Hoy un juramento, mañana una traición

Mauro Zárate abandonó Vélez de un modo inesperado. Después de jurarle amor eterno al club y de anticipar que jamás vestiría otra camiseta en la Argentina, se fue a Boca. Una historia que demuestra cuán frágiles son los lazos entre los jugadores y los equipos, Incluso, a pesar de las frases rimbombantes y las promesas lanzadas al viento.

"Hoy un juramento, / mañana una traición, / amores de estudiante / flores de un día son". Cuando Carlos Gardel musicalizó los versos de Alfredo Le Pera  y Mario Battistella que se transformaron en el vals Amores de estudiante, jamás pensó que la melodía tendría relación con el fútbol. El Zorzal Criollo, ese hombre que cada día canta mejor a pesar de que haber muerto hace 83 años, seguramente imaginó una melodía romántica que narraba los primeros desengaños de la juventud y no la historia de un jugador que juró amor eterno a una camiseta y la hizo a un lado con un desprecio tan sorpresivo como inusual.

"En unos labios ardientes / dejar una promesa / apasionadamente./ Quiero calmar los enojos / de aquellos claros ojos / siempre mintiendo amor". Mauro Zárate había regresado a Liniers para sumarse a la cruzada para rescatar a Vélez de una posición muy incómoda con los promedios. No bien llegó, el delantero fue recibido como el salvador de un equipo que, después de años de una política caótica encabezada por el ex presidente Raúl Gámez, intentaba confirmar su condición de integrante del círculo selecto de Primera División. Y para que el amor que le tributaron los hinchas fuese todavía más intenso, pronunció la frase que todos los fortineros deseaban escuchar para ilusionarse con un futuro mejor. "En la Argentina sólo juego en Vélez", dijo Mauro en el comienzo de su tercera etapa con la V azulada cubriendo su pecho.

Nadie imaginaba que Zárate estaba mintiendo. Todos creían que su amor era desinteresado. Dijo presente en uno de los momentos más complicados de la historia reciente del club. Era el toque de distinción de un equipo que, a las órdenes de Gabriel Heinze, emprendía un camino complicado y pleno de obstáculos. Después de haber perdido mucho terreno en las campañas anteriores por la decisión de desmantelar el plantel y lanzar a la cancha a muchos pibes obligados a madurar de golpe, El Fortín, a partir de la asunción de Sergio  Rapisarda como nuevo presidente, procuraba sumar puntos y más puntos para librarse de ese famélico promedio que era lo más parecido a una guillotina a punto de cercenar su cabeza. Mauro era la presencia estelar de un equipo que se había reforzado con la ambición de no depender de lo que hicieran los otros equipos amenazados por el descenso. La idea era que el atacante procedente del Watford inglés fuera el referente de los chicos que habían empezado a hacer pie después de andar a los tropezones en los torneos anteriores y se asociara a las otras incorporaciones de las que dispondría Heinze.

Para los simpatizantes, en especial para los más jóvenes, parecía un sueño hecho realidad. Muchos se tatuaron la cara o el nombre del futbolista en las más insólitas partes del cuerpo. Mauro pasó a ser Vélez. En él confluía lo más destacado de una historia que tenía ya 108 años pero que, de repente, se redujo todo a ese hombre de poco más de tres décadas de vida que había debutado en 2004, se había ido en 2007 y regresado en 2013 para irse doce meses después hasta volver en enero pasado con el traje de superhéroe. Por Liniers habían pasado Victorio Spinetto, Manuel de Saá, Norberto Conde, Juan José Ferraro, Daniel Willington, Carlos Bianchi, José Luis Chilavert, Julio Asad (el Turco original), Omar Asad (el Turquito), el Turu Flores, el Negro Gómez, Lucas Pratto... nnumerables figuras que los especialistas situarían en el rol de ídolo o de jugador trascendente del club mucho antes de reparar en Zárate. Pero para las nuevas generaciones, Mauro era todo.

El aporte del delantero no fue decisivo, pero sí valioso para la campaña que le garantizó a Vélez una temporada más en Primera. Incluso a pesar de sus desencuentros con Heinze, fue el favorito de los hinchas, quienes no le perdonaban al DT el pecado de no darle el merecido trato de estrella que ellos consideraban justificado. El técnico tampoco ayudaba, ubicándolo a veces en posiciones que no le resultaban del todo favorables. Pero, así y todo, fue un pilar del equipo en el que los mayores méritos los hizo el Monito Matías Vargas, diamante en bruto nacido en las inferiores fortineras que  más de una vez se puso el equipo al hombro.

Consumada la salvación, surgió el operativo clamor para que la dirigencia encabezada por Rapisarda comprara el pase de Zárate. Las negociaciones fueron largas y lentas, pero al final se alcanzó un acuerdo con el Watford para adquirir al atacante en una cifra seguramente menor de la que se habría pagado por él en un mercado de pases común y corriente. Los ingleses no deseaban contar con él y Vélez sí. No había, o no parecía haber terceros interesados. De pronto surgió Racing, pero el propio Mauro le bajó el pulgar por aquello de "en la Argentina sólo juego en Vélez".

Las redes sociales, ese curioso escenario en el que se destilan las más desenfrenadas pasiones, estaban colmadas de súplicas para garantizar la permanencia del ídolo. De pronto, el anuncio de que las tratativas habían llegado a buen puerto. Esta semana se iba a firmar el contrato para renovar el vínculo contractual que había terminado el 30 de junio. El 2 de julio, 24 horas antes de que se hiciera oficial su continuidad, Mauro pasó por la villa olímpica, se llevó sus pertenencias, entre lágrimas se despidió del técnico y sus compañeros y se fue a Boca.

Sorpresa, incredulidad, desencanto, ira… La variedad de sensaciones se antoja interminable. También por las redes sociales, Mauro confesó que le había dolido tomar esa decisión y que él, en su lugar de proclamado hincha, tampoco entendería que un jugador hiciera lo que él estaba haciendo. Su hermano Rolando, otro goleador destacado en algún momento de la historia de Vélez, admitió que habían discutido duramente por ese tema y que hasta habían roto la relación futbolista-representante que habían mantenido hasta hace unos días.

La decepción inundó el ciberespacio. La palabra traición atronó con una fuerza inusitada. Insultos, amenazas, deseos de lesiones que lo lleven a culminar abruptamante su carrera… Cualquier cosa es posible en esta era en la que todo se descontrola con llamativa facilidad. El club, que lo había tomado como bandera, tuvo que moverse rápido y removerlo de cuanto cartel mostrara su imagen sonriente besando la camiseta como ejemplo de ese amor que juraba con tanta firmeza como seguridad.

En este momento de sospechas infundadas y no tanto, hasta se dijo que su incorporación a Boca le aseguraría un lugar en la Selección argentina que disputará la próxima Copa América, en 2019.  Curioso pronóstico teniendo en cuenta que aún no se sabe qué será de Jorge Sampaoli, el todavía entrenador albiceleste.

Lo cierto es que Mauro Zárate dejó plantado a Vélez. Y mientras de fondo se escucha "hoy un juramento, / mañana una traición, / amores de estudiante / flores de un día son", es posible atreverse a postular, con el permiso de Gardel, Le Pera y Battistella, que "amores de futbolistas / promesas al viento son".