El proceso productivo del té -para la obtención del té negro- involucra dos grandes fases posteriores a la cosecha del brote verde; inicialmente, la primera transformación, que cosiste en el marchitado, enrulado, fermentado y secado de las hojas y brotes de té. Luego la segunda transformación, durante la cual se practica el despalado, desfibrado, tipificación y envasado según la presentación por la que se opte.

Dadas las características físico-químicas de la producción primaria, la primera transformación se debe efectuar dentro de las primeras cuatro horas de la recolección, por lo cual los secaderos deben asentarse en plena zona productiva. Distintas fuentes consignan la presencia de entre 68 y 75 plantas procesadoras, aunque no todas cumplen el ciclo completo. Algunas, las de menor tamaño y menor modernización tecnológica, solo llegan al secado en rama del té. Otras, con predominio de las pequeñas y medianas empresas, llegan a la tipificación. Y finalmente existen los establecimientos tipificadores orientados a la exportación y los que se abocan al mercado interno, y en ambos casos se trata de empresas de mayor envergadura y con dotación de maquinarias modernas.

Estas plantas procesadoras son propietarias (o arriendan) alrededor del 25% de la superficie tealera misionera, a la par que se abastecen de compras directas a los productores, a plantas de secado en rama, o a consignatarios (intermediarios entre los productores y los procesadores). Alrededor de una decena de las procesadoras están constituidas como cooperativas.

COOPERATIVAS

La atomización de la estructura agraria tealera conlleva una reducida capacidad de negociación del productor individual frente a su comprador, de ahí que las cooperativas tealeras son vistas como una alternativa para subsanar esa situación. Por otra parte, la dispersión espacial de las plantaciones, muchas veces asentadas en espacios de difícil acceso, impulsa a los productores a vender su producción (cosechada o aún en planta) a los acopiadores que recorren la región y que, lógicamente, abonan un menor precio que el que pagan los procesadores (a cuyas plantas el productor que desee venderles, debe llevar él mismo los brotes cosechados).

Las unidades tealeras de menor escala no son monocultivo, sino que combinan la producción con yerba mate, además de otras producciones de menor importancia económica o bien destinadas al autoconsumo. La yerba mate es una producción fuertemente intervenida por el Estado, en la cual se fija el precio que debe recibir el productor por parte del procesador. Pues bien, en el caso de la producción tealera, en teoría el Estado no interviene fijando un precio de cumplimiento obligatorio, sino que a través de la Comisión Provincial del Té (Coprote) fija un precio de garantía.

Ese precio surgiría de un consenso entre los productores primarios, las plantas procesadoras y el gobierno provincial. Y en caso de que no se alcance dicho consenso, es el gobierno provincial quien lo fija. Año tras año, hacia septiembre, por consenso o decisión gubernamental se publicita el precio de referencia, y año tras año, a medida que avanza la cosecha (que se extiende entre octubre y mayo, como máximo), los productores reclaman ajustes en esos precios, alegando incrementos de costos, a la par que denuncian el incumplimiento de dicho precio de garantía por parte de las procesadoras.

Pese a que se promociona solo como un precio de referencia, los productores reclaman que sea de cumplimiento efectivo para asegurarse un ingreso que cubra sus costos y su ganancia productiva, a la par que señalan que la Provincia, vía Rentas, fiscaliza que se cumpla ese precio, multando si así no ocurre. ¿Si es un precio de referencia (o de garantía, como se denomina oficialmente), cómo es posible que sea de cumplimiento obligatorio? ¿Si no es de cumplimiento obligatorio, a título de qué se fiscaliza y multa a las procesadoras que no lo pagan?

CUANTIOSOS RECURSOS

El Estado, tanto nacional como provincial, destina cuantiosos recursos para mantener en producción a los pequeños tealeros. Algunos, en forma directa, como entregando fondos frescos a las cooperativas tealeras para que con ellos paguen a los productores aquel precio de garantía. Y otros en forma indirecta, a través de muchos programas y proyectos que intentan fortalecer a la cadena tealera, los cuales se ejecutaron durante la gestión del anterior gobierno kirchnerista como con el actual gobierno de Cambiemos.

Al igual que en otras producciones, destinar recursos financieros para el desenvolvimiento precompetitivo de las mismas puede ser una política de Estado deseable, siempre que se sometan a evaluación permanente y se sopese adecuadamente la pertinencia y alcance.

¿Es económica y socialmente conveniente insistir en mantener a estos pequeños productores en la producción de té, aún cuando todo expone que ni con precio de garantía cubren sus costos? ¿No será mucho más inclusivo y sostenible, desde los social y lo económico, acompañar a esos productores hacia un nuevo esquema de producción de otras alternativas adecuadas a la zona y la disponibilidad de recursos que poseen?

El abandono de las chacras y la migración a la periferia de Posadas (y luego, a Rosario o el Gran Buenos Aires) es una constante, denunciada incluso por los mismos representantes de esos productores misioneros. Si se opta por impulsar un país dinámico y equilibrado, la permanencia en producción de esas chacras, con los titulares de las mismas asentados en ellas, en condiciones sociales y productivas dignas, es un desafío que no se puede eludir.

Los gobiernos, tanto nacionales como provinciales, optan por el camino más cómodo, sencillo y rápido: el de repartir fondos en calidad de subsidios, el de anunciar la conformación de clusters, el de entrometerse entre la oferta y la demanda, entre otras cosas. 

Se realizan acciones así, pero nunca se plantea una reflexión seria, asentada en la realidad productiva, acerca de qué es lo mejor para esos pequeños productores. Mantenerlos dependientes de la asistencia pública, aunque eso implique administrar un conflicto permanente, es la finalidad de la gestión gubernamental que maneja el aparato del Estado en la Argentina, sin importar la jurisdicción ni el color político que se detente.

* Consultor independiente.