El pan nuestro de cada día

Semana económica. Es difícil pensar que el Gobierno no se haya dado cuenta de que, en una economía tan sensible, desde lo real y cultural, al movimiento del billete verde, atar los precios de los servicios e insumos al valor de la divisa no iba a hacer otra cosa más que agravar la situación.

Algunas historias hay que empezar a contarlas por el final. El índice de inflación del mes de agosto fue de 3,9%. Ya casi que ni es una sorpresa. A esta altura todos lo habrán leído, visto en la televisión y sufrido en el bolsillo. No es una noticia. Los expertos proyectan que este año el proceso sostenido de aumento de precios cerrará en el 45%.

Este dato no es la punta de un ovillo, que supone un objeto ordenado a partir del trabajo mecánico y sincronizado, esférico y previsible, sino el extremo de una madeja caótica, enredada, incierta. Hay que meterse ahí para entender algo de todo lo que nos está pasando.

El asunto comenzó temprano, allá por diciembre de 2015, cuando el entonces ministro de Economía, Alfonso Prat Gay, unificó el tipo de cambio con el argumento de que el movimiento devaluatorio no afectaría los precios, pues nadie transaba a $ 9 por dólar, sino a $ 15, que era lo que cotizaba en el mercado paralelo. Grueso error.

Lo cierto es que las importaciones se comerciaban a un dólar de $ 9, y las exportaciones a uno algo menor. El impacto en la inflación fue seco y directo como un gancho al mentón. La inflación heredada, del 25% anual, recibió nafta de avión y se potenció. Esto en un país adonde el dólar es, siempre, refugio de grandes y chicos. El lugar adonde correr cuando las papas queman, siempre y cuando sobren algunos pesos.

Por eso es difícil pensar que el Gobierno no se haya dado cuenta de que, en una economía tan sensible, desde lo real y cultural, al movimiento del billete verde, atar los precios de los servicios e insumos al valor de la divisa no iba a hacer otra cosa más que agravar la situación. Cuesta creer que funcionarios formados en las altas escuelas económicas puedan ser ingenuos. No, al menos, en el terreno que más dominan.

Para fijar mejor la idea vale echar mano de un ejemplo concreto. El precio del pan cuesta en promedio unos $ 90 en la Argentina. ¿Cómo es que ocurrió esto? Veamos: durante el kirchnerismo se aplicaba una política de cupos de exportación para el trigo. Es decir, era prioritario abastecer al mercado interno, y el sobrante se destinaba a la venta allende la frontera.

Claro está, toda política económica genera sus consecuencias. Lo positivo era que el precio de la cadena trigo-harina-pan, producto de esto y otras variables, no subía en demasía. Lo malo fue, en este caso, que el cupo llevó a que los productores de trigo decidieran sembrar menos, ya que el negocio dejaba de ser interesante, y se volcaran hacia otros cultivos. Por ende, hubo menos trigo e ingresaron también menos dólares por exportación.

Cuando Mauricio Macri asumió el poder, una de sus primeras medidas fue quitar el mencionado cupo. Lo bueno fue que gatilló un boom de siembra de trigo que se tradujo en una cosecha record, como hacía tiempo no se veía. Y que esto movió buena parte de los engranajes económicos del interior del país, economías estrechamente vinculadas al campo. Lo malo fue que el trigo pasó a venderse a precio internacional -hoy en día cotiza a u$s 173,34 por tonelada en Chicago-, quedando atado a la suba del dólar.

Esto fue sólo el comienzo. La bolsa de harina que en febrero se pagaba a $ 200, corrida del dólar mediante, ahora y sólo por hoy se consigue a $ 1.200. El precio del insumo principal se multiplicó por 6. Para hacer pan hace falta también agua, levadura y energía. Los hornos funcionan ahora mayormente a gas. Otro tema a tener en cuenta.

Durante el primer tramo de la gestión Macri el otrora ministro de Energía, Juan José Aranguren, encabezó el programa destinado a desmontar el esquema de subsidios estatales y llevar las tarifas a precios de mercado internacional. El gas subió en abril un 32% y tomando como referencia diciembre, el incremento es del 100%. Hoy en día se negocia para octubre otra suba promedio del 30% a pedido de las empresas. Mayores costos para el panadero.

Para que el trigo llegue a los molinos y, luego de ser transformado en harina, la bolsa arribe a la panadería para hornear el pan, hace falta la participación del transporte de carga. Aquí entra a jugar el incremento del precio de los combustibles.

El Gobierno decidió liberarlos, razón por la cual el gasoil -combustible utilizado para el transporte de cargas- experimentó 12 incrementos en lo que va del año, redondeando un 50%. El litro de gasoil común ahora se paga a $ 29,64, y el de gasoil premium a $ 35,41. Peor aún, las empresas petroleras creen que el precio está aún un 20% por debajo del nivel internacional.

La suba de los combustibles afectó de manera directa las tarifas del transporte de carga. Según datos de la Federación Argentina de Entidades Empresariales del Autotransporte de Cargas, ""el autotransporte de cargas sufrió una crecida en agosto del 3,82% en sus costos, por lo que se arrastra una suba de casi el 29% en lo que va de 2018 y un incremento anual acumulado del 40,3%"".

La cámara empresarial agrega: ""En el transcurso de 2018 lideran los aumentos de costos Material Rodante (56,8%), Costo Financiero (47,3%) y Lubricantes (46,6%), mientras que en el incremento desagregado en el año anterior lideraron los aumentos de costos Peaje (42,2%), Gastos Generales (40%), Patentes (35%) y Costo Financiero (29.7%)"".

Y culmina: "El sostenido aumento de los costos para transportar mercadería en el país que redobla la presión sobre el Transporte de Carga tiene el agravante de sumar una carga impositiva del orden del 40%". Y esto dio de lleno en el precio de la bolsa de harina.

El panadero ya abonó más cara la bolsa de harina, precio en el que está incluido el flete, y las tarifas de gas, fluido con el cual cocina el pan. También pagó más cara la electricidad, con la cual realiza diversas tareas en la cuadra e ilumina el local comercial. Ahora tiene que pagar los salarios. 

De acuerdo a datos de la Asociación de Panaderos de la Capital, existen 11 categorías en la actividad, desde un oficial -que gana $ 21.096- a un aprendiz, que percibe $ 18.075. Es de suponer que los bríos del proceso inflacionario llevarán a que varios sindicatos reabran paritarias o exijan alguna compensación ante la pérdida concreta de la capacidad de compra del salario real. Nuevos costos que el panadero tendrá que enfrentar.

Y para terminar esta historia, quedan los impuestos a la actividad comercial, con el reinado de Ingresos Brutos, que en todos los distritos es un instrumento clave para que el Estado recaude dinero en forma rápida y sencilla. Luego de todo esto, el panadero tiene que calcular su renta, la tajada que le queda después de la inversión. De algo tiene que vivir el hombre. Por todo esto el precio del pan cuesta, en promedio, $ 90.