Pity Alvarez, Ekapong, Adul perdidos en la cueva

CLAVES DE LA SOCIEDAD-

 

En estos últimos días, dos de las noticias que más han concitado la atención de los argentinos fueron: los tensos momentos que rodearon la vida del roquero argentino y los del entrenador tailandés y los adolescentes a su cargo.

Todos los involucrados han estado sepultados en lo profundo de una cueva, sin luz y en condiciones extremas, pero los desenlaces fueron opuestos (muerte y vida), quizás todo esto nos permita leer entre líneas, algo de la cultura de nuestras sociedades.

El famoso músico argentino, vive inmerso en una severa adicción a las drogas, condición conocida desde hace años por "todo el mundo". Ya en el 2012 declaró "A mi hija le diría que pruebe la droga sólo cuando sienta ganas, cuando quiera experimentar cosas lindas".

En su profuso curriculum figuran un sinnúmero de "hechos desafortunados": denuncias por robo, agresión con arma de fuego, destrucción de propiedad, accidentes en auto y moto, posesión de droga y violencia de género.

En el otro extremo, encontramos a Ekapong, el joven de 25 años que quedó atrapado en la cueva de Tham Luang Nang en Tailandia, junto con los 12 niños de entre 11 y 16 años integrantes del equipo de fútbol de la escuela Mae Sai Prasitart. Este entrenador, perdió a su padre, a su madre y a su hermano, por una epidemia respiratoria cuando tenía tan solo 10 años de edad. Luego fue criado por una tía, quien finalmente lo hizo ingresar a un monasterio, con el fin de que se convirtiese en monje budista; permaneció en esa institución por 10 años. A los 20 años, dejo el monasterio y se sumó al equipo del técnico del equipo de fútbol colegial que se internó en la cueva.

Entre los adolescentes encerrados estaba Adul Sam-on, de apenas 14 años de edad. Nacido en Myanmar, territorio dominado por la guerrilla, el cultivo de opio y el tráfico de metanfetamina, Adul escapó de ese infierno a los 6 años, entregado por sus padres en Tailandia a una iglesia para que le dieran la educación que ellos no pudieron tener.
Este púber, que no tiene nacionalidad, pues es un ilegal, es el mejor alumno de su clase, habla con fluidez inglés, tailandés, birmano y mandarín. En premio a su desempeño y habilidad obtuvo enseñanza gratuita y almuerzo diario.

¿Qué diferencia existe entre nuestro roquero (que abandonó el colegio) y los otros dos casos? No son las condiciones de violencia, drogas o pobreza en las que crecieron, todos ellos sufrieron esta realidad dantesca. Vuelvo a aclarar que son anecdóticos los casos puntuales, creo que es importante lo que subyace y que puede reflejar nuestras sociedades.
La diferencia entre ellos son los valores, los valores que impulsan la vida de cada quien y la escala en la que ellos se priorizan. Los disvalores y la falsa concepción de "los derechos" que hoy corroe nuestra Argentina son nuestro cáncer.

La vida como valor supremo, el amor propio como valor guardián de nuestro bienestar físico y mental, el respeto al prójimo como valor de una convivencia productiva, el costo como valor del esfuerzo y la inversión como valor de futuro; han perdido valor.

En nuestro país se confunden necesidades, buenas intenciones, deseos y hasta caprichos con derechos, y los derechos en su lógica tienen una característica particular, no implican un esfuerzo para quien los ostenta. De este modo, la necesidad de educación, la buena intención de la salud pública, el deseo de la casa propia o el capricho de recibir dinero (plan social) por el sólo hecho de existir, se han transformado en derechos; se convierten en beneficios que "debo" recibir sin esfuerzo.

Si no tengo dedicación en la escuela lo mismo me deben aprobar, si no uso casco o me embarazo en forma irresponsable lo mismo me tienen que "curar", si no ahorro para comprarme una casa lo mismo me la tienen que entregar, si no trabajo lo mismo me tienen que dar dinero para vivir.
Todos esos pseudo derechos, pesan sobre los derechos a la propiedad de quienes los pagan vía impuestos. Al igual que el derecho de los delincuentes pesa sobre las víctimas, el de los agresores (físicos y verbales) sobre los agredidos, el de los corruptos sobre la república, el de los vicios sobre las virtudes, el de los parásitos sobre sus huéspedes.

Ekapong, consciente de su responsabilidad en esa cueva, destinó los pocos alimentos que tenía a los estudiantes en forma exclusiva, les enseño a meditar y los contuvo manteniendo la disciplina y la esperanza. Al llegar los primeros buzos, les envió una nota a los padres de los adolescentes expresando: "quiero decir a los padres que los niños se encuentran estupendamente. La gente se está ocupando muy bien de ellos y prometo que cuidaré de ellos lo mejor que pueda. Gracias a todos por la ayuda. Y lo siento mucho". No pretendió buscar excusas ni chivos expiatorios. Incluso en una situación extrema, como la que vivían los adolescentes en la cueva, no los eximían de hacer lo correcto, no los eximían de valorar y respetar su propio cuerpo, su mente y el esfuerzo del prójimo. 

Los argentinos hemos perdido como individuos y como sociedad, la cultura del esfuerzo, del trabajo, de la inversión, de la educación y del respeto; presente en el sufrido pueblo Tailandés.
La cultura de los valores que permiten el crecimiento personal, la vida armónica en sociedad y el desarrollo nacional se baten en retirada. La subversión de valores que hoy nos acosa, es la principal causa del Imperio de la Decadencia Argentina que hoy padecemos. Es hora de decir basta, es hora de sumarse a La Rebelión de los Mansos.