Una nueva contracultura

Occidente afronta un tipo diferente de rebelión contra el consenso liberal-progresista.El fenómeno tuvo clara expresión política en las victorias de Trump, el Brexit o el nuevo gobierno italiano. Pero también se extiende por las redes sociales y empieza a alterar el debate de ideas. El caso del profesor Jordan Peterson.

Un mismo hilo invisible parece enlazar hechos esparcidos por la geografía planetaria como el gobierno de Trump, el Brexit, la popularidad virtual de un profesor de la Universidad de Toronto o la conformación de la más reciente alianza gubernamental en Italia. Animados por un similar espíritu de rebelión antielitista, esos fenómenos, y otros menos relevantes a escala internacional pero igual de profundos, hablan de una nueva forma de contracultura, un inesperado alzamiento contra ideas que desde al menos la segunda mitad del siglo veinte dominaron la política, la economía y la vida social.

Como la sublevación afecta también a los medios de comunicación tradicionales, no ha recibido el trato justo que merecería. Los grandes diarios, las cadenas televisión y los formadores de opinión lo registraron, es cierto, pero en un mismo movimiento que a la vez que informa agrega la condena, el repudio instantáneo. El ascenso de Donald Trump en Estados Unidos, su triunfo imprevisto en 2016 y la persistente lealtad de sus votantes son hitos que sucedieron por fuera de las estructuras políticas y, sobre todo, del filtro de los grandes medios (con la excepción, tardía, de la cadena Fox, que ahora sí está alineada con el republicano).

La prensa pasó de burlarse del magnate a menospreciar sus posibilidades electorales (dos veces en 2016 la revista Time ironizó en portada con el "derretimiento" de la candidatura de Trump), hasta llegar a la alarma ante su victoria y a la declaración de guerra luego de su asunción, que llevó a empresas como el diario Washington Post a cambiar el acápite de su portada (ahora reza la frase tenebrosa: "La democracia muere en la oscuridad"), o a crear secciones específicas de seguimiento de cada palabra del nuevo mandatario, como hizo la agencia AP, para pescarlo en errores o contradicciones, algo que nunca había hecho con anteriores gobernantes.

HOSTILIDAD

El trumpismo, un conjunto de ideas o sentimientos que es mucho más interesante que su líder deslenguado, no puede entenderse sin esa hostilidad mutua con los medios dominantes. Sus votantes integran una coalición que incluye a conservadores, nacionalistas, aislacionistas y ciertos libertarios unidos en su común recelo de la burocracia en Washington, las grandes finanzas en Wall Street y la elite cultural de Hollywood y Nueva York. También los amalgama el descontento ante una transformación económica que no los beneficia. "Ellos descubrieron que la desaparición de un buen puesto de trabajo no se justificaba por el uso de Facebook o la descarga de videos -resumió el historiador Victor Davis Hanson en un artículo reciente-. Era lindo recibir paquetes de Amazon en la puerta, pero primero había que tener dinero para pagarlos".

Fue el gran mérito de Trump haber detectado primero, y expresado después, las necesidades de esa amplia franja de la población estadounidense que atraviesa a los dos grandes partidos y recorre la vasta geografía del país, del sur histórico y el centro rural, que desde hace medio siglo son republicanos, a las regiones industriales de los grandes lagos y el "medio oeste", de claras simpatías demócratas. En camino a las elecciones de mitad de mandato en noviembre próximo, el gobierno de Trump es aún un experimento con final abierto (si bien el repunte de la economía le augura buenas noticias). Pero en vista de que las divisiones que generó exceden en mucho a la mera política electoral, no parece que la experiencia vaya a ser la aberración pasajera que imaginaban sus críticos iniciales.

EN EUROPA

El fenómeno no ha sido ajeno al Viejo Continente. De Londres a Budapest, de Varsovia a Roma, de Berlín a Viena, los electores expresaron en las urnas (y a veces también en las calles) su rechazo a la burocracia continental de la Unión Europea, como acto inicial de una rebeldía que no sólo se dirige contra las discutidas potestades económicas del bloque.

Esa protesta ha tenido signo católico en la Polonia del Partido Ley y Justicia (PiS) de Jaroslaw Kaczyinski, que rechaza el aborto y la ideología de género, como lo tiene en las palabras del nuevo ministro de Familia italiano, Lorenzo Fontana, de la Liga Norte, quien al asumir prometió trabajar para que las mujeres no aborten, defender a la familia tradicional de padre y madre y cargar contra "un modelo de cultura relativista, un modelo de globalización hecho por los poderes financieros que crea un mundo donde no existe la comunidad". O ha sido más nacionalista en la Hungría de Viktor Orbán, un líder ya suficientemente demonizado por las elites occidentales desde que hace ocho años afianzó su poder en el rechazo a la inmigración ilegal proveniente de países islámicos, pero que, al igual que Polonia, ejecuta una política de estímulo monetario al crecimiento de la natalidad.

Estas expresiones de la política, que tuvieron ecos parciales en Austria, Alemania, Francia y en el inesperado éxito del Brexit hace dos años en Gran Bretaña, aparecieron todas en tan rápida sucesión que resultó imposible que los "analistas" no las tomaran como el síntoma evidente de un malestar cuya existencia se pretendía desconocer. Uno de los últimos en admitirlo fue la revista alemana Der Spiegel, que dedicó al tema un extenso informe alarmista en el que observa, citando al politólogo germano-estadounidense Yascha Mounk, que el sistema político occidental "se está desarmando en las partes que lo componen, lo que de un lado hace surgir a la democracia no liberal y del otro al liberalismo no democrático".

