Una resistencia inesperada

Las marchas, rezos y ayunos contra el aborto, un milagro que sorprendió a todos. Durante el debate parlamentario hubo testimonios heroicos. Y en las redes sociales se hizo tenaz la defensa del sentido común, frente a la pérdida de cordura de la dirigencia y los medios. La irreligión es un fenómeno cada vez más desembozado.

Se ha dicho ya con acierto que el actual debate sobre el aborto permitió ver lo mejor que tiene para ofrecer nuestro país. No hay forma más elocuente de describir lo que sucedió desde el pasado 10 de abril. Un gran testimonio de la verdad de la creación de Dios con respecto a la dignidad de la persona. Señal de que el niño que crece en el seno materno aún puede esperar algo de compasión y ternura, y que la amenaza de muerte que pende sobre estos pequeños inocentes sacude a todos los seres humanos de sana conciencia.

Las multitudinarias marchas, ayunos y rezos en toda la geografía nacional, un milagro en opinión de muchos, así lo prueban. Para sorpresa de propios y extraños, se repitieron las procesiones familiares en un ambiente sano, pacífico y con abundante presencia de jóvenes.

Lo mismo podría decirse de los alegatos en el Congreso de médicos, juristas y de tantas personas simples. Padres que esperaron con amor el nacimiento de hijos con problemas o con pocas esperanzas de vida. Testimonios envueltos en olor de santidad, se dijo de ellas.

Es la rebelión que nace del sentido común. La repulsión ante lo inconcebible: el debate sobre la posibilidad de matar a un inocente. Una reacción, para más decir, que se dio en las condiciones más desventajosas. Con una dirigencia y una cobertura mediática incapaces ya de distinguir el Bien del Mal, y que toman partido con cara de diplomática neutralidad.

Sorprende el levantamiento contra esos poderes, particularmente tenaz en las redes sociales, como así también la hidalguía de muchos que salieron a dar el debate a sabiendas de que sufrirán la condena social. Esa fuerza poderosa que tritura honras y prestigios, como puede atestiguar por estas horas el doctor Abel Albino.

El alzamiento, numeroso, sino mayoritario, más fuerte en el interior y en las famosas clases bajas que se alega representar, indica que no todo está perdido.

Frente a estos ejemplos se alza la deshumanización del campo de la muerte. Esa suerte de reedición de los antiguos sacrificios al dios Moloch. Multitudes, en su mayoría mujeres, algunas enardecidas, que claman por "su" derecho a abortar. Al ver algunos de sus rostros después de la aprobación del proyecto en Diputados uno podía preguntarse qué festejaban. Porque ciertamente no es un festejo altruista.
El mismo pañuelo verde, nuevo símbolo del feminismo y de la "ideología de género", lleva por lema "anticonceptivos para no abortar, aborto para no morir", dejando claro que todo se reduce al hedonismo moderno, esa exaltación de los derechos individuales que termina por socavar a la familia.

SIN DIALOGO

Es por eso, cualquiera lo habrá comprobado, que incluso en reuniones amistosas, lo único que no hubo es un debate entre las partes. Quienes confrontan viven en realidades paralelas y hablan lenguajes diferentes. Algo que frustra no sólo la reflexión, sino incluso antes que eso, impide entenderse.

Esa es la trampa original de este debate parlamentario, donde todas las expresiones tienen el mismo valor. Un debate que, en última instancia, se dirimirá por la fuerza, o por el número, o por el engaño.
La mayor de las confusiones en el campo "de la vida" es aceptar el criterio de los otros. Entrar en la competencia por el número que convocan las marchas. Pero también es el problema de las argumentaciones que se eligen. Por ejemplo, manifestarse "a favor de la vida", o "por las dos vidas", por no decir que se está contra la muerte, como esperan los abortistas, o apoyarse en criterios constitucionales, cuando se sabe que todo eso puede cambiar en base a consensos.

Sea como fuere el resultado en el Senado, el secularismo ya conquistó terreno. Logró que muchos pusieran en sordina el plan de Dios, la virtud de gobernar las pasiones, la realidad del aborto como un pecado grave, y la condenación eterna que espera a los asesinos, que es lo único inmutable y lo único que puede iluminar la conciencia de las personas caídas.

Pero los secularistas suelen despreciar a la Iglesia por irrelevante para luego denunciar su poder. Y esto último es lo que puede contemplarse hoy. La última confusión, podríamos llamarla. Porque la realidad es que los obispos estuvieron escondidos y fue más bien la presión ascendente la que los hizo despabilar. Y la triste realidad es, también, que su predicamento es menor del que se les adjudica. De lo contrario, todos los que se proclaman católicos desearían ajustar sus vidas a un Orden Sobrenatural, cosa que está lejos de verificarse.

Entre los partidarios del aborto asombra la jactancia. Como la de esas maestras y alumnas que provocaron con sus pañuelos verdes en colegios católicos.

JACTANCIA

A veces se observa en esa jactancia una necesidad de justificar el propio pasado. Como si no fuera posible enmendar el camino. Pero en general, viendo el fervor y la devoción de tantos, es evidente que este neopaganismo moderno se erige en una nueva falsa religión, o irreligión. Que no es indiferencia ante todo credo, sino que revela una posición ante la religión, o más apropiadamente hostilidad hacia la religión. Un credo invertido donde lo bueno es malo, y lo malo, bueno.

Ese secularismo radical se desliza por momentos hacia el agravio, como sucedió en un festival de teatro en Santa Fe, donde personas desnudas colocaron pañuelos verdes a una imagen de la Santísima Virgen María, o como muestran las pintadas que llaman a "abortar por si sale cura", el doble odio satánico al hombre, imagen de Dios, y al sacerdocio, ministerio sagrado.

Pero sobre todo la aparición por primera vez de pañuelos naranjas, de aquellos que promueven la separación de la Iglesia y el Estado, revela que los frentes empiezan a clarificarse. Son los que invitan a apostatar, y los que ya avisaron que esperarán hasta este miércoles para empezar a trabajar de nuevo, en línea con otras conquistas como el casamiento civil, el divorcio, las uniones homosexuales, la ley de identidad de género y la fertilización asistida. Un anticipo de lo que vendrá y para lo cual habrá que estar preparados.

A la espera de la votación en el Senado, lo que ya deja este debate sobre el aborto es la congoja por el destino que se prepara a los pobres niños por nacer, la angustia sincera por la posible condenación eterna de muchos hombres, y el profundo dolor por la pérdida progresiva de la fe, pero también una luz de esperanza por la reacción inesperada de estos últimos cuatro meses.

Quiera Dios proteger a los argentinos y librarnos de este mal, pese a nuestros pecados, y fortalecer nuestros espíritus para resistir de pie los próximos embates que vendrán.