Una parodia de la modernidad

Lingua franca
Por William Thacker
Edhasa. 208 páginas

El joven escritor William Thacker (Londres, 1986) sorprende con la originalidad de esta, su segunda novela, que esboza una infrecuente parodia de la modernidad detrás de una sarcástica visión del mundo corporativo y del marketing, que opone a la Inglaterra profunda.

El protagonista de la obra, que tiene destellos de esa clase de humor absurdo tan británico, es Miles Plating, un emprendedor que vende derechos de denominación de pueblos, calles, plazas, barrios. Con su exitosa empresa, Lingua franca, convence a dirigentes de pequeños pueblos de toda Inglaterra de solucionar sus ahogos financieros renunciando a los tradicionales nombres, en muchos casos centenarios, por uno nuevo, esponsorizado. La idea, dorada, es que a cambio de la publicidad para su marca la empresa en cuestión proveerá inversiones que modernizarán la ciudad y dinamizarán los exhaustos programas sociales.

Como suele suceder, no todo lo que brilla es oro ni todos están contentos. La mayor reacción se expresa a través de su ex esposa, Kendal, que lo acusa de querer matar la lengua inglesa y reemplazarla por una jerga corporativa totalmente hueca. La tensión entre ambos se manifiesta a lo largo del texto en pequeñas confrontaciones que tocan el núcleo de la novela. Progreso frente a tradición, afán de lucro frente al orgullo por las costumbres, practicidad frente a poesía, arrogancia versus simpleza. Miles es acusado de algo más que trastocar la lengua. En última instancia, es presentado como un destructor de mundos.

Lingua Franca ya lo ha hecho en 70 ciudades y ahora es el turno de Barrow-in-Furness, donde vemos cómo opera. Una vez alcanzado un acuerdo, una verdadera invasión llega a la ciudad. Un ejército de empleados que se instala en contenedores adaptados como viviendas y empieza a trabajar. Proyectan, diseñan, planifican campañas, cambian los letreros hasta hacer desaparecer todo vestigio del nombre antiguo.

El enojo de los residentes despierta a la postre un levantamiento que por supuesto está a tono con la novela: farsesco, grotesco, casi onírico.

La historia la reconstruye el propio Miles desde una habitación de hospital, donde es sometido, significativamente, a un tratamiento de silencio.

Thacker atrae con su ambicioso planteo, tan infrecuente como saludable, con su sarcasmo sobre la prensa, sus ironías sobre el consumismo, sobre el dinero como fuente de felicidad, y sobre la fealdad de los nuevos desarrollos urbanísticos en contraste con los antiguos barrios, que tienen algo de la Inglaterra de libro de cuentos, con sus iglesias y sus pubs de madera.

A través de sus personajes hace confrontar dos estilos de vida. Es una pena que el autor no haya querido tirar más de ese hilo porque el interés merma un poco a medida que esa ambición inicial se va apagando.