Pero no fueron las únicas muestras. Hubo otras, no menos elocuentes, que han venido sucediendo por fuera de la contienda electoral y la cobertura de los grandes medios, en el universo más amplio del debate de ideas y la "guerra cultural".

Una de ellas ha sido la inusitada popularidad en Internet del profesor canadiense Jordan Peterson. Los videos que empezó a subir a YouTube en 2016 dieron circulación masiva a su nombre, mientras que el libro 12 reglas para la vida: un antídoto contra el caos, que escribió con posterioridad a esa fama virtual, llegó este año al primer lugar en la lista de Amazon en Estados Unidos y Canadá. Una de las entrevistas que concedió durante la gira promocional del volumen, ejemplo digno de estudio por su comportamiento frente a las preguntas venenosas de una periodista enemiga, superó ya los diez millones de visitas.

EL PROFESOR REBELDE

¿Quién es Peterson? Por lo pronto, otro rebelde contracultural. Su recorrido empezó en 2016 cuando se alzó contra la intención del gobierno canadiense de imponer la obligatoriedad del uso de "pronombres de género" en desmedro de los pronombres personales que desde siempre estuvieron asociados al sexo de las personas. Peterson rechazó la idea, que con toda razón consideró totalitaria ("No voy a ceder territorio lingüístico a marxistas posmodernos", explicó). Esa rebeldía le costó cara en lo inmediato (hubo protestas, piquetes que interrumpían las clases y hasta la amenaza de expulsarlo de su cátedra en la Universidad de Toronto) pero lo fue enalteciendo con el paso de los meses hasta que su nombre se convirtió en el símbolo de un repudio más generalizado a los dogmas del progresismo y lo políticamente correcto. Eso que la revista británica The Spectator llamó "una inusual renuencia a hacer genuflexiones ante los dogmas apresuradamente construidos de nuestro tiempo".

Peterson tiene una inteligencia clara y es un polemista temible, con una admirable valentía para enfrentar las situaciones más hostiles en predios universitarios o en medios de comunicación (sobran los videos en Internet que lo prueban). Es de esos pensadores que se destacan por la sencilla razón de que vuelven a expresar las verdades de siempre en un contexto que las ha olvidado. Defiende el orden frente al caos y critica el relativismo y su consecuencia más nefasta, que es la anulación de las jerarquías naturales, lo que a su vez conduce a la desesperanza. Sus ideas tienen un evidente sustrato cristiano que él se ocupa de hacer explícito, aunque no sea practicante y tal vez ni siquiera creyente. Su cristianismo, que también combina retazos de lo mejor de la Antigüedad pagana, viene envuelto en el ropaje que más convence a este tiempo secular: el del psicólogo clínico que funda sus conceptos en experimentos y estadísticas, no en dogmas.

Pero a pesar de esas vestiduras de aparente modernidad, Peterson se ha convertido en una suerte de santón para quienes lo siguen en la web, que en un 80% son hombres, dato que ninguna entrevistadora feminista deja pasar. Como Trump, como Nigel Farage, el volcánico líder de la campaña por el Brexit, Peterson es de esos personajes imprevistos que dicen lo que muchos quisieran decir pero no se animan a hacerlo. Con una oratoria apasionada y teatral (no es raro que se emocione hasta las lágrimas en cámara), se dirige al hombre y la mujer de hoy (pero más al primero) con un llamado a recuperar la dignidad en unas sociedades desgarradas por la descomposición familiar, las relaciones "líquidas", el feminismo fanático y la pérdida de valores. La vida es lucha, afirma, pero de nada vale victimizarse, como quieren los ideólogos del progresismo. Antes de cambiar el mundo empiecen por ordenar su habitación, aconseja a los más jóvenes. Los "novedosos" ideales de Peterson son la disciplina, el orden y la abnegación.

"Pararse derechos y con los hombros hacia atrás es aceptar la terrible responsabilidad de la vida", escribió. O también: "El individuo debe orientar su vida de tal modo que rechace la gratificación instantánea de cualquier deseo, ya sea natural o perverso".

Gracias a Internet la audiencia de Peterson es mundial, pero él salió de Canadá, en el hemisferio norte, igual que Trump, Farage, Orbán y el resto de los caudillos políticos de la nueva contracultura. Por ahora esa rebelión no ha llegado al sur. Aunque se la ha querido ver en el fallido plebiscito por la paz en Colombia de 2016, o se la presume en la candidatura de Jair Bolsonaro en Brasil, la idea todavía no cuajó en una fuerza política. En la Argentina pudo haberse encarnado en Cambiemos, pero ya en 2015 quedó claro que eso era un espejismo. Si persistían dudas, se disiparon con la decisión oficialista de aceptar el aborto. Son curiosidades del márketing político: mientras las elites progresistas del mundo desarrollado ven crujir los cimientos de su poder en medio de un terremoto derechista, sus émulos cambiemitas apuestan por el corrimiento hacia la izquierda, convencidos por el publicista Jaime Durán Barba de que esa es la divisa del futuro. La revuelta contracultural argentina existe, pero aún sigue sin ser detectada por la política.