Azules y colorados

Christine Lagarde busca garantías de que el programa del FMI se proyecte más allá del 2019, algo que sólo los peronistas pueden dar.

 

Los números no vienen bien para Cambiemos, y la posibilidad de que Mauricio Macri sea reelecto en el 2019 parece mucho más desdibujada que hace apenas seis meses. Una encuesta realizada por Synopsis y divulgada por el sitio Urgente 24 muestra que sólo un tercio de la población votaría hoy por el oficialismo; el gobierno conserva credibilidad entre los mayores de 65 años (60%) pero exhibe sus niveles mínimos (26%) en la franja de 29 a 50 años, justamente los que están en la etapa más productiva, decisiva y atenta de sus vidas. En el gobierno esto lo saben, y ese conocimiento explica algunos de sus últimos movimientos.

Lo primero que hizo Macri fue asegurar la continuidad de su gobierno hasta las elecciones del 2019 con el auxilio del Fondo Monetario, que se lo brindó sin dilaciones pero también sin concesiones. La Argentina se obligó a reducir su déficit fiscal en un porcentaje que representaba 200.000 millones de pesos cuando se gestionó el acuerdo, pero que la inflación y la devaluación elevaron ya a 300.000 millones, según reconoció el propio gobierno. Un recorte semejante agrega un fuerte componente recesivo al imbatible azote inflacionario, justamente en vísperas de las elecciones del año próximo. El mismo salvavidas que le permite a Macri llegar al 2019, compromete sus posibilidades de ser reelecto.

El oficialismo aspira a que el gobierno central y las provincias se distribuyan equitativamente la responsabilidad de reducir el déficit, es decir 150.000 millones por parte. Esto lo obliga a llegar a acuerdos con los gobernadores, algunos propios y muchos ajenos, y también con los legisladores, en su mayoría ajenos, que serán los encargados de sancionar los recortes en la ley de presupuesto.

Todos los involucrados saben bien que muchas alternativas no hay, pero todos quieren sacarle el mayor rédito posible a su colaboración en la emergencia. Los más enfurruñados son los jefes de distrito que tienen al PRO como denominación de origen: mal que les pese, a Larreta y Vidal sólo les toca poner, sacrificar plata y popularidad, para no verse arrastrados por una eventual debacle del gobierno central.

Los radicales se han mostrado más bien módicos en sus pretensiones: simplemente están cansados de ser socios de una coalición que los excluye de la toma de decisiones, y tampoco les gusta que los hagan a un lado a la hora de conversar con los peronistas: pusieron el grito en el cielo cuando se enteraron de que ya había habido al menos un encuentro con gobernadores y legisladores justicialistas en una quinta de San Isidro. Si dejan de basurearlos, los invitan a algunas reuniones de alto nivel, hacen callar a Carrió, y sobre todo les permiten tallar en las negociaciones con sus rivales peronistas, los radicales están del todo dispuestos a poner el hombro.

VIEJAS CUENTAS

Con los peronistas la cosa está más complicada porque ellos quieren cobrar algunas facturas atrasadas: por ejemplo, haberle votado prolijamente a Cambiemos todas las leyes que quiso desde que asumió el poder, haberle aceptado las graciosas paritarias de este año, haberle asegurado en la medida de sus posibilidades la tranquilidad de la calle y resignarse a que el gobierno no les resuelva el problema de Cristina y la deje libre justamente para dividirlos. Querrían una compensación proporcional, pero todavía no saben muy bien en qué términos. ¿Juego político, como el que les brinda Vidal? ¿Participación en los negocios, como la que tienen con el gobierno porteño desde hace más de diez años? Hay muchos peronistas y muchos peronismos, y ni ellos mismos saben bien quiénes son.

El Gobierno arguye que no encuentra en el peronismo un interlocutor que lo represente. Sería conveniente que lo encuentre pronto, porque la jefa del FMI, Christine Lagarde, llega el fin de semana para asegurarse de que el acuerdo firmado con su entidad tiene no sólo factibilidad técnica sino viabilidad política. Y quiere hablar con la oposición, esto es, esencialmente, con los peronistas. Como dijimos, el acuerdo le asegura a Macri llegar entero al 2019, pero todo el esfuerzo que involucra tiene sentido si Macri y el modelo económico implícito en el programa del Fondo se proyectan hacia el futuro. Dicho en otras palabras, el plan funciona si el gobierno que surja de las elecciones del año próximo está encabezado por Macri o por alguien que asegure la continuidad de las políticas de Macri.

NUCLEO DURO 
Aquí es donde los senderos del jardín del PRO se bifurcan. Uno de los caminitos lleva hacia el núcleo duro que conducen Macri, Peña, Quintana y Lopetegui. Este grupo se caracteriza por un estilo de gestión cerrado, inconsulto y arrogante, bastante parecido en ese punto al practicado por Néstor Kirchner. 

