DE QUÉ SE HABLA HOY

La Mesa Chica es como nuestro oráculo de Delfos

En estos días de agitación política, vuelve a aparecer de forma reiterativa en las noticias el símbolo del poder al que dieron en llamar "la Mesa Chica". Tanta importancia dan a las "soluciones" que de allí emanan que, aunque de manera un tanto caprichosa, se me ocurrió pensar que ahí tiene el Gobierno su propio oráculo a la manera que los griegos tenían el suyo en Delfos. Aquel sitio sagrado estaba ubicado al pie del monte Parnaso, el criollo en Balcarce 50, en la ciudad de Buenos Aires.

El antiguo oráculo era atendido por una anciana llamada Pitia (o Pitonisa) y un hombre conocido como El Profeta, este último era el encargado de interpretar las palabras por lo general absurdas o ininteligibles que salían de la boca de la anciana Pitia encargada de las respuestas.

Nuestro Profeta sería Marcos Peña, que al final de cada sesión de la Mesa Chica, se ocupa de explicar lo tratado. Otra diferencia entre Delfos y La Rosada es que Pitonisa lanzaba sus pronósticos mientras masticaba hojas de laurel, sacudía harina por el aire y bebía interminables sorbos del agua que manaba la fuente sagrada, y nuestros "meseros" sólo se animan a un cafecito.

La convocatoria a la Mesa Chica suele ser sorpresiva por eso los medios suelen enterarse cuando la cosa está masticada, por el contrario las dudas que se llevaban a Delfos para ser despejadas eran anunciadas con mucha anterioridad para que todo estuviera preparado. Lo curioso es que no hay una sino varias Mesa Chica, el gran jefe suele convocar, como hizo ayer, a la más reducida en participantes.

Asistieron los del círculo más estrecho, el propio Mauricio Macri, el jefe de Gabinete, Marcos Peña; el jefe de Gobierno de la Ciudad, Horacio Rodríguez Larreta, y la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal. 

Cuando la convocada en la Mesa Chica más amplia, se agregan ahora Elisa Carrió, Ernesto Sanz y Rogelio Frigerio. Otras variantes de la conformación incluyen a Nicolás Dujovne, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui. Nadie puede negar la tremenda influencia que las reuniones de la Mesa Chica, sea el modelo que sea, tienen en la vida política nacional.

A veces, como ayer, el Profeta Peña no puede explicar lo tratado, que quedó entonces a la libre interpretación de los rumores que este silencio ocasiona. Más cambios en el Gabinete, reducción de ministerios, reclamos de los dos gobernadores por los ajustes, fueron algunas versiones que salieron de nuestro oráculo.

También ayer, la Mesa Chica tuvo una versión abreviada y el gran jefe se reunió a solas con Ricardo Lorenzetti, el presidente de la Corte Suprema. Nuevo silencio de El Profeta y más versiones: hablaron del proyecto del nuevo Código Penal que llega al Congreso el jueves y de la no postulación de Lorenzetti a seguir como titular del gran tribunal a partir de diciembre, cuando vence su mandato.

En Delfos casi nunca ocurrían estos desajustes informativos porque aunque las conjeturas de la profetiza fueran incoherentes, El Profeta las arreglaba para que parecieran satisfactorias para quien necesitaba oírlas. La fe en el oráculo era total, incluso si se equivocaba, porque en ese caso se decía que el fallo era la interpretación de lo dicho y no el oráculo en sí; o sea, le echaban la culpa a El Profeta.

Por aquí, lo que se sabe de la Mesa Chica tiene dos caminos: si son versiones se desmienten y si lo dijo Peña no se discute. La cuestión es que la Mesa Chica ya forma parte del entramado político de este Gobierno y a su alrededor se han discutido y se discuten los temas más trascendentes de la marcha de la gestión de Cambiemos. A diferencia de los griegos, los argentinos no vemos a esa reunión de funcionarios como algo que proviene de los dioses, sino más bien como un confesionario doméstico donde el Presidente sienta a su gente de mayor confianza o a interlocutores necesarios, para hacerles, en estos tiempos, la misma pregunta: "¿Cómo salimos de esto?".

V. CORDERO