Mayo, como modelo de revolución

Mayo del 68
Por André y Raphaël Glucksmann
Taurus - 232 páginas

En medio de la efervescencia mediática por el Mayo francés, renovada en este 50 aniversario, la editorial Taurus reeditó Mayo del 68, por la subversión permanente, un libro con nuevo prólogo que se distingue en el marco de la indulgencia general sobre el tema por ofrecer una cierta crítica al movimiento de protesta que se convirtió en un mito.

Se trata de un libro a dos voces, la del filósofo André Glucksmann (1937-2015) y de su hijo Raphaël (Boulogne-Billancourt, 1979), que fue escrito hace diez años para contestar al llamado de Nicolas Sarkozy a terminar con el legado de la llamada "Primavera mágica".

Cuestionar ese legado, pero entender también lo que sigue interpelándonos, fue el propósito de los autores. Ahora, ¿qué es lo que cuestionan? No el espíritu libertario de aquellas jornadas, por cierto.
Raphaël hace, ya desde las primeras páginas, una profesión de fe sobre la ruptura con el antiguo orden y una defensa de los derechos adquiridos, que no deja espacio para las dudas. André no le va en saga. Baste pensar que dice huir "como de la peste" de la fe, la tradición, la familia y la herencia.

El objetivo es el contrario: examinar lo que aún tiene sentido de aquel movimiento. Revisionismo modesto, entonces, pero que depara algunas reflexiones interesantes.

El libro abre con un diálogo entre ambos, en el que el hijo interpela al padre, que participó de aquellas jornadas durante su pasado maoista, antes de convertirse en adalid de los neoconservadores. A esto le siguen una serie de ensayos individuales, con más sustancia de la mano del mayor de los Glucksmann.

El filósofo, que trata de recuperar no las ideas políticas, sino las mentalidades, y para eso se sitúa en la época, ve aspectos negativos en Mayo.

Celebra "el desbloqueo de la sociedad" y el "espíritu antiautoritario" de las protestas. Pero admite que los fundamentos de la sociedad se fisuraron y Francia se abrió a todos los vientos del espíritu y al relativismo.

El considera que aquella aventura incómoda, en la que no ve lecciones únicas, tuvo una originalidad: fue una revolución de los espíritus que transformó el espíritu de las revoluciones. Destaca que las protestas evitaron los extravíos homicidas y aún así lograron conectar con los anhelos de libertad de muchos. Y así se convirtieron en modelo y en medida de posteriores revoluciones. Una tesis que luego desarrolla su hijo.

Pero su propuesta central es leerla como una promesa de revolución filosófica. Un quiebre con los dogmas del siglo XX que sigue como herida abierta. Es filosófica, dice, porque lanza una tentativa de asumir lo que él llama "el desarraigo". Y si hay una batalla filosófica, lo que ve en juego es el marxismo y su idea de revolución.

Los mejores pasajes de su ensayo son aquellos donde denuncia el juego de la izquierda, que manipula Mayo y quiere rentabilizar los recuerdos. Donde dice que la izquierda posmoderna, tras el derrumbe de la URSS, abandonó la evocación del paraíso socialista para tratar de reinventarse, adoptando un pesimismo contra el sistema, que le preocupa en la medida en que vuelve a esparcirse. Pero el filósofo expone ese posmodernismo y el tabú rígido que lo lastra: la negación de los crímenes soviéticos.

El libro tiene meditaciones valiosas aunque por momentos deja en evidencia su anclaje en la coyuntura de 2008 o bien suena, en la voz de Raphaël, un tanto digresiva.