Pichetto, Montesquieu y la­ existencia de la ley natural­

Ninguna autoridad­ humana debería dar­ un mandato positivo­ o hacer lo que­ sea contrario al­ bien común.­ Esta situación no fue contemplada por el senador, quien en su disertación en el histórico debate por el aborto pensó más como candidato que como legislador.

El debate en el Senado volvió a dejar un cierto sabor amargo por los discursos de sus miembros. Hubo emotivos, catárticos, aburridos, pseudocientíficos, reiterativos, autorreferenciales y hasta desorientados, absurdos y contraproducentes. No porque fueran `celestes' o `verdes', sino porque carecieron de sustento, la base esencial de todo debate.­

Muchos de ellos, sin sustancia, hicieron recordar aquella sentencia atribuida al periodista francés Louis Veuillot (1813-1883) sobre el corazón del intolerante: "Yo os pido la libertad en nombre de mis principios y os la niego en nombre también de los mismos".­

Escasearon aquellas disertaciones que suelen arrojar claridad sobre el tema en discusión. Hubo excepciones, claro. Una de ellas fue cerca de las dos de la madrugada y estuvo a cargo del presidente del bloque justicialista, Miguel Angel Pichetto

El senador manifestó, de manera acertada, que el verdadero debate pasa por determianr si la Iglesia Católica debe entrometerse en el Estado y en la reglamentación de las costumbres de la sociedad, o no. Una realidad que también quedó reflejada en un gigante cartel de tela colgado en la esquina de Entre Ríos y Rivadavia que en grandes letras pedía: "Los curas a laburar".­

"El verdadero corazón del debate -reflexionaba el senador- es que la Iglesia Católica no puede imponerle al conjunto de país y del Estado su pensamiento y visión religiosa sobre normas que son de naturaleza civil de un estado laico".­

Para fundamentar su postura hizo referencia al filósofo francés Montesquieu (1869-1755) quien estableció que las leyes cambian con la evolución del ser humano, mientras que las leyes religiosas son rígidas y permanentes. Por lo cual, concluyó Pichetto, estas no le deben marcar el camino al Estado a la hora de gobernar.­

Para reafirmar su posición, el senador también recordó un pasaje de las memorias del ex presidente francés -entre 1974 y 1981- Valéry Giscard d'Estaing, quien impulsó en su país la aprobación de la ley del aborto. Según la anécdota en cuestión, el mandatario galo durante una entrevista con el entonces Papa Pablo VI y ante la requisitoria del Pontífice sobre la ley del aborto, sostuvo: ``Yo soy católico, pero soy presidente de la República de un Estado laico. No puedo imponer mis convicciones personales a mis ciudadanos (...) sino más bien lo que tengo que hacer es velar porque la ley se corresponda con el estado real de la sociedad francesa, para que pueda ser respetada y aplicada. Como católico estoy en contra del aborto; como presidente de los franceses considero necesaria su despenalización''.­

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BASES DEL LAICISMO Y DEL RELATIVISMO­

Dichas declaraciones son, nada más y nada menos, que las bases del laicismo que impulsa la separación Iglesia-Estado, que marca la incompatibilidad entre las políticas terrenales y las espirituales y la desvinculación de las ideas religiosas de las leyes. (Otra propuestas que se vio reflejada en la Plaza del Congreso con la presencia de los pañuelos naranjas). Las creencias -sostiene el laicismo- son asunto de cada quien; las leyes, de todas y todos.­

Vale aclarar que existe un laicismo positivo e imprescindible para mantener la justa división y la no intromisión entre los poderes espiritual y terrenal. Pero también surge, cuando se mezcla con otras ideologías, un laicismo negativo que rechaza la religión.­

Lo que es importante aclarar frente a la aceptación del laicismo positivo es que si bien el Estado tiene la obligación de dictar las leyes para el mejor ordenamiento de la sociedad y la Iglesia puede aportar su sabiduría milenaria, los legisladores no deben olvidar que antes de las leyes positivas creadas por el hombre, que es verdad pueden variar y evolucionar, están las leyes naturales, de las cuales proceden y a las cuales se arriba por medio de la razón.­

¿El motivo? Si no se reconoce la naturaleza humana y su procedencia como criatura, se caerá en un relativismo donde todo es abstracto, no existe una verdad y todo es subjetivo según quien lo determine, la moda o la opinión mayoritaria.­

El mismo Montesquieu -en otra cita que Pichetto no recordó- en su máxima obra "El espíritu de las leyes" (1748) asegura que "son las leyes de la naturaleza anteriores a todas las demás". Al respecto explica: "El hombre, como ser físico, está gobernado, al igual de los otros cuerpos, por leyes inmutables, pero como ser inteligente, viola sin cesar las leyes que Dios ha establecido y cambia las que él mismo se dicta. Debe dirigir su conducta y, sin embargo, es un ser limitado. Como todos los seres finitos, está sujeto a la ignorancia y al error, y a veces pierde los débiles conocimientos que tiene. Como criatura sensible está sujeto a mil pasiones. Un ser de esta naturaleza podía olvidarse a cada instante de su Creador: Dios le ha llamado a sí con las leyes de la religión; un ser de tal especie podía olvidarse a cada momento de sí mismo: los filósofos le han apartado de este peligro con las leyes de la moral; nacido para vivir en sociedad, podía olvidarse de sus semejantes: los legisladores le han vuelto a la senda de sus deberes con las leyes políticas y civiles".­

Por lo tanto, el rechazo a la ley del aborto no se fundamenta, como sostuvo Pichetto -quizás movido ahora por sus aspiraciones presidenciales-, por "miedo a las estructuras dominantes y viejas, a las posiciones retrógradas de la Iglesia Católica". Sino porque ninguna autoridad humana o Estado debería dar un mandato positivo o una positiva autorización a enseñar o hacer lo que sea contrario al bien común y a la ley natural, más allá de las creencias religiosas.­

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