La guerra gaucha­

Alentada por la Iglesia, una mayoría de argentinos salió a la calle, se enfrentó a los poderosos y decidió la suerte del proyecto abortista.. Es la segunda vez en poco tiempo que la ruidosa propaganda progresista se estrella contra la silenciosa voluntad popular: la primera fue en la elección del 2015, cuando la decisión de los votantes se orientó por caminos distintos de los sugeridos por ella.

El proyecto abortista promovido por la izquierda y alentado desde el gobierno encalló finalmente en el Senado argentino pero sólo porque antes fue derrotado en las calles. Esta vez la gente abandonó su acostumbrada pasividad ante las minorías ideológicas empeñadas en destruir el tejido social de la Nación y se hizo visible todo el país para marcarles el límite

Debe decirse que la lucha no fue sencilla ni trivial. Tuvieron en contra a la Casa Rosada, que operó permanentemente a favor del proyecto y torció la votación en Diputados, donde también iba a imponerse el no, cosa que desató la ira de Elisa Carrió. 

En ese contexto debe rechazarse por cínico el comentario del presidente cuando ante la segura derrota en el Senado pese a todos los esfuerzos de su jefe de gabinete dijo que ``ganó la democracia'', frase vacía de contenido si las hay. Tuvieron en contra los defensores de las dos vidas a todo el establishment cultural y mediático, cuya campaña a favor del aborto subvencionado por el Estado fue ganando en ferocidad y violencia desde el momento en que entrevieron su fracaso. 

Tuvieron en contra a la cara de ángel de Susan Sarandon, a la cara de bruja de Margaret Atwood, y a la cara de tacho de Claudia Piñeiro. Tuvieron en contra el poder económico y político de poderosas organizaciones internacionales financiadas por el magnate George Soros y su Fundación para el Nuevo Orden Mundial, convencidas de que un triunfo en la Argentina les iba a permitir promover su agenda genocida y racista en otros países de la región donde el tema, oh casualidad, también está en discusión en estos días.

­

ORGULLO­

El pueblo argentino que se movilizó en defensa de su vida, de sus creencias y de su patria puede sentirse orgulloso por lo logrado, y reafirmado en su sentido común frente a la insidia de quienes operan permanentemente sobre sus creencias, sus lealtades, su saber y sus sentimientos para debilitarlo, someterlo y finalmente esclavizarlo. No sólo los que habitualmente propagan la ideología izquierdista desde los medios, sino los medios mismos, que en su enorme mayoría apoyaron la agenda abortista, se mostraron impotentes frente a las convicciones que una sociedad por fin alerta supo defender sin estridencias, sin mentiras, sin insultos. 

Es la segunda vez en poco tiempo que la ruidosa propaganda progresista se estrella contra la silenciosa voluntad popular: la primera fue en la elección del 2015, cuando la decisión de los votantes se orientó por caminos distintos de los sugeridos por ella. 

Y no sólo se trata de una derrota de la izquierda vernácula y de su aparato de propaganda, sino de sus mandantes extranjeros confiados en que no les sería difícil convencer a un puñado de tontos. Pero la ola celeste en calles y plazas del país fue el aceite hirviendo con el que los modernos invasores lograron ser rechazados. Eso no quiere decir que no hayan causado víctimas: algunos van a tener que rendir cuentas por las dolorosas imágenes de adolescentes en la flor de la vida cantándole a la muerte con la cabeza quemada, van a tener que rendir cuentas como los violadores, los pedófilos, los narcotraficantes y los tratantes de mujeres porque a ese orden pertenecen.­

Tampoco quiere decir que no vayan a intentarlo de nuevo. El Gobierno anticipó la intención de despenalizar el aborto en la revisión en marcha del Código Penal, lo que libraría de castigo a la abortante y al profesional que la atienda. Esta iniciativa probablemente encuentre menos resistencia porque es lo que sucede en la práctica, pero según sea redactada puede convertirse en lo mismo que el Senado rechazó.­

­

EL PAPEL DE LA IGLESIA­

Sería injusto no reconocer el papel de la Iglesia Católica en esta batalla. Fue ella la que alentó a la gente a salir a la calle para demostrar con su presencia que una cosa es la opinión publicada por unos medios uniformemente alineados con el progresismo y otra cosa es la opinión pública. Y fue esa movilización la que orientó el voto de los senadores, que olfatearon enseguida cómo venían los vientos en su base de votantes. 

Hace mucho tiempo que estoy alejado de la Iglesia como para considerarme un católico practicante, y no es una cuestión de filiación religiosa lo que me permite comprobar que el púlpito guiado por el papa Francisco nos salvó en las dos oportunidades mencionadas de precipitarnos en el desastre: en las elecciones de 2015, cuando habilitó el triunfo de Vidal sobre Aníbal Fernández en la provincia de Buenos Aires (lo que permitió a Macri llegar a la presidencia, conviene recordarlo), y ahora al orientar la batalla contra los abortistas. 

Uno tiene la sensación de que la mayoría de los argentinos saben que en lo que les queda de vida no van a ver de nuevo a su país de pie, pero están dispuestos a hacer lo necesario para levantarlo, y quieren tener hijos para que colaboren en el esfuerzo y, ellos sí, puedan disfrutar de él. No hay muchos todavía que se hayan dado cuenta y los acompañen en ese empeño, excepto, por lo visto, la Iglesia Católica. La Iglesia argentina, atacada por todos los flancos, me hace acordar al cura interpretado por Enrique Muiño en La guerra gaucha que, golpeado y maltrecho, les marcaba el rumbo con su violín de ciego a los patriotas que luchaban en el norte, y los entusiasmaba con los acordes de la canción patria en la lucha por su libertad y su independencia.­

­

 

Santiago González es periodista y editor de la página web gauchomalo.com.ar­.