Sus miembros se consideran muy competentes en la identificación y aplicación de las medidas adecuadas para cada conflicto que se les presenta, y aun cuando la crisis los golpea su disposición a escuchar razones no va más allá de los límites de la coalición gobernante. Creen, como los Kirchner, que la política se puede reemplazar con relato y agenda progresista, y la noción de acuerdo político -el toma y daca que supone- les resulta por lo mismo absolutamente extraña. Los radicales aplauden esa cerrazón particularmente cuando va dirigida hacia los peronistas.

El otro caminito pasa por Frigerio y Nicolás Caputo y conduce hasta Larreta y Vidal. Los analistas suelen presentarlos como si fueran la misma cosa, y recuerdan que la gobernadora se formó políticamente junto al jefe de gobierno. Sin embargo, yo no veo en el PRO personalidades más opuestas. Es cierto que ambos dirigentes han procurado últimamente diferenciarse del núcleo duro, especialmente en cuanto a las relaciones con la Iglesia y a la disposición a acordar con el peronismo, cosa que los dos vienen practicando desde hace tiempo en sus respectivos distritos. Las formas son parecidas, pero la sustancia no es la misma. Mientras Larreta negocia para asegurar los negocios, Vidal negocia para asegurar la gobernabilidad del distrito más ingobernable del país.

Algo parecido sucede con las relaciones con la Iglesia: mientras Vidal discute con el Papa la situación social en el conurbano, Larreta busca el cobijo de la Virgen al advertir que la reacción antiabortista puede erosionar su respaldo en la CABA.

A menos que la economía adquiera un perceptible rumbo ascendente antes de las elecciones de octubre del año próximo, las posibilidades que tiene Macri de ser reelecto parecen bastante reducidas, y el hecho de que haya decidido asumir personalmente el costo político del ajuste sugiere que ya se ha dado cuenta de que así son las cosas. El analista Jorge Giaccobe da por seguro que Macri no va a aspirar a un segundo mandato, que no tiene personalidad ni vocación política, y que seguramente está arrepentido de haberse metido donde se metió. Si esto es así, ¿qué garantías va a encontrar Lagarde para la continuidad del programa más allá del 2019?
La respuesta parece tenerla el mismo Giaccobe: "Si las cosas se dan como yo creo que se tienen que dar"", le dijo al periodista Roberto García, advirtiendo de entrada que su pronóstico es más un ejercicio de lógica que de análisis político, "el oficialismo va a ganar las próximas elecciones con una fórmula encabezada por Vidal y alguno de los peronistas razonables que andan por ahí."" 

OPORTUNIDAD HISTORICA

Vidal es, por cierto, la dirigente del PRO con mejor imagen y con mayor resistencia a la erosión, ha logrado tomar las riendas de la provincia más difícil del país con más solvencia y coraje que sus predecesores desde 1983, y ha sabido tender puentes con todos, desde los obispos a los intendentes y desde los activistas de derechos humanos hasta las fuerzas armadas, a cuyo cuidado confía su seguridad y la de sus hijos. Los peronistas sabrían entenderse con alguien así, y así lo han hecho desde la legislatura y varias intendencias bonaerenses.

¿Será posible un escenario como el que imagina Giaccobe? Si lo es, ¿surgirá de un acuerdo en las filas del oficialismo o implicará una ruptura? La política argentina lleva 70 años sin saber qué hacer con el peronismo. en buena medida porque el peronismo lleva otros tantos sin decidir cuál es su lugar en la política argentina. ¿Estaremos ante la oportunidad histórica de resolver esos intríngulis, o volveremos a abroquelarnos en bandos irreconciliables? Francamente, no veo al núcleo duro de Macri, Peña y los radicales asimilando la idea de un gobierno compartido con los peronistas. Y tampoco estoy seguro de que Vidal sea la mejor garantía para las políticas del FMI. Pero, ¿qué otra clase de seguridades podría encontrar Lagarde para la continuidad del programa? ¿Qué otro precio podrían pretender los peronistas luego de cuatro años de colaboración sin beneficio de inventario?

Hace más de medio siglo, las fuerzas armadas resolvieron a tiros sus posiciones irreductibles sobre la cuestión de los peronistas: el bando azul pensaba que se podía negociar con ellos, los colorados consideraban esa opción inaceptable. Tal como quienes recorren hoy los bifurcados senderos del PRO. Varios comentaristas afines al núcleo duro ya comenzaron a limar la figura de Vidal, apuntando a sus cercanas relaciones con la Iglesia y con el Papa, cuando al mismo tiempo la emprenden contra los católicos por el tema del aborto, y describen a Francisco como el líder de la oposición. Vidal les respondió poniéndose al cuello el pañuelo que identifica a quienes defienden las dos vidas. El pañuelo azul, casualmente.

* Periodista. Editor de la página web gauchomalo.com.ar