En busca de una voz narrativa

El barquito chiquitito
Por Antonio Tabucchi
Anagrama. 226 páginas

De este libro de Antonio Tabucchi, el segundo que publicó, en 1978, se ha dicho que no parece lo que es: una novela de principiante. Esa distinción comporta un elogio matizado que hoy, cuarenta años después, justifica hasta cierto punto su lectura en la edición que por primera vez la vierte al castellano.

El más claro rasgo de debutante de la obra está en la ambición de su tema, que es el relato de la vida de una familia a lo largo de un siglo aproximado de la historia italiana (llega hasta la década de 1960), pero alternando entre la historia personal, anecdótica, y la Historia con mayúsculas, la de las guerras, los negocios turbios y la política venal y acomodaticia.

Un principiante cualquiera movido por esa misma intención habría compuesto un novelón inagotable en el que hubiera lugar para todo. Pero Tabucchi (1943-2012) no procedió así. Su novela tiene poco de crónica y mucho más de historia mitológica, de fábula o de saga imaginaria, poética. Si apela al realismo lo hace bajo el posible influjo de García Márquez o de Calvino, no de Hemingway. Por lo demás, ya escribía trabajado por esa pretensión que más tarde la crítica llamaría posmoderna. Su narrador, el capitán Sesto, cuenta la novela pero también deja ver los hilos que sostienen el relato, nos conduce frente al escenario y detrás de bambalinas, aviva casi tanto como suspende la incredulidad del lector.

Tampoco la prosa es de principiante. Así, por caso, presenta a la novia de uno de los personajes: "Addolorata era la traducción física del nombre que por infelicidad o extravagancia le había impuesto su madre. Era una muchachita morena, poco más que una niña, cuya robustez traicionaba sus secretos deseos de ser delgada y pequeña para vivir inobservada tras dos ojos de luto, con una voz que, de haber sido hombre, hubiera sido de asceta, pero que en aquel rostro de femínea aflicción parecía ronquera, o sollozo reprimido, o silvestre hosquedad. Era dolor (...)".

Y así describe un paisaje de pueblo en pleno verano peninsular: "Con la entrada de agosto se levantó un viento tórrido de poniente, lento y pertinaz, que al soplar en la montaña se cargaba de polvillo de mármol, un enharinado ligero como el talco que al cabo de una semana veló el pueblo de nieve artificial. Todo se volvió blanco: los tejados de las casas y las calles, los árboles, el pelo de la gente. Parecía una grotesca aldea de escayola a cuyo artesano se le hubiera olvidado aplicar el color".

Más que en la trama, que por momentos queda diluida en el miniaturismo repetitivo de las escenas dramáticas y pierde intensidad, Tabucchi parecía estar probándose en el manejo de los tonos y del estilo. En El barquito chiquitito aún no había encontrado su voz definitiva. Pero tampoco estaba tan lejos de lograrlo.