En camino a la abolición del hombre

El insoportable "debate" por el aborto en la Argentina confirmó una vez más aquella frase del católico tradicionalista español Juan Vázquez Mella, tan citada por el padre Castellani: "Ponen tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias".

A lo largo de meses, la propaganda del aborto se valió de cuanto recurso tuvo a mano para imponer una idea que degrada la condición humana, pero con el cuidado de escamotear toda reflexión sobre el resultado último del desvarío que se pretende aprobar. Efectiva, la estrategia no ha sido nueva. Flaco consuelo produce saber que lo mismo ha ocurrido en los países que décadas atrás debieron atravesar igual ordalía, y a los que ahora se exhibe como modelos.

En 1983 había sido el turno del "debate" en España. Y leídos hoy y desde el hemisferio sur, los argumentos de aquella contienda dialéctica prueban que nuestros abortistas no inventaron nada. Se trata del mismo guión que se viene repitiendo en todas las latitudes y a través del tiempo. Julián Marías dejó un buen testimonio al respecto.

Consideraba el filósofo católico y liberal que, ante el remanido planteo feminista de que debe habilitarse el aborto porque la mujer es dueña de disponer de su cuerpo, lo que en el fondo estaba en juego era la "distinción decisiva entre cosa y persona". "Cuando se dice que el feto es "parte" del cuerpo de la mujer -escribió en un artículo luego recopilado en Sobre el cristianismo (Planeta, 1997)-, se dice una insigne falsedad, porque no es parte: está alojado en ella, mejor aún, implantado en ella (en ella, y no meramente en su cuerpo). Una mujer dirá: "estoy embarazada", nunca "mi cuerpo está embarazado". Es un asunto personal por parte de la madre".

También en la España de hace tres decenios se hablaba de "interrupción del embarazo" para no pronunciar la palabra más cruenta de "aborto". Marías destacaba la "refinada hipocresía" del eufemismo. "Los partidarios de la pena de muerte tienen resueltas sus dificultades: ¿para qué hablar de tal pena, de tal muerte? La horca o el garrote pueden llamarse "interrupción de la respiración" (y con un par de minutos basta); ya no hay problema. Cuando se provoca el aborto o se ahorca no se interrumpen el embarazo o la respiración; en ambos casos se mata a alguien".

En España como en nuestro país se "enmascara la realidad (del aborto) con sus fines" a los que siempre se presenta como "valiosos, convenientes o por lo menos aceptables". Allí como aquí "se prescinde enteramente del padre" a la hora de decidir un aborto. Y todo con un fin oculto pero inevitable, esas consecuencias que no quieren mostrarse pero que necesariamente seguirán a las causas.

"El núcleo de la cuestión -escribió Marías- es la negación del carácter personal del hombre (...). Si las relaciones de maternidad y paternidad quedan abolidas, si la relación entre los padres queda reducida a una mera función biológica sin perduración más allá del acto de generación, sin ninguna significación personal entre las tres personas implicadas, ¿qué queda de humano en todo ello?"

Una década más tarde, en 1994, la pregunta seguía angustiando al insigne discípulo de Ortega y Gasset. "La manipulación a que está sometido el mundo actual, incomparable con la de cualquier otra época, hace verosímil que el mundo se embarque en una monstruosidad sin precedentes -alertó-. Imagino que en el siglo próximo se pueda sentir vergüenza de que haya existido una época tal como nos la presentan, ofrecen y, lo que es más, quieren imponer".

Por desgracia, el nuevo siglo está desmintiendo al célebre pensador español en ese último vaticinio.